viernes, 24 de agosto de 2012

CUESTIONARIO MUNDO SOFIA


cueC Cuestionario sobre el Mundo de Sofía

EL MUNDO DEL MITO

  1. Según el Mundo de Sofía, los mitos son relatos tradicionales acerca de?
    1. Dioses-Diosas
    2. Dioses-Hombres
    3. Dioses-Animales
  2. La razón que explicaría, según el Mundo de Sofía, el surgimiento de los mitos, fue debido a que los pueblos, a través del tiempo, se han topado con una vida llena de?
    1. Miserias
    2. Sufrimientos
    3. Misterios
  3. Según el Mundo de Sofía, los mitos son algo más que simples relatos o historias contadas a través de la palabra. Y es que a los mitos están asociados?
    1. Los ritos
    2. Los cánticos
    3. Los sacerdotes
  4. Las explicaciones mitológicas del universo son diferentes a las explicaciones dadas por la filosofía. Ello se debe a que ésta última se basa en?
    1. Lógica
    2. Experiencia-Razón
    3. Intuición
  5. En la mitología griega, los dioses representaban distintos tipo de fenómenos de la vida. Asi por ejemplo?
    1. Artemisa=Caza
    2. Afrodita=amor
    3. Dionisio=Placer
    4. Hermes=Mensajero
    5. Hermes=Caza
    6. Artemisa=Mensajero
    7. Afrodita=Placer
    8. Dionisio=Caza
  6. En la mitología nórdica era un lugar común la existencia de una lucha constante entre las fuerzas del bien y del mal. Tal lucha permitía que el universo se mantuviera en?
    1. Desequilibrio constante
    2. Lucha constante
    3. Equilibrio constante
  7. El jerarca de los dioses en la mitología nórdica era el dios Odín. Además del dios de la guerra era tambien el dios de?
    1. La Amistad
    2. La sabiduría
    3. La Piedad
  8. Odín tenía una esposa y un hijo: ¿Cómo se llamaban?
    1. Freya-Tor
    2. Demeter-Perséfone
    3. Harmodia-Aristogitón
  9. En la mitología nórdica se creía que el mundo estaba formado por capas que permanecían unidas gracias a la existencia de un enorme fresno o tejo: ¿Cómo se llamaba este árbol?
    1. Bifrost
    2. Igdrasil
    3. Surtur
¿Cómo se llama la rama más larga de ese árbol?
    1. Lerad
    2. Midgard
    3. Asgard
¿Qué había encaramado sobre esa gran rama
    1. Buho
    2. Ruiseñor
    3. Aguila
¿Qué otros animales vivían en el árbo?
    1. 4 ciervos y una ardilla
    2. 4 ardillas y un ciervo
    3. 4 ruiseñores y una ardilla
¿Quienes mordían maliciosamente las raices del árbol?
    1. Dragón y chinchillas
    2. Dragón y gusanos
    3. Dragón y ratones
  1. Según la mitología nórdica, en medio del Cosmos se encontraba un lugar en donde vivían los animales y las plantas:¿Cómo se llamaba ese lugar?
    1. Asgard
    2. Milgard
    3. Midgard
  2. Según la mitología nórdica, para llegar a la morada de los dioses había que cruzar el puente bifrost (arco iris): ¿Cómo se llamaba el lugar en que habitaban los dioses?
    1. Asgard
    2. Surtur
    3. Olimpo
¿Cómo se llamaba el palacio que había en ese lugar?
    1. Niflhein
    2. Camelot
    3. Valhala
¿Quiénes se pasaban su tiempo batallando en ese palacio?
    1. Guerreros muertos
    2. Almas condenadas
    3. Fuerzas del bien-mal
¿Quién era Surtur?
    1. El hijo malo de Odín
    2. Gigante de fuego
    3. El hijo bueno de Odín
  1. Dentro de la mitología griega, existe un personaje tan enorme que podía andar por las profundidades marinas sin mojarse el pelo: ¿Cómo se llamaba este personaje?
    1. Sísifo
    2. Neptuno
    3. Orión
¿Qué le hizo a este personaje el dios Dionisio?
    1. Drogarlo
    2. Dejarlo ciego
    3. Castrarlo
¿Qué le sucede al personaje en un viaje que realiza a este?
    1. Conoce a Diana
    2. Recupera la vista
    3. Se enfrenta a Apolo
¿Con quién se fué a vivir en Creta?
    1. Artemisa
    2. Perséfone
    3. Afrodita
¿Quién lo asesinó?
    1. Hidra
    2. Capricornio
    3. Scorpio
¿En qué se convirtió este personaje trás su muerte?
    1. Mensajero dioses
    2. Gigante
    3. Constelación
  1. Uno de los mitos griegos más antiguos está relacionado con la diosa de la fertilidad? ¿Cómo se llamaba esa diosa?
    1. Perséfone
    2. Hera
    3. Demeter
¿Cómo se llamaba su hija?
    1. Perséfone
    2. Hera
    3. Demeter
¿Por quién fue raptada su hija?
    1. Apolo
    2. Prometeo
    3. Hades
¿Qué le sucedió a la tierra por culpa de la diosa de la fertilidad?
    1. Hubo grandes terremotos
    2. El diluvio universal
    3. No crecia la vida en la tierra
¿De qué persuadió Zeus al dios que raptó a la hija de la diosa de la fertilidad?
  1. Devolver la hija a su madre
  2. Devolver la vida a la tierra
  3. Devolver la madre a su hija
¿A dónde debía volver la hija de la diosa de la fertilidad cada 4 meses?
    1. Al Hades
    2. Al Olimpo
    3. Al Océano
¿Por qué, según este mito, apareceria cada año la estación de la primavera?
    1. Porque volvía Perséfone del Hades
    2. Porque volvía Demeter del Hades
    3. Porque la tierra está más cerca del sol
UCuestioCCCCnario sobre el Mundo Cuestionario sobre el Mundo de Sofía
DEMÓCRITO
 Sofía
]
DEM
  1. Demócrito (460-370 a d Cristo) fué el último de los grandes filósofos de la naturaleza. Creía que todo estaba constituido por unas piececitas pequeñas e indivisibles, llamadas átomos. ¿Cada uno de esos átomos era?
    1. Alterable
    2. Eterno
    3. Divisible
  2. Según Demócrito los átomos, ademas de ser fijos y macizos, debería de ser?
    1. Idénticos
    2. Diferentes
    3. Visibles
  3. En la actualidad, la física actúal señala que la teoría de Demócrito era basicamente correcta: ¿Qué es lo que la física actúal ha descubierto como novedad a lo dicho por Demócrito?
    1. Atomos son divisibles
    2. Atomos son indivisibles
    3. Atomos son identicos
  4. La filosofía de Demócrito era?
    1. Espiritualista
    2. Nihilista
    3. Materialista
  5. En una ocasión, Demócrito, afirmó que prefería descubrir una ley de la naturaleza a ser?
    1. Faraón
    2. Rey de Persia
    3. Arconte
  6. ¿Cuáles, de las expresiones siguientes, coincidirían con la Filosofía de Demócrito?
    1. La conciencia está formada por átomos
    2. Todo, menos la conciencia, está formado por átomos
    3. El ser humano tiene un alma inmortal
    4. El ser humano no tiene un alma inmortal
    5. El alma está conectada al cerebro
    6. El alma no está conectada al cerebro
    7. Si el cerebro se desintegra no hay conciencia
    8. Sigue habiendo conciencia aunque el cerebro se desintegre
Cuestionario sobre el Mundo de Sofía

EL DESTINO

  1. Según el Mundo de Sofía, los griegos tenían una gran fé en el destino.Una fe de este tipo:¿piensa que todo es?
    1. Determinado
    2. Indeterminado
    3. Predeterminado
  2. ¿Cómo se denomina la concepción filosófica que piensa que todos los acontecimientos pasados se unen para formar parte de una cadena contínua de la que todos los eventos futuros formaban parte?
    1. Fatalismo
    2. Determinismo
    3. Indeterminación
  3. Todos aquellos que piensan que su destino les va a llegar independientemente de lo que les sucediera antes:¿Qué serían?
    1. Deterministas
    2. Fatalistas
    3. Indeterministas
  4. Aquella persona, que ante la enfermedad de un familiar, llama a su médico, pero piensa que su decisión de llamar ya estaba predeterminada por hechos anteriores: ¿Qué sería?
    1. Un fatalista
    2. Un nihilista
    3. Un determinista
  5. ¿Cómo se llaman aquellos que piensan que el futuro no está necesariamente conectado a los hechos anteriores?
    1. Indeterministas
    2. Fatalistas
    3. Deterministas
  6. ¿Cómo se llaman aquelos que piensan que el futuro si está necesarimamente conectado a los hechos anteriores?
    1. Indeterministas
    2. Fatalistas
    3. Deterministas
  7. Si piensas que el destino es una secuencia causal: ¿Qué serías?
    1. Fatalista
    2. Determinista
    3. Indeterminista
  8. Si piensas que el destino es una misteriosa fuerza:¿Qué serías?
    1. Determinista
    2. Fatalista
    3. Indeterminista
  9. En todas las partes del mundo, tambien en la actualidad, existen personas que creen que pueden decirte tu futuro con las cartas, leyendo manos....:¿Cuál era el método, empleado por los nórdicos para leer el futuro?
    1. Uso de los posos del café
    2. Empleo de las runas
    3. Uso del tarot
  10. Los antiguos griegos creían poder consultar su destino a través del famoso oráculo de Delfos: ¿Cuál era la inscripción situada encima del templo del oráculo?
    1. Nadie entre sin saber geometría
    2. Conócete a tí mismo
    3. Sólo sé que no se nada

Cuestionario sobre el Mundo de Sofía

SÓCRATES

  1. Sócrates (470-399 a d Cristo) pensaba que el Estado debía estar gobernado por una sola persona:¿Cómo describe Sócrates a esta persona?
    1. El único que intuye
    2. El único que persuade
    3. El único que sabe
  2. ¿Qué es lo que más valoraba Sócrates, según el Mundo de Sofía?
    1. La Conciencia
    2. Los Sentimientos
    3. Los sentidos
  3. ¿Que tipo de pena de muerte se le impuso a Sócrates?
    1. La hoguera
    2. El apaleamiento
    3. La cicuta
  4. La Atenas de la época de Sócrates era un importante centro de debate visitado por todos los pensadores de aquellos tiempos: ¿Cómo se llamaba uno de los grupos principales presentes en la Atenas de la época de Sócrates?
    1. Estoicos
    2. Sofistas
    3. Pitagóricos
  5. ¿Cómo califica el Mundo de Sofía a Sócrates?
    1. Empirista
    2. Positivista
    3. Racionalista
  6. ¿Cuáles, de las expresiones siguientes, pertenecen a la filosofía de Sócrates?
    1. Solo se que no se nada
    2. No llega con saber lo que es bien para ser bueno
    3. Unicamente las comadronas pueden ayudar a dar a luz
    4. El hombre puede obtener verdades absolutas
    5. Quien sepa lo que es el bien, será bueno
    6. Ayudo a las personas a dar a luz
    7. El hombre no puede obtener verdades absolutas
    8. El verdadero conocimiento procede del exterior
    9. El verdadero conocimiento procede del interior
  7. Sócrates se hacía el ignorante aparentando ser más necio de lo que era: ¿Cómo se denomina esta posición socrática?
    1. Antilogia
    2. Dialéctica
    3. Ironía

 

domingo, 12 de agosto de 2012

LIBRO SOFIA


6
El jardín del Edén
... al fin y al cabo, algo tuvo que surgir en algún momento de donde
no había nada de nada...
Sofía Amundsen volvía a casa después del instituto. La primera parte del camino
la había hecho en compañía de Jorunn.
Habían hablado de robots. Jorunn opinaba que el cerebro humano era como un
sofisticado ordenador. Sofía no estaba muy segura de estar de acuerdo. Un ser
humano tenía que ser algo más que una máquina.
Se  habían  despedido  junto  al  hipermercado.  Sofía  vivía  al  final  de  una  gran
urbanización de chalets, y su camino al instituto era casi el doble que el de Jorunn. Era
como si su casa se encontrara en el fin del mundo, pues más allá de jardín no había
ninguna casa más. Allí comenzaba el espeso bosque.
Giró para meterse por el Camino del Trébol. Al final hacía una brusca curva que
solían llamar Curva del Capitán. Aquí sólo había gente los sábados y los domingos.
Era uno de los primeros días de mayo. En algunos jardines se veían tupidas
coronas de narcisos bajo los árboles frutales. Los abedules tenían ya una fina capa
de encaje verde.
¡Era curioso ver cómo todo empezaba a crecer y brotar en esta época del año!
¿Cuál era la causa de que kilos y kilos de esa materia vegetal verde saliera a chorros
de la tierra inanimada en cuanto las temperaturas subían y desaparecían los últimos
restos de nieve?
Sofía miró el buzón al abrir la verja de su jardín. Solía haber un montón de cartas
de propaganda, además de unos sobres grandes para su madre. Tenía la costumbre
de dejarlo todo en un montón sobre la mesa de la cocina, antes de subir a su
habitación para hacer los deberes.
A su padre le llegaba únicamente alguna que otra carta del banco, pero no era un
padre normal y corriente. El padre de Sofía era capitán de un gran petrolero y estaba
ausente gran parte del año. Cuando pasaba en casa unas semanas seguidas, se
paseaba por ella haciendo la casa mas acogedora para Sofía y su madre. Por otra parte,
cuando estaba navegando resultaba a menudo muy distante.
Ese día sólo había una pequeña carta en el buzón, y era para Sofía.
«Sofía Amundsen», ponía en el pequeño sobre. «Camino del Trébol 3». Eso era
todo, no ponía quién la enviaba. Ni siquiera tenía sello.
En cuanto hubo cerrado la puerta de la verja, Sofía abrió el sobre. Lo único que
encontró fue una notita, tan pequeña como el sobre que la contenía. En la notita7
No ponía nada más. No traía ni saludos ni remitente, sólo esas dos palabras
escritas a mano con grandes interrogaciones.
Volvió a mirar el sobre. Pues sí, la carta era para ella.
¿Pero quién la había dejado en el buzón?
Sofía se apresuró a sacar la llave y abrir la puerta de la casa pintada de rojo. Como
de costumbre, al gato Sherekan le dio tiempo a salir de entre los arbustos, dar un salto
hasta la escalera y meterse por la puerta antes de que Sofía tuviera tiempo de cerrarla.
—¡Misi, misi, misi!
Cuando la madre de Sofía estaba de mal humor por alguna razón, decía a veces que
su hogar era como una casa de fieras, en otras palabras, una colección de animales de
distintas clases. Y por cierto, Sofía estaba muy contenta con la suya. Primero le habían
regalado una pecera con los peces dorados Flequillo de Oro, Caperucita Roja y Pedro
el Negro. Luego tuvo los periquitos Cada y Pizca, la tortuga Govinda y finalmente el
gato atigrado Sherekan.
Había recibido todos estos animales como una especie de compensación por parte
de su madre, que volvía tarde del trabajo, y de su padre, que tanto navegaba por el
mundo.
Sofía se quitó la mochila y puso un plato con comida para Sherekan. Luego se dejó
caer sobre una banqueta de la cocina con la misteriosa carta en la mano.
¿Quién eres?
En realidad no lo sabía. Era Sofía Amundsen, naturalmente, pero ¿quién era eso?
Aún no lo había averiguado del todo.
¿Y si se hubiera llamado algo completamente distinto? Anne Knutsen, por ejemplo.
¿En ese caso, habría sido otra?
De pronto se acordó de que su padre había querido que se llamara Synnove. Sofía
intentaba imaginarse que extendía la mano presentandose como Synnøve Amundsen,
pero no, no servía. Todo el tiempo era otra chica la que se presentaba.
Se puso de pie de un salto y entró en el cuarto de baño con la extraña carta en la
mano. Se coloco delante del espejo, y se miró fijamente a sí misma.
—Soy Sofía Amundsen —dijo.
La chica del espejo no contestó ni con el más leve gesto. Hiciera lo que hiciera
Sofía, la otra hacia exactamente lo mismo. Sofía intentaba anticiparse al espejo con un
rapidísimo movimiento, pero la otra era igual de rápida.
—¿Quién eres? —preguntó.
No obtuvo respuesta tampoco ahora, pero durante un breve instante llegó a dudar
de si era ella o la del espejo la que había hecho la pregunta.
Sofía apretó el dedo índice contra la nariz del espejo y dijo:
—Tú eres yo:
Al no recibir ninguna respuesta, dio la vuelta a la pregunta y dijo:
8
—Yo soy tu.
Sofía Amundsen no había estado nunca muy contenta con su aspecto. Le decían
a menudo que tenía bonitos ojos almendrados, pero seguramente se lo dirían porque
su nariz era demasiado pequeña y la boca un poco grande. Además, tenía las orejas
demasiado cerca de los ojos. Lo peor de todo era ese pelo liso que resultaba imposible
de arreglar. A veces su padre le acariciaba el pelo llamándola la muchacha de los
cabellos de lino», como la pieza de música de Claude Debussy. Era fácil para él, que
no estaba condenado a tener ese pelo negro colgando durante toda su vida. En el pelo
de Sofía no servían ni el gel ni el spray.
A veces pensaba que le había tocado un aspecto tan extraño que se preguntaba
si no estaría mal hecha. Por lo menos había oído hablar a su madre de un parto difícil.
¿Era realmente el parto lo que decidía el aspecto que uno iba a tener?
—¿No resultaba extraño el no saber quien era? ¿No era también injusto no haber
podido decidir su propio aspecto? Simplemente había surgido así como así. A lo mejor
podría elegir a sus amigos, pero no se había elegido a sí misma. Ni siquiera había
elegido ser un ser humano.
¿Qué era un ser humano?
Sofía volvió a mirar a la chica del espejo.
—Creo que me subo para hacer los deberes de naturales —dijo, como si quisiera
disculparse. Un instante después, se encontraba en la entrada.
No, prefiero salir al jardín, pensó.
—¡Misi, misi, misi, misi!
Sofía cogió al gato, lo sacó fuera y cerró la puerta tras ella.
Cuando se encontró en el caminito de gravilla con la misteriosa carta en la mano,
tuvo de repente una extraña sensación. Era como si fuese una muñeca que por arte de
magia hubiera cobrado vida.
¿No era extraño estar en el mundo en este momento, poder caminar como por un
maravilloso cuento?
Sherekan saltó ágilmente por la gravilla y se metió entre unos túpidos arbustos de
grosellas. Un gato vivo, desde los bigotes blancos hasta el rabo juguetón en el
extremo de su cuerpo liso. También él estaba en el jardín, pero seguramente no era
consciente de ello de la misma manera que Sofía.
Conforme Sofía iba pensando en que existía, también le daba por pensar en el
hecho de que no se quedaría aquí eternamente.
Estoy en el mundo ahora, pensó. Pero un día habré desaparecido del todo.
¿Habría alguna vida mas alla de la muerte? El gato ignoraría también esa cuestión
por completo?
La abuela de Sofía había muerto hacía poco. Casi a diario durante medio año había
pensado cuánto la echaba de menos. ¿No era injusto que la vida tuviera que acabarse9
alguna vez?
En el camino de gravilla Sofía se quedó pensando. Intentó pensar intensamente
en que existía para de esa forma olvidarse de que no se quedaría aquí para siempre.
Pero  resultó  imposible.  En  cuanto  se  concentraba  en  el  hecho  de  que  existía,
inmediatamente surgía la idea del fin de la vida. Lo mismo pasaba a la inversa: cuando
había conseguido tener una fuerte sensación de que un día desaparecería del todo,
entendía realmente lo enormemente valiosa que es la vida. Era como  la cara y la cruz
de una moneda, una moneda a la que daba vueltas constantemente. Cuanto más
grande y nítida se veía una de las caras, mayor y más nítida se veía también la otra. La
vida y la muerte eran como dos caras del mismo asunto.
No se puede tener la sensación de existir sin tener también la sensación de tener
que morir, pensó. De la misma manera, resulta igualmente imposible pensar que uno
va a morir, sin pensar al mismo tiempo en lo fantástico que es vivir.
Sofía se acordó de que su abuela había dicho algo parecido el día en que el médico
le había dicho que estaba enferma. Hasta ahora no he entendido lo valiosa que es la
vida», había dicho.
¿No era triste que la mayoría de la gente tuviera que ponerse enferma para darse
cuenta de lo agradable que es vivir? ¿Necesitarían acaso una carta misteriosa en el
buzón?
Quizás debiera mirar si había algo más en el buzón. Sofía corrió hacia la verja y
levantó la tapa verde. Se sobresaltó al descubrir un sobre idéntico al primero. ¿Se
había asegurado de mirar si el buzón se había quedado vacío del todo la primera vez?
También en este sobre ponía su nombre. Abrió el sobre y sacó una nota igual que
la primera. ¿De dónde viene el mundo?, ponía.
No tengo la más remota idea, pensó Sofía. Nadie sabe esas cosas, supongo. Y sin
embargo, Sofía pensó que era una pregunta justificada. Por primera vez en su vida
pensó que casi no tenía justificación vivir en un mundo sin preguntarse siquiera de
dónde venía ese mundo.
Las cartas misteriosas la habían dejado tan aturdida que decidió ir a sentarse al
Callejón.
El Callejón era el escondite secreto de Sofía. Solo iba allí cuando estaba muy
enfadada, muy triste o muy contenta. Ese día sólo estaba confundida.
La casa roja estaba dentro de un gran jardín. Y en el jardín había muchas partes,
arbustos de bayas, diferentes frutales, un gran césped con mecedora e incluso un
pequeño cenador que el abuelo le había construido a la abuela cuando perdió a su
primer hijo, a las pocas semanas de nacer. La pobre pequeña se llamaba Marie. En la
lápida ponía:
«La pequeña Marie llegó, nos saludó y se dio la vuelta.
En un rincón del jardín, detrás de todos los frambuesos, había una maleza tupida
10
donde no crecían ni flores ni frutales. En realidad, era un viejo seto que servía de
frontera con el gran bosque, pero nadie lo había cuidado en los últimos veinte años,
y se había convertido en una maleza impenetrable. La abuela había contado que el
seto había dificultado el paso a las zorras que durante la guerra venían a la caza de las
gallinas que andaban sueltas por el jardín.
Para todos menos para Sofía, el viejo seto resultaba tan inútil como las jaulas de
conejos dentro del jardín. Pero eso era porque no conocían el secreto de Sofía.
Desde  que  Sofía  podía  recordar,  había  conocido  la  existencia  del  seto.  Al
atravesarlo encogida, llegaba a un espacio grande y abierto entre los arbustos. Era
como una pequeña cabaña. Podía estar segura de que nadie la encontraría allí.
Sofía se fue corriendo por el jardín con las dos cartas en la mano. Se tumbó para
meterse por el seto. El Callejón era tan grande que casi podía estar de pie, pero ahora
se sentó sobre unas gruesas raíces. Desde allí podía mirar hacia fuera a través de un
par de minúsculos agujeros entre las ramas y las hojas. Aunque ninguno de los
agujeros era mayor que una moneda de cinco coronas, tenía una especie de vista
panorámica de todo el jardín. De pequeña, le gustaba observar a sus padres cuando
andaban buscándola entre los árboles.
A Sofía el jardín siempre le había parecido un mundo en sí. Cada vez que oía hablar
del jardín del Edén en el Génesis, se imaginaba sentada en su callejón contemplando
su propio paraíso.
«¿De dónde viene el mundo?»
Pues no lo sabía. Sofía sabía que la Tierra no era sino un pequeño planeta en el
inmenso universo. ¿Pero de dónde venía el universo?
Podría ser, naturalmente, que el universo hubiera existido siempre; en ese caso, no
sería preciso buscar una respuesta sobre su procedencia. ¿Pero podía existir algo
desde siempre? Había algo dentro de ella que protestaba contra eso. Todo lo que es,
tiene que haber tenido un principio, ¿no? De modo que el universo tuvo que haber
nacido en algún momento de algo distinto.
Pero si el universo hubiera nacido de repente de otra cosa, entonces esa otra cosa
tendría a su vez que haber nacido de otra cosa. Sofía entendió que simplemente había
aplazado el problema. Al fin y al cabo, algo tuvo que surgir en algún momento de
donde no había nada de nada. ¿Pero era eso posible? ¿No resultaba eso tan imposible
como pensar que el mundo había existido siempre?
En el colegio aprendían que Dios había creado el mundo, y ahora Sofía intentó
aceptar esa solución al problema como la mejor. Pero volvió a pensar en lo mismo.
Podía aceptar que Dios había creado el universo, pero y el propio Dios, ¿qué? ¿Se creó
él a sí mismo partiendo de la nada? De nuevo había algo dentro de ella que se
rebelaba. Aunque Dios seguramente pudo haber creado esto y aquello, no habría
sabido crearse a si mismo sin tener antes un sí mismo» con lo que crear. En ese caso,
sólo quedaba una posibilidad: Dios había existido siempre. ¡Pero si ella ya había11
rechazado esa posibilidad! Todo lo que existe tiene que haber tenido un principio.
—¡Caray!
Vuelve a abrir los dos sobres.
«¿Quién eres?»
«¿De dónde viene el mundo?»
¡Qué preguntas tan maliciosas! ¿Y de dónde venían las dos cartas? Eso era casi
igual de misterioso
¿Quién había arrancado a Sofía de lo cotidiano para de repente ponerla ante los
grandes enigmas del universo?
Por tercera vez Sofía se fue al buzón.
El cartero acababa de dejar el correo del día. Sofía recogió un grueso montón de
publicidad, periódicos y un par de cartas para su madre. También había una postal con
la foto de una playa del sur. Dio la vuelta a la postal. Tenía sellos noruegos y un sello
en el que ponía Batallón de las Naciones Unidas». ¿Sería de su padre? ¿Pero no estaba
en otro sitio? Además, no era su letra.
Sofía notó que se le aceleraba el pulso al leer el nombre del destinatario: Hilde
Møller  Knag  c/o  Sofía  Amundsen,  Camino  del  Trébol  3...  ».  La  dirección  era  la
correcta. La postal decía:
Querida Hilde: Te felicito de todo corazón por tu decimoquinto cumpleaños.
Cómo puedes ver, quiero hacerte un regalo con el que podrás crecer. Perdóname
por enviar la postal a Sofía. Resulta más fácil así.
Con todo cariño, papá.
Sofía volvió corriendo a la cocina. Sentía como un huracán dentro de ella.
¿Quién era esa Hilde que cumplía quince años poco más de un mes antes del día
en que también ella cumplía quince años?
Sofía cogió la guía telefónica de la entrada. Había muchos Møller Knag.
Volvió a estudiar la misteriosa postal. Sí, era autentica, con sello v matasellos.
¿Porqué un padre iba a enviar una felicitación a la dirección de Sofía cuando estaba
clarísimo que iba destinada a otra persona? ¿Qué padre privaría a su hija de la ilusión
de recibir una tarjeta de cumpleaños enviándola a otras señas? ¿Por qué resultaba
«más fácil así»! Y ante todo: ¿cómo encontraría a Hilde?
De esta manera Sofía tuvo otro problema más en que meditar. Intentó ordenar sus
pensamientos de nuevo:
Esa tarde, en el transcurso de un par de horas, se había encontrado con
tres enigmas. Uno era quién había metido los dos sobres blancos en su buzón. El
segundo era aquellas difíciles preguntas que presentaban esas cartas. El tercer enigma
era quien era Hilde Møller Knag y por qué Sofía había recibido una felicitación de
12
cumpleaños para aquella chica desconocida.
Estaba segura de que los tres enigmas estaban, de alguna manera, relacionados
entre si, porque justo hasta ese día había tenido una vida completamente normal.13
El sombrero de copa
... lo único que necesitamos para convertirnos en buenos filósofos
es la capacidad de asombro...
Sofía  dio  por  sentado  que  la  persona  que  había  escrito  las  cartas  anónimas
volvería a ponerse en contacto con ella. Mientras tanto, optó por no decir nada a
nadie sobre este asunto.
En el instituto le resultaba difícil concentrarse en lo que decía el profesor; le
parecía que sólo hablaba de cosas sin importancia. ¿Porqué no hablaba de lo que es
el ser humano, o de lo que es el mundo y de cual fue su origen?
Tuvo una sensación que jamás había tenido antes: en el instituto y en todas partes
la gente se interesaba solo por cosas más o menos fortuitas. Pero también había
algunas cuestiones grandes y difíciles cuyo estudio era mucho mas importante que
las asignaturas corrientes del colegio.
¿Conocía alguien las respuestas a preguntas de ese tipo? A Sofía, al menos, le
parecía  mas  importante  pensar  en  ellas  que  estudiarse  de  memoria  los  verbos
irregulares.
Cuando sonó la campana al terminar la ultima clase, salió tan deprisa del patio que
Jorunn tuvo que correr para alcanzarla.
Al cabo de un rato Jorunn dijo:
—¿Vamos a jugar a las cartas esta tarde?
Sofía se encogió de hombros.
—Creo que ya no me interesa mucho jugar a las cartas.
Jorunn puso una cara como si se hubiese caído la luna.
—¿Ah, no? ¿Quieres que juguemos al bádminton?
Sofía mira fijamente al asfalto y luego a su amiga.
—Creo que tampoco me interesa mucho el bádminton.
—¡Pues vale!
Sofía detectó una sombra de amargura en la voz de Jorunn.
—¿Me  podrías  decir  entonces  qué  es  lo  que  tan  de  repente  es  mucho  más
importante?
Sofía negó con la cabeza.
—Es... es un secreto.
—¡Bah! ¡Seguro que te has enamorado!
Anduvieron un buen rato sin decir nada. Cuando llegaron al campo de fútbol,
Jorunn dijo:
—Cruzo por el campo.
14
«Por el campo.»
Ese era el camino más rápido para Jorunn, el que tomaba sólo cuando tenía que irse
rápidamente a casa para llegar a alguna reunión o al dentista.
Sofía  se  sentía  triste  por  haber  herido  a  su  amiga.  ¿Pero  qué  podría  haberle
contestado? ¿Qué de repente le interesaba tanto quién era y de donde surge el mundo
que no tenía tiempo de jugar al bádminton? ¿Lo habría entendido su amiga?
¿Por qué tenía que ser tan difícil interesarse por las cuestiones más importantes y,
de alguna manera, más corrientes de todas?
Al abrir el buzón notó que el corazón le latía más deprisa. Al principio, solo
encontró una carta del banco v unos grandes sobres amarillos para su madre. ¡Qué
pena! Sofía había esperado ansiosa una nueva carta del remitente desconocido.
Al cerrar la puerta de la verja, descubrió su nombre en uno de los sobres grandes.
Al dorso, por donde se abría, ponía:
Curso de filosofía. Trátese con mucho cuidado.
Sofía corrió por el camino de gravilla y dejó su mochila en la escalera. Metió las
demás cartas bajo el felpudo, salió corriendo al jardín y buscó refugio en el Callejón.
Ahí tenía que abrir el sobre grande.
Sherekan vino corriendo detrás, pero no importaba. Sofía estaba segura de que el
gato no se chivaría.
En el sobre había tres hojas grandes escritas a maquina y unidas con un clip. Sofía
empezó a leer.
¿Qué es la filosofía?
Querida  Sofía.  Muchas  personas  tienen  distintos  hobbies.  Unas
coleccionan monedas antiguas o sellos, a otras les gustan las labores, y otras
emplean la mayor parte de su tiempo libre en la práctica de algún deporte.
A muchas les gusta también la lectura. Pero lo que leemos es muy variado.
Unos leen sólo periódicos o cómics, a algunos les gustan las novelas, y otros
prefieren libros sobre distintos temas, tales como la astronomía, la fauna o los
inventos tecnológicos.
Aunque a mí me interesen los caballos o las piedras preciosas, no puedo
exigir que todos los demás tengan los mismos intereses que yo. Si sigo con
gran interés todas las emisiones deportivas en la televisión, tengo que tolerar
que otros opinen que el deporte es aburrido
¿Hay, no obstante, algo que debería interesar a todo el mundo? ¿Existe
algo  que  concierna  a  todos  los  seres  humanos,  independientemente  de
quiénes  sean  o  de  en  qué  parte  del  mundo  vivan?  Sí,  querida  Sofía,  hay
algunas  cuestiones  que  deberían  interesar  a  todo  el  mundo.  Sobre  esas
cuestiones trata este curso.
¿Qué es lo más importante en la vida? Si preguntamos a una persona que15
se encuentra en el límite del hambre, la respuesta será comida. Si dirigimos
la  misma  pregunta  a  alguien  que  tiene  frío,  la  respuesta  será  calor.  Y  si
preguntamos a una persona que se siente sola, la respuesta seguramente será
estar con otras personas.
Pero con todas esas necesidades cubiertas, ¿hay todavía algo que todo el
mundo necesite? Los filósofos opinan que sí. Opinan que el ser humano no vive
sólo de pan.
Es evidente que todo el mundo necesita comer. Todo el mundo necesita
también amor y cuidados. Pero aún hay algo más que todo el mundo necesita.
Necesitamos encontrar una respuesta a quién somos y por qué vivimos.
Interesarse por el por qué vivimos no es, por lo tanto, un interés tan fortuito
o tan casual como, por ejemplo, coleccionar sellos. Quien se interesa por
cuestiones de ese tipo está preocupado por algo que ha interesado a los seres
humanos desde que viven en este planeta. El cómo ha nacido el universo, el
planeta y la vida aquí, son preguntas más grandes y más importantes que
quién ganó más medallas de oro en los últimos juegos olímpicos de invierno.
La mejor manera de aproximarse a la filosofía es plantear algunas preguntas
filosóficas:
¿Cómo se creó el mundo? ¿Existe alguna voluntad o intención detrás de
lo  que  sucede?  ¿Hay  otra  vida  después  de  la  muerte?  ¿Cómo  podemos
solucionar problemas de ese tipo? Y, ante todo: ¿cómo debemos vivir?
En todas las épocas, los seres humanos se han hecho preguntas de este
tipo. No se conoce ninguna cultura que no se haya preocupado por saber
quiénes son los seres humanos y de dónde procede el mundo.
En realidad, no son tantas las preguntas filosóficas que podemos hacernos.
Ya hemos formulado algunas de las más importantes. No obstante, la historia
nos muestra muchas respuestas diferentes a cada una de las preguntas que
nos hemos hecho.
Vemos,  pues,  que  resulta  más  fácil  hacerse  preguntas  filosóficas  que
contestarlas.
También hoy en día cada uno tiene que buscar sus propias respuestas a
esas mismas preguntas. No se puede consultar una enciclopedia para ver si
existe Dios o si hay otra vida después de la muerte. La enciclopedia tampoco
nos proporciona una respuesta a cómo debemos vivir. No obstante, a la hora
de formar nuestra propia opinión sobre la vida, puede resultar de gran ayuda
leer lo que otros han pensado.
La búsqueda de la verdad que emprenden los filósofos podría compararse,
quizás, con una historia policiaca. Unos opinan que Andersen es el asesino,
otros creen que es Nielsen o Jepsen. Cuando se trata de un verdadero misterio
policiaco, puede que la policía llegue a descubrirlo algún día. Por otra parte,
también puede ocurrir que nunca lleguen a desvelar el misterio. No obstante,
el misterio sí tiene una solución.
16
Aunque  una  pregunta  resulte  difícil  de  contestar  puede,  sin  embargo,
pensarse que tiene una, y sólo una respuesta correcta. O existe una especie
de vida después de la muerte, o no existe.
A  través  de  los  tiempos,  la  ciencia  ha  solucionado  muchos  antiguos
enigmas. Hace mucho era un gran misterio saber cómo era la otra cara de la
luna.  Cuestiones  como  ésas  eran  difícilmente  discutibles;  la  respuesta
dependía de la imaginación de cada uno. Pero, hoy en día, sabemos con
exactitud cómo es la otra cara de la luna. Ya no se puede «creer» que hay un
hombre en la luna, o que la luna es un queso.
Uno de los viejos filósofos griegos que vivió hace más de dos mil años
pensaba que la filosofía surgió debido al asombro de los seres humanos. Al ser
humano le parece tan extraño existir que las preguntas filosóficas surgen por
sí solas, opinaba él.
Es como cuando contemplamos juegos de magia: no entendemos cómo
puede  haber  ocurrido  lo  que  hemos  visto.  Y  entonces  nos  preguntamos
justamente  eso:  ¿cómo  ha  podido  convertir  el  prestidigitador  un  par  de
pañuelos de seda blanca en un conejo vivo?
A muchas personas, el mundo les resulta tan inconcebible como cuando
el  prestidigitador  saca  un  conejo  de  ese  sombrero  de  copa  que  hace  un
momento estaba completamente vacío.
En cuanto al conejo, entendemos que el prestidigitador tiene que habernos
engañado. Lo que nos gustaría desvelar es cómo ha conseguido engañarnos.
Tratándose del mundo, todo es un poco diferente. Sabemos que el mundo no
es trampa ni engaño, pues nosotros mismos andamos por la Tierra formando
una parte del mismo. En realidad, nosotros somos el conejo blanco que se
saca del sombrero de copa. La diferencia entre nosotros y el conejo blanco es
simplemente que el conejo no tiene sensación de participar en un juego de
magia.  Nosotros  somos  distintos.  Pensamos  que  participamos  en  algo
misterioso y nos gustaría desvelar ese misterio.
P.  D.  En  cuanto  al  conejo  blanco,  quizás  convenga  compararlo  con  el
universo entero. Los que vivimos aquí somos unos bichos minúsculos que
vivimos muy dentro de la piel del conejo. Pero
los filósofos intentan subirse por encima de uno de esos fines pelillos para
mirar a los ojos al gran prestidigitador.
¿Me sigues, Sofía? Continúa.
Sofía estaba agotada. ¿Si le seguía? No recordaba haber respirado durante toda la
lectura.
¿Quién había traído la carta? ¿Quién, quién?
No podía ser la misma persona que había enviado la postal a Hilde Møller Knag,17
pues  la  postal  llevaba  sello  y  matasellos.  El  sobre  amarillo  había  sido  metido
directamente en el buzón, igual que los dos sobres blancos.
Sofía miró el reloj. Sólo eran las tres menos cuarto. Faltaban casi dos horas para
que su madre volviera del trabajo.
Sofía salió de nuevo al jardín y se fue corriendo hacia el buzón. ¿Y si había algo
más?
Encontró otro sobre amarillo con su nombre. Miró a su alrededor, pero no vio a
nadie. Se fue corriendo hacia donde empezaba el bosque y miró fijamente al sendero.
Tampoco ahí se veía un alma.
De repente, le pareció oír el crujido de alguna rama en el interior del bosque. No
estaba totalmente segura, sería imposible, de todos modos, correr detrás si alguien
intentaba escapar.
Sofía se metió en casa de nuevo y dejó la mochila y el correo para su madre. Subió
deprisa a su habitación, sacó la caja grande donde guardaba las piedras bonitas, las
echó al suelo y metió los dos sobres grandes en la caja. Luego volvió al jardín con la
caja en los brazos. Antes de irse, sacó comida para Sherekan.
De vuelta en el Callejón, abrió el sobre y sacó varias nuevas hojas escritas a
maquina. Empezó a leer.
Un ser extraño
Aquí estoy de nuevo. Como ves, este curso de filosofía llegará en pequeñas
dosis. He aquí unos comentarios más de introducción.
¿Dije ya que lo único que necesitamos para ser buenos filósofos es la
capacidad  de  asombro?  Si  no  lo  dije,  lo  digo  ahora:  LO  ÚNICO  QUE
NECESITAMOS PARA SER BUENOS FILÓSOFOS ES LA CAPACIDAD DE
ASOMBRO.
Todos los niños pequeños tienen esa capacidad. No faltaría más. Tras unos
cuantos meses, salen a una realidad totalmente nueva. Pero conforme van
creciendo, esa capacidad de asombro parece ir disminuyendo. ¿A qué se
debe? ¿Conoce Sofía Amundsen la respuesta a esta pregunta?
Veamos: si un recién nacido pudiera hablar, seguramente diría algo de ese
extraño mundo al que ha llegado. Porque, aunque el niño no sabe hablar,
vemos cómo señala las cosas de su alrededor y cómo intenta agarrar con
curiosidad las cosas de la habitación.
Cuando empieza a hablar, el niño se para y grita «guau, guau» cada vez
que ve un perro. Vemos cómo da saltos en su cochecito, agitando los brazos
y gritando «guau, guau, guau, guau». Los que ya tenemos algunos años a lo
mejor nos sentimos un poco agobiados por el entusiasmo del niño. «Sí, sí, es
un guau, guau», decimos, muy conocedores del mundo, «tienes que estarte
quietecito  en  el  coche».  No  sentimos  el  mismo  entusiasmo.  Hemos  visto
perros antes.
18
Quizás se repita este episodio de gran entusiasmo unas doscientas veces,
antes de que el niño pueda ver pasar un perro sin perder los estribos. O un
elefante o un hipopótamo. Pero antes de que el niño haya aprendido a hablar
bien, y mucho antes de que aprenda a pensar filosóficamente, el mundo se ha
convertido para él en algo habitual.
¡Una pena, digo yo!
Lo que a mí me preocupa es que tú seas de los que toman el mundo como
algo asentado, querida Sofía. Para asegurarnos, vamos a hacer un par de
experimentos mentales, antes de iniciar el curso de filosofía propiamente.
Imagínate que un día estás de paseo por el bosque. De pronto descubres
una pequeña nave espacial en el sendero delante de ti. De la nave espacial
sale un pequeño marciano que se queda parado, mirándote fríamente.
¿Qué habrías pensado tú en un caso así? Bueno, eso no importa, ¿pero se
te ha ocurrido alguna vez pensar que tu misma eres una marciana?
Es cierto que no es muy probable que te vayas a topar con un ser de otro
planeta. Ni siquiera sabemos si hay vida en otros planetas. Pero puede ocurrir
que te topes contigo misma. Puede que de pronto un día te detengas, y te
veas  de  una  manera  completamente  nueva.  Quizás  ocurra  precisamente
durante un paseo por el bosque.
Soy un ser extraño, pensarás. Soy un animal misterioso.
Es  como  si  te  despertaras  de  un  larguísimo  sueño,  como  la  Bella
Durmiente. ¿Quién soy?, te preguntarás. Sabes que gateas por un planeta en
el universo. ¿Pero qué es el universo?
Si llegas a descubrirte a ti misma de ese modo, habrás descubierto algo
igual de misterioso que aquel marciano que mencionamos hace un momento.
No sólo has visto un ser del espacio, sino que sientes desde dentro que tú
misma eres un ser tan misterioso como aquél.
¿Me sigues todavía, Sofía? Hagamos otro experimento mental.
Una mañana, la madre, el padre y el pequeño Tomas, de dos o tres años,
están sentados en la cocina desayunando. La madre se levanta de la mesa y
va hacia la encimera, y entonces el padre empieza, de repente, a flotar bajo el
techo, mientras Tomás se le queda mirando.
¿Qué crees que dice Tomás en ese momento? Quizás señale a su papá
y diga: «¡Papá está flotando!».
Tomás se sorprendería, naturalmente, pero se sorprende muy a menudo.
Papá hace tantas cosas curiosas que un pequeño vuelo por encima de la mesa
del desayuno no cambia mucho las cosas para Tomás. Su papá se afeita cada
día con una extraña maquinilla, otras veces trepa hasta el tejado para girar la
antena de la tele, o mete la cabeza en el motor de un coche y la saca negra.
Ahora le toca a mamá. Ha oído lo que acaba de decir Tomás y se vuelve
decididamente. ¿Cómo reaccionará ella ante el espectáculo del padre volando
libremente por encima de la mesa de la cocina?
Se le cae instantáneamente el frasco de mermelada al suelo y grita de19
espanto.  Puede  que  necesite  tratamiento  médico  cuando  papá  haya
descendido nuevamente a su silla. (¡Debería saber que hay que estar sentado
cuando se desayuna!)
¿Por qué crees que son tan distintas las reacciones de Tomás y las de su
madre? Tiene que ver con el hábito.
(¡Toma nota de esto!) La madre ha aprendido que los seres humanos no
saben volar. Tomás no lo ha aprendido. El sigue dudando de lo que se puede
y no se puede hacer en este mundo.
¿Pero y el propio mundo, Sofía? ¿Crees que este mundo puede flotar?
¿También este mundo está volando libremente?
Lo triste es que no sólo nos habituamos a la ley de la gravedad conforme
vamos haciéndonos mayores. Al mismo tiempo, nos habituamos al mundo tal
y como es.
Es como si durante el crecimiento perdiéramos la capacidad de dejarnos
sorprender por el mundo. En ese caso, perdemos algo esencial, algo que los
filósofos intentan volver a despertar en nosotros. Porque hay algo dentro de
nosotros mismos que nos dice que la vida en sí es un gran enigma.
Es algo que hemos sentido incluso mucho antes de aprender a pensarlo.
Puntualizo: aunque las cuestiones filosóficas conciernen a todo el mundo,
no todo el mundo se convierte en filósofo. Por diversas razones, la mayoría se
aferra tanto a lo cotidiano que el propio asombro por la vida queda relegado a
un  segundo  plano.  (Se  adentran  en  la  piel  del  conejo,  se  acomodan  y  se
quedan allí para el resto de su vida.)
Para los niños, el mundo —y todo lo que hay en él— es algo nuevo, algo
que provoca su asombro. No es así para todos los adultos. La mayor parte de
los adultos ve el mundo como algo muy normal.
Precisamente  en  este  punto  los  filósofos  constituyen  una  honrosa
excepción. Un filósofo jamás ha sabido habituarse del todo al mundo. Para él
o ella, el mundo sigue siendo algo desmesurado, incluso algo enigmático y
misterioso.
Por  lo  tanto,  los  filósofos  y  los  niños  pequeños  tienen  en  común  esa
importante  capacidad.  Se  podría  decir  que  un  filósofo  sigue  siendo  tan
susceptible como un niño pequeño durante toda la vida.
De modo que puedes elegir, querida Sofía. ¿Eres una niña pequeña que aún
no ha llegado a ser la perfecta conocedora del mundo? ¿O eres una filósofa
que puede jurar que jamás lo llegará a conocer?
Si simplemente niegas con la cabeza y no te reconoces ni en el niño ni en
el filósofo, es porque tú también te has habituado tanto al mundo que te ha
dejado de asombrar. En ese caso corres peligro. Por esa razón recibes este
curso de filosofía, es decir, para asegurarnos. No quiero que tú justamente
estés entre los indolentes e indiferentes. Quiero que vivas una vida despierta.
Recibirás el curso totalmente gratis. Por eso no se te devolverá ningún
20
dinero si no lo terminas. No obstante, si quieres interrumpirlo, tienes todo tu
derecho a hacerlo. En ese caso, tendrás que dejarme una señal en el buzón.
Una rana viva estaría bien. Tiene que ser algo verde también; de lo contrario,
el cartero se asustaría demasiado.
Un breve resumen: se puede sacar un conejo blanco de un sombrero de
copa  vacío.  Dado  que  se  trata  de  un  conejo  muy  grande,  este  truco  dura
muchos miles de millones de años. En el extremo de los finos pelillos de su
piel  nacen  todas  las  criaturas  humanas.  De  esa  manera  son  capaces  de
asombrarse por el imposible arte de la magia.
Pero conforme se van haciendo mayores, se adentran cada vez más en la
piel del conejo, y allí se quedan. Están tan a gusto y tan cómodos que no se
atreven a volver a los finos pelillos de la piel. Solo los filósofos emprenden ese
peligroso  viaje  hacia  los  límites  extremos  del  idioma  y  de  la  existencia.
Algunos de ellos se quedan en el camino, pero otros se agarran fuertemente
a  los  pelillos  de  la  piel  del  conejo  y  gritan  a  todos  los  seres  sentados
cómodamente muy dentro de la suave piel del conejo, comiendo y bebiendo
estupendamente:
—Damas y caballeros —dicen—. Flotamos en el vacío.
Pero esos seres de dentro de la piel no escuchan a los filósofos.
—¡Ah, qué pesados! —dicen.
Y continúan charlando como antes:
—Dame  la  mantequilla.  ¿Cómo  va  la  bolsa  hoy?  ¿A  cómo  están  los
tomates? ¿Has oído que Lady Di espera otro hijo?
Cuando la madre de Sofía volvió a casa más tarde, Sofía se encontraba en un
estado de shock. La caja con las cartas del misterioso filósofo se encontraban bien
guardadas en el Callejón. Sofía había intentado empezar a hacer sus deberes, por lo
que se quedó pensando y meditando sobre lo que había leído.
¡Había tantas cosas en las que nunca había pensado antes! Ya no era una niña,
pero tampoco era del todo adulta.
Sofía entendió que ya había empezado a adentrarse en la espesa piel de ese conejo
que se había sacado del negro sombrero de copa del universo. Pero el filósofo la había
detenido.
—El, —¿o sería ella?— la había agarrado fuertemente y la había sacado hasta el
pelillo de la piel donde había jugado cuando era niña. Y ahí, en el extremo del pelillo,
había vuelto a ver el mundo como si lo viera por primera vez.
El filósofo la había rescatado; de eso no cabía duda. El desconocido remitente de
cartas la había salvado de la indiferencia de la vida cotidiana.
Cuando su madre llegó a casa, sobre las cinco de la tarde, Sofía la llevó al salón y
la obligó a sentarse en un sillón.
—¿Mama, no te parece extraño vivir? —empezó.21
La madre se quedó tan aturdida que no supo qué contestar. Sofía solía estar
haciendo los deberes cuando ella volvía del trabajo.
—Bueno —dijo—. A veces sí.
—¿A veces? Lo que quiero decir es si no te parece extraño que exista un mundo.
—Pero, Sofía, no debes hablar así.
—¿Por qué no? ¿Entonces, acaso te parece el mundo algo completamente normal?
—Pues claro que lo es. Por regla general, al menos.
Sofía entendió que el filósofo tenía razón. Para los adultos, el mundo era algo
asentado. Se habían metido de una vez por todas en el sueño cotidiano de la Bella
Durmiente.
—¡Bah! Simplemente estás tan habituada al mundo que te ha dejado de asombrar
—dijo.
—¿Qué dices?
—Digo que estás demasiado habituada al mundo. Completamente atrofiada,
vamos.
—Sofía, no te permito que me hables así.
—Entonces, lo diré de otra manera. Te has acomodado bien dentro de la piel de ese
conejo que acaba de ser sacado del negro sombrero de copa del universO. Y ahora
pondrás las patatas a cocer, y luego leerás el periódico, y después de media hora de
siesta verás el telediario.
El rostro de la madre adquirió un aire de preocupación. Como estaba previsto, se
fue a la cocina a poner las patatas a hervir. Al cabo de un rato, volvió a la sala de estar
y ahora fue ella la que empujó a Sofía hacia un sillón.
—Tengo que hablar contigo sobre un asunto —empezó a decir.
Por el tono de su voz, Sofía entendió que se trataba de algo serio.
—¿No te habrás metido en algo de drogas, hija mía?
Sofía  se  echó  a  reír,  pero  entendió  por  que  esta  pregunta  había  surgido
exactamente en esta situación.
—¡Estas loca! —dijo—. Las drogas te atrofian aún mas. Y no se dijo nada más
aquella tarde, ni sobre drogas, ni sobre el conejo blanco.
22
Los mitos
... un delicado equilibrio de poder entre las fuerzas del bien y del
mal...
A la mañana siguiente, no había ninguna carta para Sofía en el buzón. Pasó
aburrida el largo día en el instituto, procurando ser muy amable con Jorunn en los
recreos. En el camino hacia casa, comenzaron a hacer planes para una excursión con
tienda de campaña en cuanto se secara el bosque.
De nuevo se encontró delante del buzón. Primero abrió una carta que llevaba un
matasellos de México. Era una postal de su padre en la que decía que tenía muchas
ganas de ir a casa, y que había ganado al Piloto jefe al ajedrez por primera vez. Y
también que casi había terminado los veinte kilos de libros que se había llevado a
bordo después de las vacaciones de invierno.
Y había, además, un sobre amarillo con el nombre de Sofía escrito. Abrió la puerta
de la casa y dejó dentro la cartera y el correo, antes de irse corriendo al Callejón. Sacó
nuevas hojas escritas a máquina y comenzó a leer.
La visión mítica del mundo
¡Hola, Sofía! Tenemos mucho que hacer, de modo que empecemos ya.
Por  filosofía  entendemos  una  manera  de  pensar  totalmente  nueva  que
surgió en Grecia alrededor del año600 antes de Cristo.
Hasta entonces, habían sido las distintas religiones las que habían dado a
la  gente  las  respuestas  a  todas  esas  preguntas  que  se  hacían.  Estas
explicaciones religiosas se transmitieron de generación en generación a través
de los mitos.
Un  mito  es  un  relato  sobre  dioses,  un  relato  que  pretende  explicar  el
principio de la vida.
Por todo el mundo ha surgido, en el transcurso de los milenios, una enorme
flora de explicaciones míticas a las cuestiones filosóficas. Los filósofos griegos
intentaron  enseñar  a  los  seres  humanos  que  no  debían  fiarse  de  tales
explicaciones.
Para  poder  entender  la  manera  de  pensar  de  los  primeros  filósofos,
necesitamos comprender lo que quiere decir tener una visión mítica del mundo.
Utilizaremos como ejemplos algunas ideas de la mitología nórdica; no hace
falta cruzar el río para coger agua.
Seguramente habrás oído hablar de Tor y su martillo.
Antes de que el cristianismo llegara a Noruega, la gente creía que Tor23
viajaba por el cielo en un carro tirado por dos machos cabríos.
Cuando agitaba su martillo, había truenos y rayos.
La palabra noruega «torden» (truenos) significa precisamente eso, «ruidos
de Tor».
Cuando  hay  rayos  y  truenos,  también  suele  llover.  La  lluvia  tenía  una
importancia vital para los agricultores en la época vikinga; por eso Tor fue
adorado como el dios de la fertilidad.
Es  decir:  la  respuesta  mítica  a  por  que  llueve,  era  que  Tor  agitaba  su
martillo; y, cuando llovía, todo crecía bien en el campo.
Resultaba en sí incomprensible cómo las plantas en el campo crecían y
daban frutos, pero los agricultores intuían que tenía que ver con la lluvia. Y,
además, todos creían que la lluvia tenía algo que ver con Tor, lo que le convirtió
en uno de los dioses más importantes del Norte.
Tor también era importante en otro contexto, en un contexto que tenía que
ver con todo el concepto del mundo.
Los  vikingos  se  imaginaban  que  el  mundo  habitado  era  una  isla
constantemente amenazada por peligros externos. A esa parte del mundo la
llamaban Midgard (el patio en el medio), es decir, el reino situado en el medio.
En Midgard se encontraba además Asgard (el patio de los dioses), que era el
hogar de los dioses. Fuera de Midgard estaba Urgard (el patio de fuera), es
decir,  el  reino  que  se  encontraba  fuera.  Aquí  vivían  los  peligrosos  trolls
(gigantes), que constantemente intentaban destruir el mundo mediante astutos
trucos.
A esos monstruos malvados se les suele llamar «fuerzas del caos». Tanto
en la religión nórdica como en la mayor parte de otras culturas, los seres
humanos tenían la sensación de que había un delicado equilibro de poder entre
las fuerzas del bien y del mal.
Los trolls podían destruir Midgard raptando a la diosa de la fertilidad, Freya.
Si lo lograban, en los campos no crecería nada y las mujeres no darían a luz.
Por eso era tan importante que los dioses buenos pudieran mantenerlos en
jaque.
También en este sentido Tor jugaba un papel importante. Su martillo no sólo
traía la lluvia, sino que también era un arma importante en la lucha contra las
fuerzas peligrosas. El martillo le daba un poder casi ilimitado. Por ejemplo,
podía echarlo tras los trolls y matarlos. Y además, no tenía que tener miedo
de perderlo, porque funcionaba como un bumerán, y siempre volvía a él.
He aquí la explicación mítica de cómo se mantiene la naturaleza, y cómo
se libra una constante lucha entre el bien y el mal. Y esas explicaciones
míticas eran precisamente las que los filósofos rechazaban.
Pero  no  se  trataba  únicamente  de  explicaciones.  La  gente  no  podía
quedarse sentada de brazos cruzados esperando a que interviniesen los dioses
cuando amenazaban las desgracias —tales como sequías o epidemias—. Las
personas  tenían  que  tomar  parte  activa  en  la  lucha  contra  el  mal.  Esta
24
participación se llevaba a cabo mediante distintos actos religiosos o ritos.
El acto religioso más importante en la época de la antigua Noruega era el
sacrificio, que se hacía con el fin de aumentar el poder del dios. Los seres
humanos tenían que hacer sacrificios a los dioses para que éstos reuniesen
fuerzas suficientes para combatir a las fuerzas del caos. Esto se conseguía,
por  ejemplo,  mediante  el  sacrificio  de  un  animal  al  dios  en  cuestión.  Era
bastante corriente sacrificar machos cabríos a Tor. En lo que se refiere a Odín,
también se sacrificaban seres humanos.
El  mito  más  conocido  en  Noruega  lo  conocemos  por  el  poema
«Trymskvida» (La canción sobre Trym).
En él se cuenta que Tor se quedó dormido y que, cuando se despertó, su
martillo había desaparecido. Se enfureció tanto que las manos le temblaban y
la barba le vibraba. Acompañado por su amigo Loke fue a preguntar a Freya si
le dejaba sus alas para que éste pudiera volar hasta Jotunheimen (el hogar de
los gigantes), con el fin de averiguar si eran los trolls los que le habían robado
el martillo. Allí Loke se encuentra con Trym, el rey de los gigantes, que, en
efecto, empieza a presumir de haber robado el martillo y de haberlo escondido
a ocho millas bajo tierra. Y añade que no devolverá el martillo hasta que no
logre casarse con Freya.
¿Me sigues, Sofía? Los dioses buenos se encuentran de repente ante un
dramático secuestro: los trolls se han apoderado de su arma defensiva más
importante, lo que da lugar a una situación insostenible. Mientras los trolls
tengan en su poder el martillo de Tor, tienen el poder total sobre el mundo de
los dioses y de los humanos. Y a cambio del martillo exigen a Freya. Pero tal
intercambio resulta igual de imposible: si los dioses tienen que desprenderse
de su diosa de la fertilidad, la que vela por todo lo que es vida, la hierba en el
campo  se  marchitará  y  los  dioses  y  los  humanos  morirán.  Es  decir,  la
situación no tiene salida. Si te imaginas un grupo de terroristas amenazando
con hacer explotar una bomba atómica en el centro de París o de Londres, si
no  se  cumplen  sus  peligrosísimas  exigencias,  entiendes  muy  bien  esta
historia.
El mito cuenta que Loke vuelve a Asgard, donde pide a Freya que se vista
de novia, porque hay que casarla con los trolls. Desgraciadamente, Freya se
enfada y dice que la gente pensará que está loca por los hombres si accede
a casarse con un troll.
Entonces al dios  Heimdal se le ocurre una excelente idea. Sugiere que
disfracen a Tor de novia. Podrán atarle el pelo y ponerle piedras en el pecho
para que parezca una mujer. Evidentemente a Tor no le hace muy feliz esta
propuesta, pero entiende finalmente que la única posibilidad que tienen los
dioses de recuperar el martillo es seguir el consejo de Heimdal.
Al final, Tor se viste de novia. Loke le va a acompañar como dama de honor.
«Vayamos las dos mujeres a Jotunheimen», dice Loke.
Si  prefieres  un  idioma  más  moderno,  diríamos  que  Tor  y  Loke  son  los25
«policías antiterroristas» de los dioses. Disfrazados de mujeres deben meterse
en el baluarte de los trolls para recuperar el martillo de Tor.
En cuanto llegan a Jotunheimen, los trolls empiezan los preparativos de la
boda. Pero, durante la fiesta nupcial, la novia —es decir Tor—, se come un
buey entero y ocho salmones. También se bebe tres barriles de cerveza. A
Trym le extraña, y los «soldados del comando» disfrazados están a punto de
ser descubiertos. Pero Loke consigue escapar de la peligrosa situación. Dice
que Freya no ha comido en ocho noches por la enorme ilusión que le hacía ir
a Jotunheimen.
Trym levanta el velo para besar a la novia, pero da un salto del susto, al
mirar dentro de los agudos ojos de Tor. También esta vez es Loke el que salva
la situación. Dice que la novia no ha dormido en ocho noches por la enorme
ilusión que le hacía la boda. Entonces Trym ordena que se traiga el martillo y
que se ponga sobre las piernas de la novia, durante la ceremonia de la boda.
Se cuenta que Tor se echó a reír cuando le llevaron su martillo. Primero
mató con él a Trym, y luego a toda la estirpe de los gigantes. Y así el siniestro
secuestro tuvo un final feliz.
Una vez más, Tor —el Batman o el James Bond de los dioses— había
vencido a las fuerzas del mal.
Hasta ahí el propio mito, Sofía. ¿Pero qué significa en realidad? No creo
que se haya inventado sólo por gusto. Con este mito se pretende  dar una
explicación a algo. Ese algo podría ser lo siguiente: cuando había sequías en
el país, la gente necesitaba una explicación de por qué no llovía. ¿Sería acaso
porque los dioses habían robado el martillo de Tor?
El  mito  puede  querer  dar  también  una  explicación  a  los  cambios  de
estación del año: en invierno, la naturaleza muere porque el martillo de Tor está
en Jotunheimen. Pero, en primavera, consigue recuperarlo. Así pues, el mito
intenta dar a los seres humanos respuestas a algo que no entienden.
Pero  habría  algo  que  explicar  además  del  mito.  A  menudo,  los  seres
humanos  realizaron  distintos  actos  religiosos  relacionados  con  el  mito.
Podemos imaginarnos que la respuesta de los humanos a sequías o a malos
años sería representar el drama que describía el mito. Quizá disfrazaban de
novia a algún hombre del pueblo —con piedras en lugar de pechos— para
recuperar el martillo que los trolls habían robado. De esta manera, los seres
humanos podían contribuir a que lloviera y a que el grano creciera en el campo.
Conocemos muchos ejemplos de otras partes del mundo en los que los
seres humanos dramatizaban un «mito de estaciones», con el fín de acelerar
los procesos de la naturaleza.
Sólo hemos echado un brevísimo vistazo al mundo de la mitología nórdica.
Existe un sinfín de mitos sobre Tor y Odín, Frey y Freya, Hoder y Balder, y
muchísimos otros dioses. Ideas mitológicas de este tipo florecían por el mundo
entero antes de que los filósofos comenzaran a hurgar en ellas.
26
También los griegos tenían su visión mítica del mundo cuando surgió la
primera filosofía. Durante siglos, habían hablado de los dioses de generación
en generación.
En Grecia los dioses se llamaban Zeus y Apolo, Hera y Atenea, Dionisio
y Asclepio, Heracles y Hefesto, por nombrar algunos.
Alrededor del año 700 a. de C. , gran parte de los mitos griegos fueron
plasmados por escrito por Homero y Hesíodo.
Con esto se creó una nueva situación. Al tener escritos los mitos, se hizo
posible discutirlos.
Los primeros filósofos griegos criticaron la mitología de Homero sólo porque
los dioses se parecían mucho a los seres humanos y porque eran igual de
egoístas y de poco fiar que nosotros. Por primera vez se dijo que quizás los
mitos no fueran más que imaginaciones humanas.
Encontramos  un  ejemplo  de  esta  crítica  de  los  mitos  en  el  filósofo
Jenófanes, que nació en el 570 a. de C. «Los seres humanos se han creado
dioses a su propia imagen», decía. «Creen que los dioses han nacido y que
tienen cuerpo, vestidos e idioma como nosotros. Los negros piensan que los
dioses son negros y chatos, los tracios los imaginan rubios y con ojos azules.
Incluso  si  los  bueyes,  caballos  y  leones  hubiesen  sabido  pintar,  habrían
representado dioses con aspecto de bueyes, caballos y leones!»
Precisamente en esa época, los griegos fundaron una serie de ciudades-
estado en Grecia y en las colonias griegas del sur de Italia y en Eurasia. En
estos lugares los esclavos hacían todo el trabajo físico, y los ciudadanos libres
podían dedicar su tiempo a la política y a la vida cultural.
En estos ambientes urbanos evolucionó la manera de pensar de la gente.
Un solo individuo podía, por cuenta propia, plantear cuestiones sobre cómo
debería organizarse la sociedad. De esta manera, el individuo también podía
hacer preguntas filosóficas sin tener que recurrir a los mitos heredados.
Decimos que tuvo lugar una evolución de una manera de pensar mítica a un
razonamiento basado en la experiencia y la razón. El objetivo de los primeros
filósofos era buscar explicaciones naturales a los procesos de la naturaleza.
Sofía dio vueltas por el amplio jardín. Intentó olvidarse de todo lo que había
aprendido en el instituto. Especialmente importante era olvidarse de lo que había leído
en los libros de ciencias naturales.
Si se hubiera criado en ese jardín, sin saber nada sobre la naturaleza, ¿cómo habría
vivido ella entonces la primavera?
¿Habría intentado inventar una especie de explicación a por qué de pronto un día
comenzaba  a  llover?  ¿Habría  imaginado  una  especie  de  razonamiento  de  cómo
desaparecía la nieve y el sol iba subiendo en el horizonte?
Sí, de eso estaba totalmente segura, y empezó a inventar e imaginar.
El invierno había sido como una garra congelada sobre el país debido a que el27
malvado Muriat se había llevado presa a una fría cárcel a la hermosa princesa Sikita.
Pero, una mañana, llegó el apuesto príncipe Bravato a rescatarla. Entonces Sikita se
puso tan contenta que comenzó a bailar por los campos, cantando una canción que
había compuesto mientras estaba en la fría cárcel. Entonces la tierra y los árboles se
emocionaron tanto que la nieve se convirtió en lágrimas. Pero luego salió el sol y secó
todas las lagrimas. Los pájaros imitaron la canción de Sikita y, cuando la hermosa
princesa soltó su pelo dorado, algunos rizos cayeron al suelo, donde se convirtieron
en lirios del campo.
A Sofía le pareció que acababa de inventarse una hermosa historia. Si no hubiera
tenido conocimiento de otra explicación para el cambio de las estaciones, habría
acabado por creerse la historia que se había inventado.
Comprendió que los seres humanos quizás hubieran necesitado siempre encontrar
explicaciones a los procesos de la naturaleza. A lo mejor la gente no podía vivir sin
tales explicaciones. Y entonces inventaron todos los mitos en aquellos tiempos en que
no había ninguna ciencia.
28
Los filósofos de la naturaleza
... nada puede surgir de la nada...
Cuando su madre volvió del trabajo aquella tarde, Sofía estaba sentada en el
balancín del jardín, meditando sobre la posible relación entre el curso de filosofía y esa
Hilde Møller Knag que no recibiría ninguna felicitación de su padre en el día de su
cumpleaños.
—¡Sofía! — la llamó su madre desde lejos—. ¡Ha llegado una carta para ti!
El corazón le dio un vuelco. Ella misma había recogido el correo, de modo que esa
carta tenía que ser del filósofo. ¿Qué le podía decir a su madre?
Se levantó lentamente del balancín y se acercó a ella.
—No lleva sello. A lo mejor es una carta de amor.
Sofía cogió la carta.
—¿No la vas a abrir?
¿Que podía decir?
—¿Has visto alguna vez a alguien abrir sus cartas de amor delante de su madre?
Mejor que pensara que ésa era la explicación. Le daba muchísima vergüenza,
porque era muy joven para recibir cartas de amor, pero le daría aún más vergüenza que
se supiera que estaba recibiendo un curso completo de filosofía por correspondencia,
de un filósofo totalmente desconocido y que incluso jugaba con ella al escondite.
Era uno de esos pequeños sobres blancos. En su habitación, Sofía leyó tres
nuevas preguntas escritas en la nota dentro del sobre:
¿Existe una materia primaria de la que todo lo demás está hecho?
¿El agua puede convertirse en vino?
¿Cómo pueden la tierra y el agua convertirse en una rana?
A Sofía estas preguntas le parecieron bastante chifladas, pero les estuvo dando
vueltas durante toda la tarde. También al día siguiente, en el instituto, volvió a meditar
sobre ellas, una por una.
¿Existiría una «materia primaria», de la que estaba hecho todo lo demás? Pero si
existiera una materia de la que estaba hecho todo el mundo, ¿cómo podía esta materia
única convertirse de pronto en una flor o, por que no, en un elefante?
La misma objeción era válida para ia pregunta de si el agua podía convertirse en
vino. Sofía había oído el relato de Jesús, que convirtió el agua en vino, pero nunca lo
había entendido literalmente. Y si Jesús verdaderamente hubiese hecho vino del agua
se trataría más bien de un milagro y no de algo que fuera realmente posible. Sofía era
consciente de que tanto el vino como casi todo el resto de la naturaleza contiene29
mucha agua. Pero aunque un pepino contuviera un 95% de agua, tendría que contener
también alguna otra cosa para ser precisamente un pepino y no sólo agua.
Luego estaba lo de la rana. Le llamaba la atención que su profesor de filosofía se
interesara tanto por las ranas. Sofía podía estar de acuerdo en que una rana estuviese
compuesta de tierra y agua, pero la tierra no podía estar compuesta entonces por una
sola sustancia. Si la tierra estuviera compuesta por muchas materias distintas, podría
evidentemente pensarse que tierra y agua conjugadas pudieran convertirse en rana;
siempre y cuando la tierra y el agua pasaran por el proceso del huevo de rana y del
renacuajo, porque una rana no puede crecer así como así en una huerta, por mucho
esmero que ponga el horticultor al regarla.
Al volver del instituto aquel día, Sofía se encontró con otro sobre para ella en el
buzón. Se refugió en el Callejón, como lo había hecho los días anteriores.
El proyecto de los filósofos
¡Ahí estás de nuevo! Pasemos directamente a la lección de hoy, sin pasar
por conejos blancos y cosas así.
Te contaré a grandes rasgos cómo han meditado los seres humanos sobre
las  preguntas  filosóficas  desde  la  antigüedad  griega  hasta  hoy.  Pero  todo
llegará a su debido tiempo.
Debido  a  que  esos  filósofos  vivieron  en  otros  tiempos  y  quizás  en  una
cultura totalmente diferente a la nuestra, resulta a menudo práctico averiguar
cuál fue el proyecto de cada uno. Con ello quiero decir que debemos intentar
captar  qué  es  lo  que  precisamente  ese  filósofo  tiene  tanto  interés  en
solucionar. Un filósofo puede interesarse por el origen de las plantas y los
animales. Otro puede querer averiguar si existe un dios o si el ser humano
tiene un alma inmortal.
Cuando logremos extraer cuál es el «proyecto, de un determinado filósofo,
resultará más fácil seguir su manera de pensar. Pues un solo filósofo no está
obsesionado por todas las preguntas filosóficas.
Siempre digo «él», cuando hablo de los filósofos, y eso se debe a que la
historia de la filosofía está marcada por los hombres, ya que a la mujer se la
ha reprimido como ser pensante debido a su sexo. Es una pena porque, con
ello, se ha perdido una serie de experiencias importantes. Hasta nuestro propio
siglo, la mujer no ha entrado de lleno en la historia de la filosofía.
No te pondré deberes, al menos no complicados ejercicios de matemáticas.
En este momento, la conjugación de los verbos ingleses está totalmente fuera
del  ámbito  de  mi  interés.  Pero  de  vez  en  cuando,  te  pondré  un  pequeño
ejercicio de alumno.
Si aceptas estas condiciones, podemos ponernos en marcha.
Los filósofos de la naturaleza
30
A  los  primeros  filósofos  de  Grecia  se  les  suele  llamar  «filósofos  de  la
naturaleza» porque, ante todo, se interesaban por la naturaleza y por sus
procesos.
Ya nos hemos preguntado de dónde procedemos. Muchas personas hoy
en día se imaginan más o menos que algo habrá surgido, en algún memento,
de la nada. Esta idea no era tan corriente entre los griegos.
Por alguna razón daban por sentado que ese «algo» había existido siempre.
Vemos, pues, que la gran pregunta no era cómo todo pudo surgir de la
nada. Los griegos se preguntaban, más bien, cómo era posible que el agua se
convirtiera en peces vivos y la tierra inerte en grandes árboles o en flores de
colores encendidos. ¡Por no hablar de cómo un niño puede ser concebido en
el seno de su madre!
Los filósofos veian con sus propios ojos cómo constantemente ocurrían
cambios en la naturaleza. ¿Pero cómo podían ser posibles tales cambios?
¿Cómo  podía  algo  pasar  de  ser  una  sustancia  para  convertirse  en  algo
completamente distinto, en vida, por ejemplo?
Los  primeros  filósofos  tenían  en  común  la  creencia  de  que  existía  una
materia primaria, que era el origen de todos los cambios.
No resulta fácil saber cómo llegaron a esa conclusión, sólo sabemos que
iba surgiendo la idea de que tenía que haber una sola materia primaria que,
más  o  menos,  fuese  el  origen  de  todos  los  cambios  sucedidos  en  la
naturaleza. Tenía que haber «algo» de lo que todo procedía y a lo que todo
volvía.
Lo más interesante para nosotros no es saber cuáles fueron las respuestas
a las que llegaron esos primeros filósofos, sino qué preguntas se hacían y qué
tipo de respuestas buscaban.
Nos interesa más el cómo pensaban que precisamente lo que pensaban.
Podemos constatar que hacían preguntas sobre cambios visibles en la
naturaleza.  Intentaron  buscar  algunas  leyes  naturales  constantes.  Querían
entender  los  sucesos  de  la  naturaleza  sin  tener  que  recurrir  a  los  mitos
tradicionales. Ante todo, intentaron entender los procesos de la naturaleza
estudiando  la  misma  naturaleza.  ¡Es  algo  muy  distinto  a  explicar  los
relámpagos y los truenos, el invierno y la primavera con referencias a sucesos
mitológicos!
De esta manera, la filosofía se independizó de la religión.
Podemos decir que los filósofos de la naturaleza dieron los primeros pasos
hacia una manera  científica de pensar, desencadenando todas las ciencias
naturales posteriores.
La mayor parte de lo que dijeron y escribieron los filósofos de la naturaleza
se perdió para la posteridad. Lo poco que conocemos lo encontramos en los
escritos de Aristóteles, que vivió un par de siglos después de los primeros
filósofos. Aristóteles sólo se refiere a los resultados a que llegaron los filósofos31
que  le  precedieron,  lo  que  significa  que  no  podemos  saber  siempre  cómo
llegaron a sus conclusiones.
Pero  sabemos  suficiente  como  para  constatar  que  el  proyecto  de  los
primeros filósofos griegos abarcaba preguntas en torno a la materia primaria y
a los cambios en la naturaleza.
Tres filósofos de Mileto
El primer filósofo del que oímos hablar es Tales, de la colonia de Mileto, en
Asia Menor. Viajó mucho por el mundo. Se cuenta de él que midió la altura de
una pirámide en Egipto, teniendo en cuenta la sombra de la misma, en el
momento  en  que  su  propia  sombra  medía  exactamente  lo  mismo  que  él.
También se dice que supo predecir mediante cálculos matemáticos un eclipse
solar en el año 585 antes de Cristo.
Tales opinaba que el agua es el origen de todas las cosas. No sabemos
exactamente lo que quería decir con eso. Quizás opinara que toda clase de
vida tiene su origen en el agua, y que toda clase de vida vuelve a convertirse en
agua cuando se disuelve.
Estando en Egipto, es muy probable que viera cómo todo crecía en cuanto
las aguas del Nilo se retiraban de las regiones de su delta. Quizás también
viera cómo, tras la lluvia, iban apareciendo ranas y gusanos.
Además,  es  probable  que  Tales  se  preguntara  cómo  el  agua  puede
convertirse en hielo y vapor, y luego volver a ser agua de nuevo.
Al parecer, Tales también dijo que «todo está lleno de dioses». También
sobre este particular sólo podemos hacer conjeturas en cuanto a lo que quiso
decir. Quizás se refiriese a cómo la tierra negra pudiera ser el origen de todo,
desde flores y cereales hasta cucarachas y otros insectos, y se imaginase que
la tierra estaba llena de pequeños e invisibles «gérmenes» de vida. De lo que
sí podemos estar seguros, al menos, es de que no estaba pensando en los
dioses de Homero.
El siguiente filósofo del que se nos habla es de Anaximandro, que también
vivió  en  Mileto.  Pensaba  que  nuestro  mundo  simplemente  es  uno  de  los
muchos mundos que nacen y perecen en algo que él llamó «lo Indefinido».
No es fácil saber lo que él entendía por «lo Indefinido», pero parece claro
que no se imaginaba una sustancia conocida, como Tales.
Quizás fuera de la opinión de que aquello de lo que se ha creado todo,
precisamente tiene que ser distinto a lo creado.
En ese caso, la materia primaria no podía ser algo tan normal como el
agua, sino algo «indefinido».
Un tercer filósofo de Mileto fue Anaxímenes (aprox. 570-526 a. de C.) que
opinaba que el origen de todo era el aire o la niebla.
Es evidente que Anaxímenes había conocido la teoría de Tales sobre el
agua. ¿Pero de dónde viene el agua? Anaxímenes opinaba que el agua tenía
32
que ser aire condensado, pues vemos cómo el agua surge del aire cuando
llueve. Y cuando el agua se condensa aún más, se convierte en tierra, pensaba
él.
Quizás había observado cómo la tierra y la arena provenían del hielo que se
derretía. Asimismo pensaba que el fuego tenía que ser aire diluido. Según
Anaxímenes, tanto la tierra como el agua y el fuego, tenían como origen el aire.
No es largo el camino desde la tierra y el agua hasta las plantas en el
campo. Quizás pensaba Anaxímenes que para que surgiera vida, tendría que
haber tierra, aire, fuego y agua. Pero el punto de partida en sí eran «el aire» o
«la niebla». Esto significa que compartía con Tales la idea de que tiene que
haber una materia primaria, que constituye la base de todos los cambios que
suceden en la naturaleza.
Nada puede surgir de la nada
Los tres filósofos de Mileto pensaban que tenía que haber una —y quizás
sólo una— materia primaria de la que estaba hecho todo lo demás.
¿Pero  cómo  era  posible  que  una  materia  se  alterara  de  repente  para
convertirse  en  algo  completamente  distinto?  A  este  problema  lo  podemos
llamar problema del cambio.
Desde aproximadamente el año 500 a. de C. vivieron unos filósofos en la
colonia griega de Elea en el sur de Italia, y estos eleatos se preocuparon por
cuestiones de ese tipo. El más conocido era  Parménides (aprox. 510-470 a.
de C).
Parménides pensaba que todo lo que hay ha existido siempre, lo que era
una idea muy corriente entre los griegos. Daban más o menos por sentado que
todo lo que existe en el mundo es eterno. Nada puede surgir de la nada,
pensaba Parménides. Y algo que existe, tampoco se puede convertir en nada.
Pero Parménides fue más lejos que la mayoría. Pensaba que ningún verdadero
cambio era posible. No hay nada que se pueda convertir en algo diferente a lo
que es exactamente.
Desde  luego  que  Parménides  sabía  que  precisamente  la  naturaleza
muestra cambios constantes. Con los sentidos observaba cómo cambiaban las
cosas, pero esto no concordaba con lo que le decía  la razón. No obstante,
cuando se vio forzado a elegir entre fiarse de sus sentidos o de su razón, optó
por la razón.
Conocemos la expresión: «Si no lo veo, no lo creo». Pero Parménides no
lo creía ni siquiera cuando lo veía. Pensaba que los sentidos nos ofrecen una
imagen errónea del mundo, una imagen que no concuerda con la razón de los
seres humanos. Como filósofo, consideraba que era su obligación descubrir
toda clase de «ilusiones».
Esta fuerte fe en la razón humana se llama racionalismo. Un racionalista es
el que tiene una gran fe en la razón de las personas como fuente de sus33
conocimientos sobre el mundo.
Todo fluye
Al mismo tiempo que Parménides, vivió Heráclito (aprox. 540-480 a. de C.)
de  Éfeso  en  Asia  Menor.  Él  pensaba  que  precisamente  los  cambios
constantes eran los rasgos más básicos de la naturaleza. Podríamos decir que
Heráclito tenía más fe en lo que le decían sus sentidos que Parménides.
—«Todo  fluye»,  dijo  Heráclito.  Todo  está  en  movimiento  y  nada  dura
eternamente.
Por eso no podemos «descender dos veces al mismo río», pues cuando
desciendo al río por segunda vez, ni yo ni el río somos los mismos. Heráclito
también señaló el hecho de que el mundo está caracterizado por constantes
contradicciones.
Si no estuviéramos nunca enfermos, no entenderíamos lo que significa estar
sano. Si no tuviéramos nunca hambre, no sabríamos apreciar estar saciados.
Si no hubiera nunca guerra, no sabríamos valorar la paz, y si no hubiera nunca
invierno, no nos daríamos cuenta de la primavera.
Tanto el bien como el mal tienen un lugar necesario en el Todo, decía
Heráclito. Y si no hubiera un constante juego entre los contrastes, el mundo
dejaría de existir.
«Dios es día y noche, invierno y verano, guerra y paz, hambre y saciedad»,
decía. Emplea la palabra «Dios», pero es evidente que se refiere a algo muy
distinto a los dioses de los que hablaban los mitos. Para Heráclito, Dios —o
lo divino— es algo que abarca a todo el mundo. Dios se muestra precisamente
en esa naturaleza llena de contradicciones y en constante cambio.
En lugar de la palabra «Dios», emplea a menudo la palabra griega  logos,
que  significa  razón.  Aunque  las  personas  no  hemos  pensado  siempre  del
mismo modo, ni hemos tenido la misma razón, Heráclito opinaba que tiene que
haber una especie de «razón universal» que dirige todo lo que sucede en la
naturaleza. Esta «razón universal» —o «ley natural»— es algo común para
todos y por la cual todos tienen que guiarse. Y, sin embargo, la mayoría vive
según  su  propia  razón,  decía  Heráclito.  No  tenía,  en  general,  muy  buena
opinión de su prójimo. «Las opiniones de la mayor parte de la gente pueden
compararse con los juegos infantiles», decía.
En  medio  de  todos  esos  cambios  y  contradicciones  en  la  naturaleza,
Heráclito veía, pues, una unidad o un todo.
Este «algo», que era la base de todo, él lo llamaba «Dios» o «logos»
Cuatro elementos
En  cierto  modo,  las  ideas  de  Parménides  y  Heráclito  eran  totalmente
contrarias. La razón de Parménides le decía que nada puede cambiar. Pero los
34
sentidos de Heráclito decían, con la misma convicción, que en la naturaleza
suceden constantemente cambios. ¿Quién de ellos tenía razón? ¿Debemos
fiarnos de la razón o de los sentidos?
Tanto Parménides como Heráclito dicen dos cosas. Parménides dice:
a) que nada puede cambiar y
b) que las sensaciones, por lo tanto, no son de fiar.
Por el contrario, Heráclito dice:
a)que todo cambia (todo fluye) y
b)que las sensaciones son de fiar
¡Difícilmente  dos  filósofos  pueden  llegar  a  estar  en  mayor  desacuerdo!
¿Pero cuál de ellos tenía razón?
Empédocles (494-434 a. d C.) de Sicilia sería el que lograra salir de los
enredos en los que se había metido la filosofía. Opinaba que, tanto Parménides
como Heráclito, tenían razón en una de sus afirmaciones, pero que los dos se
equivocaban en una cosa.
Empédocles pensaba que el gran desacuerdo se debía a que los filósofos
habían dado por sentado(error esencial en Parménides) que había un solo
elemento.
De ser así, la diferencia entre lo que dice la razón y lo que «vemos con
nuestros propios ojos» sería insuperable.
Es evidente que el agua no puede convertirse en un pez o en una mariposa.
El agua no puede cambiar. El agua pura sigue siendo agua pura para siempre.
De modo que Parménides tenía razón en decir que «nada cambia».
Al mismo tiempo, Empédocles le daba la razón a Heráclito en que debemos
fiarnos de lo que nos dicen nuestros sentidos.
Debemos creer lo que vemos, y vemos, precisamente, cambios constantes
en la naturaleza.
Empédocles llegó a la conclusión de que lo que había que rechazar era la
idea de que hay un solo elemento. Ni el agua ni el aire son capaces, por sí
solos, de convertirse en un rosal o en una mariposa, razón por la cual resulta
imposible que la naturaleza sólo tenga un elemento.
Empédocles pensaba que la naturaleza tiene en total cuatro elementos o
«raíces», como él los llama. Llamó a esas cuatro raíces tierra, aire, fuego y
agua.
Todos los cambios de la naturaleza se deben a que estos cuatro elementos
se mezclan y se vuelven a separar, pues todo está compuesto de tierra, aire,
fuego y agua, pero en distintas proporciones de mezcla. Cuando muere una flor
o un animal, los cuatro elementos vuelven a separarse. Éste es un cambio que
podemos observar con los ojos. Pero la tierra y el aire, el fuego y el agua
quedan completamente inalterados o intactos con todos esos cambios en los
que participan. Es decir, que no es cierto que «todo» cambia (en contra de
Heráclito).
En realidad, no hay nada que cambie, lo que ocurre es, simplemente, que35
cuatro elementos diferentes se mezclan y se separan, para luego volver a
mezclarse.
Podríamos compararlo con un pintor artístico: si tiene sólo un color —por
ejemplo el rojo— no puede pintar árboles verdes. Pero si tiene amarillo, rojo,
azul  y  negro,  puede  obtener  hasta  cientos  de  colores,  mezclándolos  en
distintas proporciones.
Un ejemplo de cocina demuestra lo mismo. Si sólo tuviera harina, tendría
que ser un mago para poder hacer un bizcocho. Pero si tengo huevos y harina,
leche  y  azúcar,  entonces  puedo  hacer  un  montón  de  tartas  y  bizcochos
diferentes, con esas cuatro materias primas.
No fue por casualidad el que Empédocles pensara que las «raíces» de la
naturaleza tuvieran que ser precisamente tierra, aire, fuego y agua. Antes que
él, otros filósofos habían intentado mostrar por qué el elemento básico tendría
que ser agua, aire o fuego. Tales y Anaxímenes ya habían señalado el agua y
el aire como elementos importantes de la naturaleza. Los griegos también
pensaban  que  el  fuego  era  muy  importante.  Observaban,  por  ejemplo,  la
importancia  del  sol  para  todo  lo  vivo  de  la  naturaleza,  y,  evidentemente,
conocían el calor del cuerpo humano y animal.
Quizás Empédocles vio cómo ardía un trozo de madera; lo que sucede
entonces, es que algo se disuelve. Oímos cómo la madera cruje y gorgotea.
Es el agua. Algo se convierte en humo. Es el aire. Vemos ese aire. Algo queda
cuando el fuego se apaga. Es la ceniza, o la tierra.
Empédocles señala, como hemos visto, que los cambios en la naturaleza
se deben a que las cuatro raíces se mezclan y se vuelven a separar. Pero
queda algo por explicar. ¿Cuál es la causa por la que los elementos se unen
para dar lugar a una nueva vida? ¿Y por qué vuelve a disolverse «la mezcla»,
por ejemplo, una flor?
Empédocles pensaba que tenía que haber dos fuerzas que actuasen en la
naturaleza. Las llamó «amor» y «odio». Lo que une las cosas es «el amor»,
y lo que las separa, es «el odio».
Tomemos  nota  de  que  el  filósofo  distingue  aquí  entre  «elemento»  y
«fuerza». Incluso, hoy en día, la ciencia distingue entre «los elementos» y «las
fuerzas de la naturaleza». La ciencia moderna dice que todos los procesos de
la  naturaleza  pueden  explicarse  como  una  interacción  de  los  distintos
elementos, y unas cuantas fuerzas de la naturaleza.
Empédocles también estudió la cuestión de qué es lo que pasa cuando
observamos  algo  con  nuestros  sentidos.  ¿Cómo  puedo  ver  una  flor,  por
ejemplo? ¿Qué sucede entonces? ¿Has pensado en eso, Sofía? ¡Si no, ahora
tienes la ocasión!
Empédocles pensaba que nuestros ojos estaban formados de tierra, aire,
fuego y agua, como todo lo demás en la naturaleza. Y «la tierra» que tengo en
mi ojo capta lo que hay de tierra en lo que veo, «el aire» capta lo que es de
aire, «el fuego» de los ojos capta lo que es de fuego y «el agua» lo que es de
36
agua. Si el ojo hubiera carecido de uno de los cuatro elementos, yo tampoco
hubiera podido ver la naturaleza en su totalidad.
Algo de todo en todo
Otro filósofo que no se contentaba con la teoría de que un solo elemento
—por  ejemplo  el  agua—  pudiera  convertirse  en  todo  lo  que  vemos  en  la
naturaleza, fue Anaxágoras (500-428 a. de C).
Tampoco  aceptó  la  idea  de  que  tierra,  aire,  fuego  o  agua  pudieran
convertirse en sangre y hueso.
Anaxágoras  opinaba  que  la  naturaleza  está  hecha  de  muchas  piezas
minúsculas, invisibles para el ojo. Todo puede dividirse en algo todavía más
pequeño, pero incluso en las piezas más pequeñas, hay algo de todo. Si la piel
y el pelo no se han convertido en otra cosa, tiene que haber piel y pelo también
en la leche que bebemos, y en la comida que comemos, opinaba él.
A  lo  mejor,  un  par  de  ejemplos  modernos  puedan  ilustrar  lo  que  se
imaginaba Anaxágoras. Mediante la técnica de láser se pueden, hoy en día,
hacer los llamados hologramas. Si el holograma muestra un coche, y este
holograma  se  rompe,  veremos  una  imagen  de  todo  el  coche,  aunque
conservemos solamente la parte del holograma que muestra el parachoques.
Eso es porque todo el motivo está presente en cada piececita.
De alguna manera, también se puede decir que es así como está hecho
nuestro cuerpo. Si separo una célula de la piel de un dedo, el núcleo de esa
célula contiene no sólo la receta de cómo es mi piel, sino que en la misma
célula también está la receta de mis ojos, del color de mi pelo, de cuántos
dedos  tengo  y  de  qué  aspecto,  etc.  En  cada  célula  del  cuerpo  hay  una
descripción  detallada  de  la  composición  de  todas  las  demás  células  del
cuerpo. Es decir, que hay «algo de todo» en cada una de las células. El todo
está en la parte más minúscula.
A esas «partes mínimas» que contienen «algo de todo», Anaxágoras las
llamaba «gérmenes» o «semillas».
Recordemos que para Empédocles era «el amor» lo que unía las partes en
cuerpos enteros. También Anaxágoras se imaginaba una especie de fuerza
que «pone orden» y crea animales y humanos, flores y árboles. A esta fuerza
la llamó espíritu o entendimiento (nous).
Anaxágoras también es interesante por ser el primer filósofo de los de
Atenas. Vino de Asia Menor, pero se trasladó a Atenas cuando tenía unos 40
años. En Atenas lo acusaron de ateo y, al final, tuvo que marcharse de la
ciudad.
Entre otras cosas, había dicho que el sol no era un dios, sino una masa
ardiente más grande que la península del Peloponeso.
Anaxágoras se interesaba en general por la astronomía. Opinaba que todos
los astros estaban hechos de la misma materia que la Tierra. A esta teoría37
llegó después de haber estudiado un meteorito. Puede ser, decía, que haya
personas en otros planetas. También señaló que la luna no lucía por propia
fuerza sino que recibe su luz de la Tierra. Explicó, además, el porqué de los
eclipses de sol.
P. D. Gracias por tu atención, Sofía. Puede ser que tengas que leer y releer
este  capítulo  antes  de  que  lo  entiendas  todo.  Pero  la  comprensión  tiene
necesariamente que costar algún esfuerzo. Seguramente no admirarías mucho
a  una  amiga  que  entendiera  de  todo  sin  que  le  hubiera  costado  ningún
esfuerzo.
La mejor solución a la cuestión de la materia primaria y los cambios de la
naturaleza  tendrá  que  esperar  hasta  mañana.  Entonces  conocerás  a
Demócrito. ¡No digo nada más!
Sofía estaba sentada en el Callejón mirando por un pequeño hueco en la maleza.
Tenía que poner orden en sus pensamientos, después de todo lo que acababa de leer.
Era evidente que el agua normal y corriente no podía convertirse en otra cosa que
hielo y vapor. El agua ni siquiera podía convertirse en una pera de agua, porque
incluso una pera de agua estaba formada por algo más que agua sola. Pero, si estaba
tan segura de ello, sería porque lo había aprendido. ¿Habría podido estar tan segura
de que el hielo sólo estaba compuesto de agua si no lo hubiera aprendido? Al menos
habría tenido que estudiar muy de cerca como el agua se congelaba y el hielo se
derretía.
Sofía intentó, volver a pensar de nuevo con su propia inteligencia, sin utilizar lo
que había aprendido de otros.
Parménides se había negado a aceptar cualquier forma de cambio. Cuanto más
pensaba en ello Sofía, más convencida estaba de que él, de alguna manera, tenía
razón. Con su inteligencia, el filósofo no podía aceptar que algo» de repente se
convirtiera en algo completamente distinto. Había sido muy valiente porque a la vez
había tenido que negar todos aquellos cambios en la naturaleza que cualquier ser
humano podía observar. Muchos se habrían reído de él.
También Empédocles había sido muy hábil utilizando su inteligencia al afirmar que
el mundo necesariamente tenía que estar formado por algo más que por un solo
elemento  originario.  De  ese  modo,  se  hacían  posibles  todos  los  cambios  de  la
naturaleza sin cambiar realmente.
Aquel viejo filósofo griego había descubierto todo esto utilizando simplemente su
razón. Naturalmente, habría estudiado la naturaleza, pero no tuvo posibilidad de
realizar análisis químicos como hace la ciencia hoy en día.
Sofía no sabía si tenía mucha fe en que fueran precisamente la tierra, el aire, el
fuego y el agua las materias de las que todo estaba hecho. Pero eso no tenía
importancia. En principio Empédocles tenía razón. La única posibilidad que tenemos
38
de aceptar todos aquellos cambios que registran nuestros ojos, es introducir más de
un solo elemento.
A  Sofía  la  filosofía  le  parecía  aún  mas  interesante  porque  podía  seguir  los
argumentos  con  su  propia  razón,  sin  tener  que  acordarse  de  todo  lo  que  había
aprendido en el instituto. Llegó a la conclusión de que, en realidad, la filosofía no es
algo  que  se  puede  aprender,  sino  que  quizás  uno  pueda  aprender  a  pensar
filosóficamente.39
Demócrito
... el juguete más genial del mundo...
Sofía cerró la caja de galletas que contenía todas las hojas escritas a maquina que
había recibido del desconocido profesor de filosofía. Salió a hurtadillas del Callejón
y se quedó un instante mirando al jardín. De repente, se acordó de lo que había
pasado la mañana anterior. Su madre había bromeado con la carta de amor, durante el
desayuno.  Ahora  se  apresura  hasta  el  buzón  para  evitar  que  aquello  volviera  a
suceder. Recibir una carta de amor dos días seguidos, daría exactamente el doble de
corte que recibir una.
¡De nuevo había allí un pequeño sobre blanco! Sofía comenzó a vislumbrar una
especie de sistema en las entregas: cada tarde había encontrado un sobre grande y
amarillo en el buzón. Mientras leía la carta grande, el filósofo solía deslizarse hasta el
buzón con un sobrecito blanco.
Esto  significaba  que  no  le  resultaría  difícil  descubrirlo.  ¿O  descubrirla? Si se
colocaba ante la ventana de su cuarto, tendría buena vista sobre el buzón y seguro
que llegaría a ver al misterioso filósofo. Porque sobrecitos blancos no surgen por si
mismos así como así.
Sofía decidió estar muy atenta al día siguiente. Era viernes y tenía todo el fin de
semana por delante.
Subió a su habitación y abrió allí el sobre. Esta vez sólo había una pregunta en la
nota, pero la pregunta era, si cabe, más loca que aquellas tres que habían venido en
la carta de amor.
¿Por qué el lego es el juguete más genial del mundo?
En primer lugar, Sofía no estaba segura de estar de acuerdo con que el lego fuese
el juguete más genial del mundo, al menos había dejado de jugar con él hacía muchos
años.
En segundo lugar, no era capaz de entender qué podía tener que ver el lego con
la filosofía.
Pero era una alumna obediente, y empezó a buscar en el estante superior de su
armario. Allí encontró una bolsa de plástico llena de piezas del lego de muchos
tamaños y colores.
Por primera vez en mucho tiempo, se puso a construir con las pequeñas piezas.
Mientras lo hacia, le venían a la mente pensamientos sobre el lego.
Resulta fácil construir con las piezas del lego, pensó. Aunque tengan distinta
40
forma  y  color,  todas  las  piezas  pueden  ensamblarse  con  otras.  Además  son
indestructibles. Sofía no recordaba haber visto nunca una pieza del lego rota. De
hecho, todas las piezas parecían tan frescas y nuevas como el día, hacía ya muchos
años, en que se lo habían regalado. Y sobre todo: con las piezas del lego podía
construir cualquier cosa. Y luego podía desmontarlas y construir algo completamente
distinto.
¿Qué más se puede pedir? Sofía llegó a la conclusión de que el lego, efectivamente,
muy bien podía llamarse el juguete más genial del mundo. Pero seguía sin entender
que tenía que ver con la filosofía.
Pronto Sofía construyó una gran casa de muñecas. Apenas se atrevió a confesarse
a sí misma que hacía mucho tiempo que no lo había pasado tan bien como ahora. ¿Por
qué dejaban las personas de jugar?
Cuando la madre llegó a casa y vio lo que Sofía había hecho, se le escapó: —¡Qué
bien que todavía seas capaz de jugar como una niña!
—¡Bah! Estoy trabajando en una complicada investigación filosófica.
Su madre dejó escapar un profundo suspiro. Seguramente estaba pensando en el
conejo y en el sombrero de copa.
Al volver del instituto al día siguiente, Sofía se encontró con un montón de
nuevas hojas en un gran sobre amarillo. Se llevó el sobre a su habitación, y se puso
enseguida a leer, aunque al mismo tiempo vigilaría el buzón.
La teoría atómica
Aquí estoy de nuevo, Sofía. Hoy conocerás al último gran filósofo de la
naturaleza.
Se llamaba Demócrito (aprox. 460-370 a. de C.) y venía de la ciudad costera
de Abdera, al norte del mar Egeo. Si has podido contestar a la pregunta sobre
el lego, no te costará mucho esfuerzo entender lo que que el proyecto de este
filósofo.
Demócrito estaba de acuerdo con sus predecesores en que los cambios en
la naturaleza no se debían a que las cosas realmente «cambiaran». Suponía,
por lo tanto, que todo tenía que estar construido por unas piececitas pequeñas
e  invisibles,  cada  una  de  ellas  eterna  e  inalterable.  A  estas  piezas  más
pequeñas Demócrito las llamó átomos.
La palabra «átomo» significa «indivisible». Era importante para Demócrito
poder afirmar que eso de lo que todo está hecho no podía dividirse en partes
más pequeñas. Si hubiera sido así, no habrían podido servir de ladrillos de
construcción. Pues, si los átomos hubieran podido ser limados y partidos en
partes cada vez más pequeñas, la naturaleza habría empezado a flotar en una
pasta cada vez más líquida.41
Además, los ladrillos de la naturaleza tenían que ser eternos, pues nada
puede surgir de la nada. En este punto, Demócrito estaba de acuerdo con
Parménides y los eleáticos. Pensaba, además que los átomos tenían que ser
fijos y macizos, pero no podían ser idénticos entre sí.
Si los átomos fueran idénticos, no habríamos podido encontrar ninguna
explicación satisfactoria de cómo podían estar compuestos, pudiendo formar
de todo, desde amapolas y olivos, hasta piel de cabra y pelo humano.
Existe un sinfín de diferentes átomos en la naturaleza, decía Demócrito.
Algunos son redondos y lisos, otros son irregulares y torcidos. Precisamente
por tener formas diferentes, podían usarse para componer diferentes cuerpos.
Pero aunque sean muchísimos y muy diferentes entre sí, son todos eternos,
inalterables e indivisibles.
Cuando  un  cuerpo  —por  ejemplo  un  árbol  o  un  animal  muere  y  se
desintegra,  los  átomos  se  dispersan  y  pueden  utilizarse  de  nuevo  en  otro
cuerpo. Pues los átomos se mueven en el espacio, pero como tienen entrantes
y  salientes  se  acoplan  para  configurar  las  cosas  que  vemos  en  nuestro
entorno.
¿Ya has entendido lo que quise decir con las piezas del lego, verdad?
Tienen más o menos las mismas cualidades que Demócrito atribuía a los
átomos, y, precisamente por ello, resultan tan buenas para construir. Ante todo
son  indivisibles.  Tienen  formas  y  tamaños  diferentes,  son  macizas  e
impenetrables. Además, las piezas del lego tienen entrantes y salientes que
hacen que las puedas unir para poder formar todas las figuras posibles.
Estas  conexiones  pueden  deshacerse  para  poder  dar  lugar  a  nuevos
objetos con las mismas piezas.
Lo bueno de las piezas del lego es precisamente que se pueden volver a
usar una y otra vez. Una pieza del lego puede formar parte de un coche un día,
y de un castillo al día siguiente. Además podemos decir que las piezas del
lego son eternas». Niños de hoy en día pueden jugar con las mismas piezas
con las que jugaban sus padres.
También podemos formar cosas de barro, pero el barro no puede usarse una
y otra vez, precisamente porque se puede romper en trozos cada vez más
pequeños, y porque esos pequeñísimos trocitos de barro no pueden unirse
para formar nuevos objetos.
Hoy podemos más o menos afirmar que la teoría atómica de Demócrito era
correcta. La naturaleza está, efectivamente, compuesta por diferentes átomos
que se unen y que vuelven a separarse. Un átomo de hidrógeno que está
asentado dentro de una célula en la punta de mi nariz, perteneció, en alguna
ocasión, a la trompa de un elefante. Un átomo de carbono dentro del músculo
de mi corazón estuvo una vez en el rabo de un dinosaurio.
En nuestros días, la ciencia ha descubierto que los átomos pueden dividirse
en «partículas elementales». A estas partículas elementales las llamamos
protones, neutrones y electrones. Quizás esas partículas puedan dividirse en
42
partes aún más pequeñas. No obstante, los físicos están de acuerdo en que
tiene que haber un límite. Tiene que haber unas  partes mínimas de las que
esté hecho el mundo.
Demócrito no tuvo acceso a los aparatos electrónicos de nuestra época. Su
único instrumento de verdad fue su inteligencia. Y su inteligencia no le ofreció
ninguna elección. Si de entrada aceptamos que nada cambia, que nada surge
de  la  nada  y  que  nada  desaparece,  entonces  la  naturaleza  ha  de  estar
compuesta necesariamente por unos minúsculos ladrillos que se juntan, y que
se vuelven a separar.
Demócrito no contaba con ninguna fuerza» o «espíritu» que interviniera en
los procesos de la naturaleza. Lo único que existe son los átomos y el espacio
vacío, pensaba. Ya que no creía en nada más que en lo material, le llamamos
materialista.
No existe ninguna «intención» determinada detrás de los movimientos de
los átomos. En la naturaleza todo ocurre mecánicamente. Eso no significa que
todo lo que ocurre sea «casual», pues todo sigue las leyes inquebrantables de
la naturaleza. Demócrito pensaba que había una causa natural en todo lo que
ocurre, una causa que se encuentra en las cosas mismas. En una ocasión dijo
que preferiría descubrir una ley de la naturaleza a convertirse en rey de Persia.
La  teoría  atómica  también  explica  nuestras  sensaciones,  pensaba
Demócrito.  Cuando  captamos  algo  con  nuestros  sentidos,  se  debe  a  los
movimientos de los átomos en el espacio vacío. Cuando vemos la luna, es
porque los «átomos de la luna» alcanzan mi ojo.
¿Y qué pasa con la conciencia? ¿No podrá estar formada por átomos, es
decir, por «cosas» materiales? Pues sí, Demócrito se imaginaba que el alma
estaba formada por unos «átomos del alma» especialmente redondos y lisos.
Al morir una persona, los átomos del alma se dispersan hacia todas partes.
Luego, pueden entrar en otra alma en proceso de creación.
Eso significa que el ser humano no tiene un alma inmortal. Mucha gente
comparte también, hoy en día, este pensamiento. Opinan, como Demócrito,
que «el alma» está conectada al cerebro y que no podemos tener ninguna
especie de conciencia cuando el cerebro se haya desintegrado.
Demócrito puso temporalmente fín a la filosofía griega de la naturaleza.
Estaba de acuerdo con Heráclito en que todo en la naturaleza «fluye». Las
formas van y vienen. Pero detrás de todo lo que fluye, se encuentran algunas
cosas  eternas  e  inalterables  que  no  fluyen.  A  estas  cosas  es  a  lo  que
Demócrito llamó átomos.
Mientras leía, Sofía miraba por la ventana para ver si aparecía junto al buzón el
misterioso autor de las cartas. Se quedó mirando a la calle fijamente, pensando en lo
que acababa de leer. Le pareció que Demócrito había razonado de un modo muy
sencillo y, sin embargo, muy astuto. Había encontrado la solución al problema de la
«materia primaria» y del «cambio».43
Este problema era tan complicado que los filósofos lo habían meditado durante
varias generaciones. Pero al final, Demócrito había solucionado todo el problema
utilizando simplemente su inteligencia.
Sofía estaba a punto de echarse a reír. Tenía que ser verdad que la naturaleza
estaba hecha de piececitas que nunca cambian. Al mismo tiempo, Heráclito había
tenido razón al afirmar que todas las formas de la naturaleza «fluyen», pues todos los
humanos y todos los animales mueren, e incluso una cordillera de montañas se va
desintegrando lentísimamente, y lo cierto es que también la cordillera está compuesta
por unas cositas indivisibles que nunca se rompen.
Al mismo tiempo, Demócrito se había hecho nuevas preguntas. Había dicho, por
ejemplo, que todo sucede mecánicamente. No aceptó ninguna fuerza espiritual en la
naturaleza, como Empédocles y Anaxágoras.
Además, Demócrito pensaba que el ser humano carece de alma inmortal.
¿Podía estar totalmente segura de que esto era correcto?
No estaba del todo segura. Pero, claro, se encontraba muy al principio del curso
de filosofía.
44
El destino
... el adivino intenta interpretar algo que en realidad no está nada
claro...
Sofía había estado vigilando la puerta de la verja del jardín, mientras leía sobre
Demócrito. Para asegurarse, decidió, no obstante, darse una vuelta por la puerta.
Al abrir la puerta exterior descubrió un sobrecito blanco fuera en la escalera. Y en
el sobre ponía «Sofía Amundsen».
¡De modo que la había engañado! Justo ese día, cuando con tanto celo había
vigilado el buzón, el filósofo misterioso se había acercado a la casa a escondidas
desde otro lado y simplemente había puesto la carta sobre la escalera, antes de darse
a la fuga otra vez. ¡Demonios!
¿Cómo podía saber que Sofía iba a estar vigilando el buzón justamente ese día? ¿La
habrían visto él, o ella, en la ventana? A1 menos se alegraba de haber salvado el sobre
antes de que su madre llegara a casa.
Sofía volvió a su cuarto y abrió allí la carta. El sobre blanco estaba un poco mojado
por los bordes; además, tenía un par de profundos cortes. ¿Por qué? No había llovido
en varios días.
En la notita ponía:
¿Crees en el destino?
¿Son las enfermedades un castigo divino?
¿Cuáles son las fuerzas que dirigen la marcha de la historia?
¿Que si creía en el destino? No estaba muy segura. Pero conocía a mucha gente
que sí creía. Varias amigas de clase, por ejemplo, leían sus horóscopos en las revistas.
Si  creían  en  la  astrología,  también  creerían  en  el  destin0,  ya  que  los  astrólogos
pensaban que la situación de las estrellas en el firmamento podía decir algo sobre la
vida de las personas en la Tierra.
Si se creía que un gato negro que cruzaba el camino significaba mala suerte,
entonces también se creería en el destino, pensaba Sofía. Cuanto mas pensaba en ello,
más ejemplos le salían de la fe en el destino. ¿Por qué se decía «toca madera, por
ejemplo y por qué martes trece era una día de mala suerte; Sofía había oído decir que
muchos hoteles se saltaban el número trece para las habitaciones. Se debería a que,
a fin de cuentas, había muchas personas supersticiosas.
«Superstición», por cierto, ¿no era una palabra extraña? Si creías en el cristianismo
o en el islám se llamaba «fe», pero si creías en astrología o en martes y trece, entonces45
se convertía en seguida en «superstición».
¿Quién tenía derecho a llamar superstición a la fe de otras personas?
Por lo menos, Sofía estaba segura de una cosa: Demócrito no había creído en el
destino. Era materialista. Sólo había creído en los átomos y en el espacio vacío.
Sofía intentó pensar en las otras preguntas de la notita.
«¿Son las enfermedades un castigo divino?» Nadie creería eso hoy en día. Pero de
repente se acordó de que mucha gente pensaba que rezar a Dios ayudaba a curarse,
así que creerían que Dios tenía algo que ver en la cuestión de quién estaba sano y
quién estaba enfermo.
La última pregunta le resultaba mas difícil. :Sofía jamás había pensado en qué era
lo que dirigía el curso de la historia. ¿Serían las personas, no? Si fuera Dios o el
destino, las personas, no podrían tener libre albedrío.
El tema del libre albedrío le hizo pensar en otra cosa. ¿Porqué iba a tolerar que ese
misterioso filósofo jugara con ella al escondite? ¿Por que no podía ella escribirle una
carta al filósofo? Seguro que él, o ella, dejaría un nuevo sobre grande en el buzón en
el transcurso de la noche, o en algún momento de la mañana siguiente. Entonces, ella
dejaría una carta para el profesor de filosofía.
Sofía se puso en marcha. Le resultaba muy difícil escribir a alguien a quien jamás
había visto. Ni siquiera sabía si era un hombre o una mujer. Tampoco si era joven o
viejo. Por lo que sabía, incluso podría tratarse de una persona a la que ella conocía.
En poco tiempo había redactado una pequeña carta:
Muy respetado filósofo: En esta casa se aprecia con sumo agrado su generoso
curso de filosofía por correspondendia. Pero molesta no saber quién es usted. Le
rogamos por tanto presentarse con nombre completo. A cambio será invitado a
entrar a tomar una taza de café con nosotros, pero si puede ser, cuando mi madre
no esté en casa. Ellas trabaja todos los días de 7.30 a 17.00 de lunes a viernes. Yo
soy estudiante, y tendré el mismo horario, pero, excepto los jueves, siempre estoy en
casa a partir de los dos y cuarto. Además, el café me sale muy bueno. Le doy las
gracias por anticipado. Saludos de su atenta alumna. Sofía Amundsen, 14 años.
En la parte inferior de la hoja escribió: «Se ruega contestación».
A Sofía le pareció que la carta era demasiado formal. Pero no era fácil elegir las
palabras cuando se escribía a una persona sin rostro.
Metió la hoja en un sobre de color rosa y lo cerró. Por fuera escribió: «Al filósofo»
El problema era cómo sacarlo fuera sin que su madre lo viera. Al mismo tiempo,
tendría que mirar el buzón temprano a la mañana siguiente, antes de que llegara el
periódico. Si no llegaba ningún envío durante la noche, tendría que volver a recoger
el sobre de color rosa.
¿Porqué tenía que ser todo tan complicado?
46
Aquella noche, Sofía subió pronto a su habitación a pesar de que era viernes. Su
madre intentó tentarla con una pizza y una película policiaca, pero dijo que estaba
cansada y que quería leer en la cama. Mientras su madre estaba sentada mirando
fijamente a la pantalla del televisor; Sofía bajó a hurtadillas a llevar la carta al buzón.
A1 parecer, su madre estaba un poco preocupada. Desde que surgió aquello del
conejo grande y el sombrero de copa, hablaba con Sofía de una manera completamente
distinta a la de antes. Sofía no quería preocuparla, pero ahora tenía que subir a la
habitación para vigilar el buzón.
Cuando su madre subió, sobre las once, estaba sentada delante de la ventana
mirando a la calle.
—¿No estarás sentada mirando al buzón? —pregunto.
—Miro lo que me da la gana.
—Creo que estás enamorada de verdad, Sofía. Pero si llega con una nueva carta,
no lo hará en medio de la noche.
—¡Qué asco! —Sofía no aguantaba esa tontería del enamoramiento. Pero habría
que dejar que su madre creyera que su estado de ánimo se debía a algo así.
Su madre prosiguió: —¿Él fue el que dijo aquello del conejo y el sombrero de
copa?
Sofía asintió con la cabeza.
—No es... no consume droga, verdad?
Ahora Sofía sentía verdadera lástima por su madre. No podía permitir que se
preocupara tanto por una cosa así. Por otra parte, era bastante tonto pensar que las
ideas divertidas tuvieran que ver con las drogas. Los mayores son un poco tontos a
veces.
Se volvió y dijo:
—Mamá, te prometo, aquí y ahora que jamás probaré algo así... y él tampoco
consume drogas. Pero le interesa bastante la filosofía.
—¿Es mayor que tú?
Sofía dijo que no con la cabeza.
—¿De la misma edad?
Dijo que sí.
—¿Y le interesa la filosofía?
Volvió a decir que sí.
—Seguro que es majísimo, cariño. Y ahora, creo que debes dormir.
Pero Sofía se quedó durante horas mirando al camino. Sobre la una, tenía tanto
sueño que los ojos se le iban cerrando. Estuvo a punto de acostarse, pero de repente
vislumbró sobre una sombra que salía del bosque.
La oscuridad era casi total, pero había luz suficiente para poder distinguir la silueta
de una persona. Era un hombre, y a Sofía le parecía bastante mayor. ¡Por lo menos, no
era de su misma edad! En la cabeza llevaba una boina o algo parecido.47
Miró una vez hacia la casa, pero Sofía no tenía ninguna luz encendida. El hombre
se fue derecho al buzón y dejó caer dentro un sobre grande. En el momento de soltar
el sobre, descubrió la carta de Sofía. Metió la mano en el buzón y sacó la carta. Al
cabo de un instante, estaba ya otra vez en el bosque. Se fue corriendo hacia el sendero
y desapareció.
Sofía notaba cómo le latía el corazón. Lo que más hubiera deseado era salir
corriendo tras él. Aunque pensándolo bien, no podía hacer eso, no se atrevía a ir
corriendo tras una persona desconocida en plena noche. Pero tenía que salir a recoger
el sobre, eso sí que no lo dudaba.
Al cabo de un rato, bajó la escalera a hurtadillas, abrió cuidadosamente la puerta
de  la  calle  con  la  llave  y  se  fue  hasta  el  buzón.  Pronto  estaba  de  vuelta  en  su
habitación, con el gran sobre en la mano. Se sentó sobre la cama conteniendo el
aliento. Pasaron un par de minutos y no se oía ningún ruido en toda la casa. Entonces
abrió la carta y comenzó a leer.
Era  evidente  que  no  recibiría  ninguna  contestación  a  su  carta  hasta  el  día
siguiente.
El destino
¡Buenos días de nuevo, querida Sofía! Déjame decirte, de una vez por todas,
que jamás debes intentar espiarme. Ya nos conoceremos en persona algún
día, pero seré yo quien decida la hora y el lugar. ¿No vas a desobedecerme,
verdad?
Volvamos a los filósofos. Hemos visto cómo buscan explicaciones naturales
a  los  cambios  que  tienen  lugar  en  la  naturaleza.  Anteriormente,  esas
cuestiones se explicaban mediante los mitos.
Pero  también  en  otros  campos  hubo  que  despejar  el  camino  de  viejas
supersticiones. Lo vemos en lo que se refiere a estar enfermo y estar sano, y
en lo que se refiere a los  acontecimientos políticos. En ambos campos, los
griegos tuvieron una gran fe en el destino.
Por  fe  en  el  destino  se  entiende  la  fe  en  que  está  determinado,  de
antemano, todo lo que va a suceder. Esta idea la podemos encontrar en todo
el mundo, en el momento presente, y a través de toda la historia. En los países
nórdicos existe una gran fe en «el destino»; tal como aparece en las antiguas
sagas islandesas.
Tanto entre los griegos como en otras partes del mundo, nos encontramos
con la idea de que los seres humanos pueden llegar a conocer el destino a
través de diferentes formas de oráculo, lo que significa que el destino de una
persona, o de un estado, puede ser interpretado de varios modos.
Todavía hay muchas personas que creen en leer las cartas, leer las manos
o interpelar las estrellas.
Una variante típicamente noruega es la adivinación mediante los posos del
48
café. Al vaciarse la taza de café, suelen quedar algunos posos en el fondo.
Esos posos pueden formar un determinado dibujo o imagen —sobre todo, si
añadimos un poco de imaginación—. Si los posos tienen la forma de un coche,
significa que la persona que haya bebido de la taza quizás vaya a hacer un
viaje en coche.
Vemos que el «adivino» intenta interpretar algo que en realidad no está
nada claro. Esto es muy típico de todo arte adivinatorio, y precisamente porque
aquello  que  se  «adivina»  es  tan  poco  claro,  no  resulta  tampoco  muy  fácil
contradecir al adivino.
Cuando miramos el cielo estrellado, vemos un verdadero caos de puntitos
brillantes, y sin embargo, ha habido muchas personas, a través de los tiempos,
que han creído que las estrellas pueden decirnos algo sobre nuestra vida en la
Tierra. Incluso hoy en día, hay dirigentes políticos que consultan a un astrólogo
antes de tomar una decisión importante.
El oráculo de Delfos
Los  griegos  pensaban  que  los  seres  humanos  podían  enterarse  de  su
destino a través del famoso oráculo de Delfos. El dios  Apolo era el dios del
oráculo. Hablaba a través de la sacerdotisa Pitia, que estaba sentada en una
silla sobre una grieta de la Tierra. De esta grieta subían unos gases narcóticos
que la embriagaban, circunstancia indispensable para que pudiera ser la voz
de Apolo.
Al llegar a Delfos, uno entregaba primero su pregunta a los sacerdotes,
quienes,  a  su  vez,  se  la  daban  a  Pitia.  Ella  emitía  una  contestación  tan
incomprensible o ambigua que hacía falta que los sacerdotes interpretaran la
respuesta a la persona que había entregado la pregunta.
Así los griegos podían aprovecharse de la sabiduría de Apolo, ya que creían
que Apolo sabía todo sobre el pasado y el futuro.
Muchos jefes de Estado no se atrevían a declarar la guerra, o a tomar otras
decisiones importantes, antes de haber consultado el oráculo de Delfos. Así
pues, los sacerdotes de Apolo funcionaban prácticamente como una especie
de diplomáticos y asesores, con muy amplios conocimientos sobre gentes y
países.
Encima del templo de Delfos había una famosa inscripción: ¡CONÓCETE
A TI MISMO!, que significaba que el ser humano nunca debe pensar que es
algo más que un ser humano, y que ningún ser humano puede escapar a su
destino.
Entre los griegos se contaban muchas historias sobre personas que habían
sido alcanzadas por su destino. Con el tiempo, se escribieron una serie de
obras de teatro, tragedias, sobre esas personas «trágicas». El ejemplo más
famoso es la historia del rey Edipo.1
 Juego de palabras. «Influenza» es la palabra noruega para«gripe». N.
de las T.
49
Ciencia de la historia y ciencia de la medicina
El destino no sólo determinaba la vida del individuo. Los griegos también
creían que el curso mismo del mundo estaba dirigido por el destino. Opinaban
que el resultado de una guerra podía deberse a la intervención de los dioses.
También  hoy  en  día  hay  muchos  que  creen  que  Dios  u  otras  fuerzas
misteriosas dirigen el curso de la historia.
Pero justo a la vez que los filósofos griegos intentaban buscar explicaciones
naturales a los procesos de la naturaleza, iba formándose una ciencia de la
historia que intentaba encontrar causas naturales a su desarrollo. El que un
Estado perdiera una guerra, no se explicaba ya como una venganza de los
dioses. Los historiadores griegos más famosos fueron Heródoto (484-424 a. de
C.) y Tucídides (460-400).
Los  griegos  también  creían  que  las  enfermedades  podían  deberse  a  la
intervención divina. Las enfermedades contagiosas se interpretaban, a menudo,
como un castigo de los dioses. Por otra parte, los dioses podían volver a curar
a las personas, si se les ofrecían sacrificios.
Esto no es, en modo alguno, exclusivo de los griegos. Antes del nacimiento
de la moderna ciencia de la medicina, en tiempos recientes, lo más normal era
pensar que las enfermedades tenían causas sobrenaturales. Por ejemplo, la
palabra «influenza» 1  significa en realidad que uno se encuentra bajo una mala
«influencia» de las estrellas.
Incluso hoy en día, hay muchas personas en el mundo entero que creen
que algunas enfermedades —el SIDA, por ejemplo— son un castigo de Dios.
Muchos  piensan,  además,  que  un  enfermo  puede  ser  curado  de  un  modo
sobrenatural.
Precisamente en la época en que los filósofos griegos iniciaron una nueva
manera de pensar, surgió una ciencia griega de la medicina que intentaba
encontrar explicaciones naturales a las enfermedades y al estado de salud. Se
dice que  Hipócrates,  que  nació  en  Cos  hacia  el  año  460  a.  de  C.,  fue  el
fundador de la ciencia griega de la medicina.
La protección más importante contra la enfermedad era, según la tradición
médica hipocrática, la moderación y una vida sana. Lo natural en una persona
es estar sana. Cuando surge una enfermedad, es porque la naturaleza ha
«descarrilado» a causa de un desequilibrio físico o psíquico. La receta para
estar sano era la moderación, la armonía y «una mente sana en un cuerpo
sano».
Hoy en día se habla constantemente de la «ética médica», con lo que se
quiere decir que, el médico, está obligado a ejercer su profesión médica según
50
ciertas reglas éticas. Un médico no puede, por ejemplo, extender recetas de
estupefacientes a personas sanas. Un médico tiene también que guardar el
secreto  profesional.  Esto  significa  que  no  tiene  derecho  a  contar  a  otras
personas algo que un paciente le haya dicho sobre su enfermedad. Estas
reglas  tienen  sus  raíces  en  Hipócrates,  que  exigió  a  sus  discípulos  que
prestasen el siguiente juramento:
Utilizaré el tratamiento para ayudar a los enfermos según mi capacidad y
juicio, pero nunca con la intención de causar daño o dolor.
A nadie daré veneno aunque me lo pida o me lo sugiera,
tampoco daré abortivos a ninguna mujer con el fin de evitar un embarazo.
Consideraré sagrados mi vida y mi arte.
No  utilizaré  el  cuchillo,  ni  siquiera  en  aquellos  que  sufren
indescriptiblemente,
dejándoselo hacer a los que se ocupan de ello.
Cuando entre en la morada de un enfermo, lo haré siempre en beneficio
suyo; me abstendré de toda acción injusta y de abusar del cuerpo de hombres
o mujeres, libres o esclavos.
De todo cuanto vea y oiga en el ejercicio de mi profesión y aun fuera de ella
callaré cuantas cosas sea necesario que no se divulguen, considerando la
discreción como un deber.
Si cumplo fielmente este juramento, que me sea otorgado gozar felizmente
de la vida y de mi arte y ser honrado siempre entre los hombres. Si lo violo y
me hago perjuro, que me ocurra lo contrario.
Sofía se sentó en la cama de un salto, cuando se despertó el sábado por la mañana.
¿Había sido un sueño o había visto de verdad al filósofo?
Tocó con el brazo el suelo bajo la cama. Pues sí, allí estaba la carta que había
llegado por la noche. Sofía se acordó de todo lo que había leído sobre la fe de los
griegos en el destino.
Entonces, no había sido más que un sueño.
¡Claro que había visto al filósofo! Y más que eso, había visto con sus propios ojos
que se había llevado la carta que ella le había escrito.
Sofía salió de la cama y miró debajo. Sacó de allí todas las hojas escritas a maquina.
¿Pero que era aquello? Al fondo del todo, junto a la pared, había algo rojo. ¿Podía ser
una bufanda?
Sofía se deslizó debajo de la cama y recogió un pañuelo rojo de seda. Sólo estaba
segura de una cosa: nunca había sido suyo.
Empezó a examinar el pañuelo minuciosamente y dio un pequeño grito cuando vio
unas letras escritas con una pluma negra a lo largo de la costura. «HILDE», ponía
¡Hilde! ¿Pero quién era Hilde? ¿Cómo podía ser que sus caminos se hubieran
cruzado de esa manera?51
Sócrates
... más sabia es la que sabe lo que no sabe...
Sofía se puso un vestido de verano y bajó a la cocina. Su madre estaba inclinada
sobre la encimera. Decidió no decirle nada sobre el pañuelo de seda.
—¿Has recogido el periódico? — se le escapó a Sofía.
La madre se volvió hacia ella.
—¿Me haces el favor de recogerlo tú?
Sofía se fue corriendo al jardín y se inclinó sobre el buzón verde.
Solamente un periódico. Era pronto para esperar respuesta a su carta. En la portada
del periódico leyó unas lineas sobre los cascos azules de las Naciones Unidas en el
Líbano.
Los cascos azules... ¿No era lo que ponía en el sello de la postal del padre de
Hilde? Pero llevaba sellos noruegos. A lo mejor los cascos azules de las Naciones
Unidas llevaban consigo su propia oficina de correos.
Cuando su madre hubo terminado en la cocina, le dijo a Sofía medio en broma:
—Vaya, sí que te interesa el periódico.
Afortunadamente no dijo nada más sobre buzones y cosas por el estilo, ni durante
el desayuno ni más tarde, en el transcurso del día. Cuando se fue a hacer la compra,
Sofía cogió la carta sobre la fe en el destino y se la llevó al Callejón.
El corazón le dio un vuelco cuando de repente vio un sobrecito blanco junto a la
caja que contenía las cartas del profesor de filosofía. Sofía estaba segura de que no
la había dejado allí.
También este sobre estaba mojado por los bordes, y tenía, exactamente como el
anterior, un par de profundas incisiones.
¿Había estado ahí el profesor de filosofía? ¿Conocía su escondite más secreto?
¿Pero por qué estaban mojados los sobres?
Sofía daba vueltas a todas esas preguntas. Abrió el sobre y leyó la nota.
Querida Sofía. He leído tu carta con gran interés, y también con un poco de
pesar, ya que tendré que desilusionarte respecto a lo de las visitas para tomar café
y esas cosas. Un día nos conoceremos, pero pasará bastante tiempo hasta que pueda
aparecer por tu calle.
Además,  debo  añadir  que  a  partir  de  ahora  no  podré  llevarte  las  cartas
personalmente.  A  la  larga,  sería  demasiado  arriesgado.  A  partir  de  ahora,  mi
pequeño mensajero te las llevará, y las depositará directamente en el lugar secreto
del jardín.
52
Puedes seguir poniéndote en contacto conmigo cuando sientas necesidad de
ello. En ese caso, tendrás que poner un sobre de color rosa con una galletita dulce
o un terrón de azúcar dentro. Cuando mi mensajero descubra una carta así, me
traerá el correo.
P. D. No es muy agradable tener que rechazar tu invitación a tomar café, pero
a veces resulta totalmente necesario.
P. D P. D. Si encontraras un pañuelo rojo de seda, ruego lo guardes bien. De vez
en cuando, objetos de este tipo se cambian por error en colegios y lugares así, y ésta
es una escuela de filosofía.
Saludos, Alberto Knox.
Sofía tenía catorce años y en el transcurso de su vida había recibido unas cuantas
cartas, por Navidad, su cumpleaños y fechas parecidas. Pero esta carta era la más
curiosa que había recibido jamás.
No llevaba ningún sello. Ni siquiera había sido metida en el buzón. Esta carta había
sido llevada directamente al lugar secretísimo de Sofía dentro del viejo seto. También
resultaba curioso que la carta se hubiera mojado en ese día primaveral tan seco.
Lo más raro de todo era, desde luego, el pañuelo de seda. El profesor de filosofía
también tenía otro alumno. ¡Vale! Y ese otro alumno había perdido un pañuelo rojo de
seda. ¡Vale! ¿Pero cómo había podido perder el pañuelo debajo de la cama de Sofía?
Y Alberto Knox... ¿No era ése un nombre muy extraño?
Con esta carta se confirmaba, al menos, que existía una conexión entre el profesor
de filosofía y Hilde Møller Knag. Pero lo que resultaba completamente incomprensible
era que también el padre de Hilde hubiera confundido las direcciones.
Sofía se quedó sentada un largo rato meditando sobre la relación que pudiese
haber entre Hilde y ella. Al final, suspiró resignada. El profesor de filosofía había
escrito que un día le conocería. ¿Conocería a Hilde también?
Dio la vuelta a la hoja y descubrió que había también algunas frases escritas al
dorso:
¿Existe un pudor natural?
Más sabia es la que sabe lo que no sabe
La verdadera comprensión viene de dentro
Quien sabe lo que es correcto también hará lo correcto.
Sofía comprendió que las frases cortas que venían en el sobre blanco la iban a
preparar para el próximo sobre grande que llegaría muy poco tiempo después. Se le
ocurrió una cosa: si el mensajero, iba a depositar el sobre ahí, en el Callejón, podía
simplemente ponerse a esperarle. ¿O sería ella? ¡En ese caso se agarraría a esa persona
hasta que el o ella le contara algo mas del filósofo! En la carta ponía, además, que el53
mensajero era pequeño. ¿Se trataría de un niño?
¿Existe un pudor natural?
Sofía sabía que«pudor» era una palabra anticuada que significaba «timidez»; por
ejemplo, sentir pudor por que alguien te vea desnudo. ¿Pero era en realidad natural
sentirse intimidado por ello?
Decir que algo es natural, significa que es algo aplicable a la mayoría de las
personas.
Pero en muchas partes del mundo, era natural ir desnudo. ¿Entonces, era la
sociedad la que decidía lo que se podía y lo que no se podía hacer? Cuando la abuela
era joven, por ejemplo, no se podía tomar el sol en top less. Pero, hoy en día, la
mayoría opinaba que era algo natural; aunque en muchos países sigue estando
terminantemente prohibido. Sofía se rascó la cabeza. ¿Era esto filosofía?
Y luego la siguiente frase: «Más sabia es la que sabe lo que no sabe».
¿Más sabia que quién? Si lo que quería decir el filósofo era que, una que era
consciente de que no sabía todo, era más sabia que una que sabía igual de poco, pero
que, sin embargo, se imaginaba saber un montón, entonces no resultaba difícil estar
de acuerdo. Sofía nunca había pensado en esto antes. Pero cuanto más pensaba en
ello, más claro le parecía que el saber lo que uno no sabe, también es, en realidad, una
forma de saber. No aguantaba a esa gente tan segura de saber un montón de cosas
de las que no tenía ni idea.
Y luego eso de que los verdaderos conocimientos vienen de dentro. ¿Pero no
vienen en algún momento todos los conocimientos desde fuera, antes de entrar en la
cabeza de la gente? Por otra parte, Sofía se acordaba de situaciones en las que su
madre o los profesores le habían intentado enseñar algo que ella había sido reacia a
aprender. Cuando verdaderamente había aprendido algo, de alguna manera, ella había
contribuido con algo. Cuando de repente había entendido algo, eso era quizás a lo que
se llamaba «comprensión».
Pues sí, Sofía opinaba que se había defendido bastante bien en los primeros
ejercicios. Pero la siguiente afirmación era tan extraña que simplemente se echó a reír:
«Quien sepa lo que es correcto también hará lo correcto.»
¿Significaba eso que cuando un ladrón robaba un banco lo hacía porque no sabía
que no era correcto? Sofía no lo creía. Al contrario, pensaba que niños y adultos eran
capaces de hacer muchas tonterías, de las que a lo mejor se arrepentían más tarde, y
que precisamente lo hacían a pesar de saber que no estaba bien lo que hacían.
Mientras meditaba sobre esto, oyó crujir unas hojas secas al otro lado del seto que
daba al gran bosque. ¿Sería acaso el mensajero? Sofía tuvo la sensación de que su
corazón daba un salto. Pero aún tuvo mas miedo al oír que lo que se acercaba
respiraba como un animal.
De repente vio un gran perro que había conseguido meterse en el Callejón desde
el bosque. Tenía que ser un labrador. En la boca llevaba un sobre amarillo grande, que
54
soltó justamente delante de las rodillas de Sofía. Todo sucedió con tanta rapidez que
Sofía no tuvo tiempo de reaccionar. En unos instantes tuvo el sobre en la mano, pero
el perro se había esfumado. Cuando todo hubo pasado, reaccionó. Puso las manos
sobre las piernas y empezó a llorar.
No sabía cuánto tiempo había permanecido así, pero al cabo de un rato volvió a
levantar la vista.
¡Conque ése era el mensajero! Sofía respiró aliviada. Esa era la razón por la que los
sobres blancos siempre estaban mojados por los bordes. Y ahora resultaba evidente
por qué tenía como incisiones en el papel. ¿Cómo no se le había ocurrido? Además,
ahora tenía cierta lógica la orden de meter una galleta dulce o un terrón de azúcar en
el sobre que ella mandara al filósofo.
No pensaba siempre tan rápidamente como le hubiera gustado. No obstante, era
indiscutible que tener a un perro bien enseñado como mensajero era algo bastante
insólito. Al menos podía abandonar la idea de obligar al mensajero a revelar dónde se
encontraba Alberto Knox.
Sofía abrió el voluminoso sobre y se puso a leer.
La filosofía en Atenas
Querida Sofía: Cuando leas esto, ya habrás conocido probablemente a
Hermes. Para que no quepa ninguna duda, debo añadir que es un perro. Pero
eso no te debe preocupar. Él es muy bueno, y además mucho mas inteligente
que muchas personas. O, por lo menos, no pretende ser más inteligente de lo
que  es.  También  debes  tomar  nota  de  que  su  nombre  no  ha  sido  elegido
totalmente al azar.
Hermes era el mensajero de los dioses griegos. También era el dios de los
navegantes, pero eso no nos concierne a nosotros, al menos no por ahora. Lo
que es más importante es que Hermes también ha dado nombre a la palabra
hermético, que significa oculto o inaccesible. Va muy bien con la manera en
que Hermes nos mantiene a los dos, ocultos el uno al otro.
Con esto he presentado al mensajero. Obedece, como es natural, a su
nombre, y es, en general, bastante bien educado.
Volvamos a la filosofía. Ya hemos concluido la primera parte; es decir, la
filosofía de la naturaleza, la ruptura con la concepción mítica del mundo. Ahora
vamos a conocer a los tres filósofos más grandes de la Antigüedad. Se llaman
Sócrates, Platón y Aristóteles. Estos tres filósofos dejaron, cada uno a su
manera, sus huellas en la civilización europea.
A  los  filósofos  de  la  naturaleza  se  les  llama  a  menudo  presocráticos,
porque vivieron antes de Sócrates. Es verdad que Demócrito murió un par de
anos después que Sócrates, pero su manera de pensar pertenece a la filosofía
de  la  naturaleza  presocrática.  Además  no  marcamos  únicamente  una
separación temporal con Sócrates, también nos vamos a trasladar un poco55
geográficamente, ya que Sócrates es el primer filósofo nacido en Atenas, y
tanto  él  como  sus  dos  sucesores  vivieron  y  actuaron  en  Atenas.  Quizás
recuerdes que también Anaxágoras vivió durante algún tiempo en esa ciudad,
pero fue expulsado por decir que el sol era una esfera de fuego. ( Tampoco le
fue mejor a Sócrates). Desde los tiempos de Sócrates, la vida cultural griega
se concentró en Atenas. Pero aún es más importante tener en cuenta que el
mismo proyecto filosófico cambia de características al pasar de los filósofos
de la naturaleza a Sócrates.
¡Se levanta el telón, Sofía! La historia del pensamiento es como un drama
en muchos actos.
El hombre en el centro
Desde aproximadamente el año 450 a. de C., Atenas se convirtió en el
centro cultural del mundo griego. Y también la filosofía tomó un nuevo rumbo.
Los filósofos de la naturaleza fueron ante todo investigadores de la naturaleza.
Por ello ocupan también un importante lugar en la historia de la ciencia.
En Atenas, el interés comenzó a centrarse en el ser humano y en el lugar
de éste en la sociedad. En Atenas se iba desarrollando una democracia con
asamblea  popular  y  tribunales  de  justicia.  Una  condición  previa  de  la
democracia era que el pueblo recibiera la enseñanza necesaria para poder
participar  en  el  proceso  de  democratización.  También  en  nuestros  días
sabemos que una joven democracia requiere que el pueblo reciba una buena
enseñanza. En Atenas, por lo tanto, era muy importante dominar, sobre todo,
el arte de la retórica.
Desde  las  colonias  griegas,  pronto  acudió  a  Atenas  un  gran  grupo  de
profesores y filósofos errantes. Estos se llamaban a sí mismos sofistas. La
palabra sofista significa persona sabia o hábil. En Atenas los sofistas vivían de
enseñar a los ciudadanos.
Los sofistas tenían un importante rasgo en común con los filósofos de la
naturaleza: el adoptar una postura crítica ante los mitos tradicionales. Pero, al
mismo tiempo, los sofistas rechazaron lo que entendían como especulaciones
filosóficas inútiles. Opinaban que, aunque quizás existiera una respuesta a las
preguntas  filosóficas,  los  seres  humanos  no  serían  capaces  de  encontrar
respuestas seguras a los misterios de la naturaleza y del universo. Ese punto
de vista se llama escepticismo en filosofía.
Pero aunque no seamos capaces de encontrar la respuesta a todos los
enigmas de la naturaleza, sabemos que somos seres humanos obligados a
convivir en sociedad. Los sofistas optaron por interesarse por el ser humano y
por su lugar en la sociedad.
El hombre es la medida de todas las cosas, decía el sofista  Protágoras
(aprox. 487-420 a. de C.), con lo que quería decir que siempre hay que valorar
lo  que  es  bueno  o  malo,  correcto  o  equivocado,  en  relación  con  las
56
necesidades del hombre. Cuando le preguntaron si creía en los dioses griegos,
contestó que el asunto es complicado y la vida humana es breve. A los que,
como él, no saben pronunciarse con seguridad sobre la pregunta de si existe
o no un dios, los llamamos agnósticos.
Los sofistas viajaron mucho por el mundo, y habían visto muchos regímenes
distintos. Podían variar mucho, de un lugar a otro, las costumbres y las leyes
de los Estados. De ese modo, los sofistas crearon un debate en Atenas sobre
qué era lo que estaba  determinado  por  la  naturaleza  y  qué  creado  por  la
sociedad. Así pusieron los cimientos de una crítica social en la ciudad-estado
de Atenas.
Señalaron, por ejemplo, que expresiones tales como «pudor natural» no
siempre concordaban con la realidad. Porque si es natural tener pudor, tiene
que ser algo innato. ¿Pero es innato, Sofía, o es un sentimiento creado por la
sociedad? A una persona que ha viajado por el mundo, la respuesta le resulta
fácil: no es natural o innato tener miedo a mostrarse desnudo. El pudor, o la
falta de pudor, está relacionado con las costumbres de la sociedad.
Como podrás entender, los sofistas errantes crearon amargos debates en
la sociedad ateniense, señalando que no había normas absolutas sobre lo que
es correcto o erróneo. Sócrates, por otra parte, intentó mostrar que sí existen
algunas normas absolutas y universales.
¿Quien era Sócrates?
Sócrates (470-399 a. de C.) es quizás el personaje más enigmático de toda
la historia de la filosofía. No escribió nada en absoluto. Y sin embargo, es uno
de los filósofos que más influencia ha ejercido sobre el pensamiento europeo.
Esto se debe en parte a su dramática muerte.
Sabemos que nació en Atenas y que pasó la mayor parte de su vida por
calles y plazas conversando con la gente con la que se topaba. Los árboles en
el campo no me pueden enseñar nada, decía. A menudo se quedaba inmóvil,
de pie, en profunda meditación durante horas.
Ya en vida fue considerado una persona enigmática y, al poco tiempo de
morir,  como  el  artífice  de  una  serie  de  distintas  corrientes  filosóficas.
Precisamente porque era tan enigmático y ambiguo, podía ser utilizado en
provecho de corrientes completamente diferentes.
Lo  que  es  seguro  es  que  feo  de  remate.  Era  bajito  y  gordo,  con  ojos
saltones y nariz respingona. Pero interiormente era, se decía, «maravilloso».
También se decía de él: Se puede buscar y rebuscar en su propia época, se
puede buscar y rebuscar en el pasado, pero nunca se encontrará a nadie como
él. Y, sin embargo, fue condenado a muerte por su actividad filosófica.
La vida de Sócrates se conoce sobre todo a través de Platón, que fue su
alumno y que, por otra parte, sería uno de los filósofos más grandes de la
historia. Platón escribió muchos diálogos —o conversaciones filosóficas— en57
los que utilizaba a Sócrates como portavoz.
No podemos estar completamente seguros de que las palabras que Platón
pone en boca de Sócrates fueran verdaderamente pronunciadas por Sócrates,
y,  por  ello,  resulta  un  poco  difícil  separar  entre  lo  que  era  la  doctrina  de
Sócrates y las palabras del propio Platón. Este problema también surge con
otros personajes históricos que no dejaron ninguna fuente escrita. El ejemplo
más conocido de esto es, sin duda, Jesucristo. No podemos estar seguros de
que el Jesús histórico dijera verdaderamente lo que ponen en su boca Mateo
o Lucas. Lo mismo pasa también con lo que dijo el «Sócrates histórico».
Sin  embargo,  no  es  tan  importante  saber  quién  era  Sócrates
verdaderamente.  Es,  ante  todo,  la  imagen  que  nos  proporciona  Platón  de
Sócrates la que ha inspirado a los pensadores de Occidente durante casi
2.500 años.
El arte de conversar
La propia esencia de la actividad de Sócrates es que su objetivo no era
enseñar  a  la  gente.  Daba  más  bien  la  impresión  de  que  aprendía  de  las
personas con las que hablaba. De modo que no enseñaba como cualquier
maestro de escuela. No, no, él conversaba.
Está claro que no se habría convertido en un famoso filósofo si sólo hubiera
escuchado a los demás. Y tampoco le habrían condenado a muerte, claro
está. Pero, sobre todo, al principio solía simplemente hacer preguntas, dando
a  entender  que  no  sabía  nada.  En  el  transcurso  de  la  conversación,  solía
conseguir que su interlocutor viera los fallos de su propio razonamiento. Y
entonces, podía suceder que el otro se viera acorralado y, al final, tuviera que
darse cuenta de lo que era bueno y lo que era malo.
Se dice que la madre de Sócrates era comadrona, y Sócrates comparaba
su  propia  actividad  con  la  del  «arte  de  parir»  de  la  comadrona.  No  es  la
comadrona  la  que  pare  al  niño.  Simplemente  está  presente  para  ayudar
durante el parto. Así, Sócrates consideraba su misión ayudar a las personas
a parir la debida comprensión. Porque el verdadero conocimiento tiene que salir
del  interior  de  cada  uno.  No  puede  ser  impuesto  por  otros.  Sólo  el
conocimiento que llega desde dentro es el verdadero conocimiento.
Puntualizo: la capacidad de parir hijos es una facultad natural. De la misma
manera, todas las personas pueden llegar a entender las verdades filosóficas
cuando utilizan su razón. Cuando una persona «entra en juicio», recoge algo
de ella misma.
Precisamente haciéndose el ignorante, Sócrates obligaba a la gente con la
que se topaba a utilizar su sentido común. Sócrates se hacía el ignorante, es
decir,  aparentaba  ser  más  tonto  de  lo  que  era.  Esto  lo  llamamos  ironía
socrática. De esa manera, podía constantemente señalar los puntos débiles
de  la  manera  de  pensar  de  los  atenienses.  Esto  solía  suceder  en  plazas
58
públicas. Un encuentro con Sócrates podía significar quedar en ridículo ante
un gran público.
Por lo tanto, no es de extrañar que Sócrates, a la larga, pudiera resultar
molesto  e  irritante,  sobre  todo  para  los  que  sostenían  los  poderes  de  la
sociedad. Atenas es como un caballo apático, decía Sócrates, y yo soy un
moscardón que intenta despertarlo y mantenerlo vivo. (¿Qué se hace con un
moscardón, Sofía? ¿Me lo puedes decir?)
Una voz divina
No  era  con  intención  de  torturar  a  su  prójimo  por  lo  que  Sócrates  les
incordiaba continuamente. Había algo dentro de él que no le dejaba elección.
El solía decir que tenía una «voz divina» en su interior. Sócrates protestaba,
por  ejemplo,  contra  tener  que  participar  en  condenar  a  alguien  a  muerte.
Además, se negaba a delatar a adversarios políticos. Esto le costaría al final,
la vida.
En 399 a. de C. fue acusado de «introducir nuevos dioses» y de «llevar a
la juventud por caminos equivocados».
Por  una  escasa  mayoría,  fue  declarado  culpable  por  un  jurado  de  500
miembros. Seguramente podría haber suplicado clemencia. Al menos, podría
haber salvado el pellejo si hubiera accedido a abandonar Atenas. Pero si lo
hubiera hecho, no habría sido Sócrates. El caso es que valoraba su propia
conciencia —y la verdad— más que su propia vida. Aseguró que había actuado
por el bien del Estado. Y, sin embargo, lo condenaron a muerte. Poco tiempo
después, vació la copa de veneno en presencia de sus amigos más íntimos.
Luego cayó muerto al suelo.
¿Por qué, Sofía? ¿Por qué tuvo que morir Sócrates? Esta pregunta ha sido
planteada por los seres humanos durante 2.400 años. Pero él no es la única
persona en la historia que ha ido hasta el final, muriendo por su convicción. Ya
mencioné a Jesús, y en realidad existen más puntos comunes entre Jesús y
Sócrates. Mencionaré algunos.
Tanto Jesús como Sócrates eran considerados personas enigmáticas por
sus contemporáneos. Ninguno de los dos escribió su mensaje, lo que significa
que dependemos totalmente de la imagen que de ellos dejaron sus discípulos.
Lo que está por encima de cualquier duda, es que los dos eran maestros en
el arte de conversar. Además, hablaban con una autosuficiencia que fascinaba
e irritaba. Y los dos pensaban que hablaban en nombre de algo mucho mayor
que ellos mismos. Desafiaron a los poderosos de la sociedad, criticando toda
clase de injusticia y abuso de poder. Y finalmente: esta actividad les costaría
la vida.
También en lo que se refiere a los juicios contra Jesús y Sócrates, vemos
varios puntos comunes. Los dos podrían haber suplicado clemencia y haber
salvado,  así,  la  vida.  Pero  pensaban  que  tenían  una  vocación  que  habrían59
traicionado si no hubieran ido hasta el final. Precisamente yendo a la muerte
con la cabeza erguida, reunirían a miles de partidarios también después de su
muerte.
Aunque hago esta comparación entre Jesús y Sócrates, no digo que fueran
iguales. Lo que he querido decir, ante todo, es que los dos tenían un mensaje
que no puede ser separado de su coraje personal.
Un comodín en Atenas
¡Sócrates, Sofía! No hemos acabado del todo con él, ¿sabes?. Hemos
dicho algo sobre su método. ¿Pero cuál fue su proyecto filosófico?
Sócrates vivió en el mismo tiempo que los sofistas. Como ellos se interesó
más por el ser humano y por su vida que por los problemas de los filósofos de
la naturaleza. Un filósofo romano — Cicerón — diría, unos siglos más tarde,
que Sócrates «hizo que la filosofía bajara del cielo a la tierra, y la dejó morar
en las ciudades y la introdujo en las casas, obligando a los seres humanos a
pensar en la vida, en las costumbres, en el bien y en el mal».
Pero Sócrates también se distinguía de los sofistas en un punto importante.
El  no  se  consideraba  sofista,  es  decir,  una  persona  sabia  o  instruida.  Al
contrario que los sofistas, no cobraba dinero por su enseñanza. Sócrates se
llamaba «filósofo», en el verdadero sentido de la palabra. «Filósofo» significa
en realidad «uno que busca conseguir sabiduría».
¿Estás  cómoda,  Sofía?  Para  el  resto  del  curso  de  filosofía,  es  muy
importante que entiendas la diferencia entre un «sofista» y un «filósofo». Los
sofistas cobraban por sus explicaciones más o menos sutiles, y esos sofistas
han ido apareciendo y desapareciendo a través de toda la historia. Me refiero
a todos esos maestros de escuela y sabelotodos que, o están muy contentos
con lo poco que saben, o presumen de saber un montón de cosas de las que
en realidad no tienen ni idea. Seguramente habrás conocido a algunos de esos
sofistas en tu corta vida. Un  verdadero filósofo, Sofía, es algo muy distinto,
más bien lo contrario. Un filósofo sabe que en realidad sabe muy poco, y,
precisamente  por  eso,  intenta  una  y  otra  vez  conseguir  verdaderos
conocimientos.
Sócrates fue un ser así, un ser raro. Se daba cuenta de que no sabía nada
de la vida ni del mundo, o más que eso: le molestaba seriamente saber tan
poco. Un filósofo es, pues, una persona que reconoce que hay un montón de
cosas que no entiende. Y eso le molesta. De esa manera es, al fin y al cabo,
más sabio que todos aquellos que presumen de saber cosas de las que no
saben nada. «La más sabia es la que sabe lo que no sabe», dije. Y Sócrates
dijo  que  sólo  sabía  una  cosa:  que  no  sabía  nada.  Toma  nota  de  esta
afirmación,  porque  ese  reconocimiento  es  una  cosa  rara,  incluso  entre
filósofos. Además, puede resultar tan peligroso si lo predicas públicamente que
te puede costar la vida. Los que preguntan, son siempre los más peligrosos.
60
No resulta igual de peligroso contestar. Una sola pregunta puede contener más
pólvora que mil respuestas.
¿Has oído hablar del nuevo traje del emperador? En realidad, el emperador
estaba  totalmente  desnudo,  pero  ninguno  de  sus  súbditos  se  atrevió  a
decírselo. De pronto, hubo un niño que exclamó que el emperador estaba
desnudo. Ése era un niño valiente, Sofía. De la misma manera, Sócrates se
atrevió a decir lo poco que sabemos los seres humanos. Ya señalamos antes
el parecido que hay entre niños y filósofos.
Puntualizo:  la  humanidad  se  encuentra  ante  una  serie  de  preguntas
importantes a las que no encontramos fácilmente buenas respuestas. Ahora
se ofrecen dos posibilidades: podemos engañarnos a nosotros mismos y al
resto del mundo, fingiendo que sabemos todo lo que merece la pena saber, o
podemos cerrar los ojos a las preguntas primordiales y renunciar, de una vez
por todas, a conseguir más conocimientos. De esta manera, la humanidad se
divide en dos partes. Por regla general, las personas, o están segurísimas de
todo, o se muestran indiferentes. (¡Las dos clases gatean muy abajo en la piel
del conejo!) Es como cuando divides una baraja en dos, mi querida Sofía. Se
meten las cartas rojas en un montón, y las negras en otro. Pero, de vez en
cuando,  sale  de  la  baraja  un  comodín,  una  carta  que  no  es  ni  trébol,  ni
corazón, ni rombo, ni pica. Sócrates fue un comodín de esas características
en Atenas. No estaba ni segurísimo, ni se mostraba indiferente. Solamente
sabía que no sabía nada, y eso le inquietaba. De modo que se hace filósofo el
que incansablemente busca conseguir conocimientos ciertos.
Se cuenta que un ateniense preguntó al oráculo de Delfos quién era el ser
más sabio de Atenas. El oráculo contestó que era Sócrates. Cuando Sócrates
se enteró, se extrañó muchísimo. (¡Creo que se echó a reír, Sofía!) Se fue en
seguida a la ciudad a ver a uno que, en opinión propia, y en la de muchos
otros, era muy sabio. Pero cuando resultó que ese hombre no era capaz de dar
ninguna respuesta cierta a las preguntas que Sócrates le hacía, éste entendió
al final que el oráculo tenía razón.
Para Sócrates era muy importante encontrar una base segura para nuestro
conocimiento.  El  pensaba  que  esta  base  se  encontraba  en  la  razón  del
hombre. Con su fuerte fe en la razón del ser humano, era un típico racionalista.
Un conocimiento correcto conduce a acciones correctas
Ya mencioné que Sócrates pensaba que tenía por dentro una voz divina y
que esa «conciencia» le decía lo que estaba bien. «Quien sepa lo que es
bueno, también hará el bien», decía. Quería decir que conocimientos correctos
conducen a acciones correctas. Y sólo el que hace esto se convierte en un
«ser correcto». Cuando actuamos mal es porque desconocemos otra cosa.
Por eso es tan importante que aumentemos nuestros conocimientos.
Sócrates estaba precisamente buscando definiciones claras y universales61
de lo que estaba bien y de lo que estaba mal. Al contrario que los sofistas, él
pensaba que la capacidad de distinguir entre lo que está bien y lo que está mal
se encuentra en la razón, y no en la sociedad.
Quizás esto último te resulte un poco difícil de digerir, Sofía. Empiezo de
nuevo: Sócrates pensaba que era imposible ser feliz si uno actúa en contra de
sus convicciones. Y el que sepa cómo se llega a ser un hombre feliz, intentará
serlo.
Por ello, quien sabe lo que está bien, también hará el bien, pues ninguna
persona querrá ser infeliz, ¿no?
¿Tú qué crees, Sofía? ¿Podrás vivir feliz si constantemente haces cosas
que en el fondo sabes que no están bien? Hay muchos que constantemente
mienten,  y  roban,  y  hablan  mal  de  los  demás.  ¡De  acuerdo!  Seguramente
saben que eso no está bien, o que no es justo, si prefieres. ¿Pero crees que
eso les hace felices?
Sócrates no pensaba así.
Cuando Sofía hubo leído la carta sobre Sócrates, la metió en la caja y salió al jardín.
Quería meterse en casa antes de que su madre volviera de la compra, para evitar un
montón de preguntas sobre dónde había estado. Además, había prometido fregar los
platos.
Estaba llenando de agua la pila cuando entro su madre con dos bolsas de compra.
Quizás por eso dijo:
— Pareces estar un poco en la luna últimamente, Sofía.
Sofía no sabía por que lo decía, simplemente se le escapó:
—Sócrates también lo estaba.
—¿Sócrates?
La madre abrió los ojos de par en par.
—Es una pena que tuviera que pagar con su vida por ello —prosiguió Sofía muy
pensativa.
—¡Pero Sofía! ¡Ya no sé qué decir!
—Tampoco lo sabía Sócrates. Lo Único que sabia era que no sabía nada en
absoluto. Y, sin embargo, era la persona más sabia de Atenas.
La madre estaba atónita. Al final dijo:
—¿Es algo que has aprendido en el instituto?
Sofía negó enérgicamente con la cabeza.
—Allí no aprendemos nada...
La gran diferencia entre un maestro de escuela y un auténtico filosofo es que el
maestro cree que sabe un montón e intenta obligar a los alumnos a aprender. Un
filósofo intenta averiguar las cosas junto con los alumnos.
—De modo que estamos hablando de conejos blancos... Sabes una cosa, pronto
exigiré que me digas quién es ese novio tuyo. Si no, empezaré a pensar que está un
62
poco tocado.
Sofía se volvió y señaló a su madre con el cepillo de fregar.
—No es él el que está tocado. Pero es un moscardón que estorba a los demás. Lo
hace para sacarles de su manera rutinaria de pensar.
—Bueno, déjalo ya. A mí me parece que debe de ser un poco respondón.
—No es ni respondón ni sabio. Pero intenta conseguir verdadera sabiduría. Ésa
es la diferencia entre un auténtico comodín y todas las demás cartas de la baraja.
—¿Comodín, has dicho?
Sofía asintió.
—¿Se te ha ocurrido que hay muchos corazones y muchos rombos en una baraja?
También hay muchos tréboles y picas. Pero sólo hay un comodín.
—Cómo contestas, hija mía.
—Y tú, cómo preguntas.
La madre había colocado toda la compra. Cogió el periódico y se fue a la sala de
estar. A Sofía le pareció que había cerrado la puerta dando un portazo.
Cuando hubo terminado de fregar los cacharros, subió a su habitación. Había
metido el pañuelo de seda roja en la parte de arriba de su armario, junto al lego. Ahora
lo volvió a bajar y lo miró detenidamente.63
Atenas
...de las ruinas se levantaron varios edificios...
Aquella tarde, la madre de Sofía se fue a visitar a una amiga. En cuanto hubo salido
de la casa, Sofía bajó al jardín y se metió en el Callejón, dentro del viejo seto. Allí
encontró un paquete grande junto a la caja de galletas. Se apresuró a quitar el papel.
¡En el paquete había una cinta de vídeo!
Entró corriendo en casa. ¡Una cinta de video! Eso si que era algo nuevo. ¿Pero
cómo podía saber el filósofo que tenían un vídeo? ¿Y qué habría en esa cinta?
Sofía metió la cinta en el aparato, y pronto apareció en la pantalla una gran ciudad.
No tardó mucho en comprender que se trataba de Atenas, porque la imagen pronto
se centró en la Acrópolis.
Sofía había visto muchas fotos de las viejas ruinas.
Era una imagen viva. Entre las ruinas de los templos se movían montones de
turistas con ropa ligera y cámaras colgadas del cuello. ¿Y no había alguien con un
cartel? ¡Allí volvía a aparecer!
¿No ponía «Hilde»?
Al cabo de un rato, apareció un primer plano de un señor de mediana edad. Era
bastante bajito, tenía una barba bien cuidada, y llevaba una boina azul. Miró a la
cámara y dijo:
—Bienvenida a Atenas, Sofía. Seguramente te habrás dado cuenta de que soy
Alberto Knox. Si no ha sido así, sólo repito que se sigue sacando al gran conejo
blanco del negro sombrero de copa del universo. Nos encontramos en la Acrópolis.
La palabra significa «el castillo de la ciudad» o, en realidad, «la ciudad sobre la
colina».  En  esta  colina  ha  vivido  gente  desde  la  Edad  de  Piedra.  La  razón  es,
naturalmente, su ubicación tan especial. Era fácil defender este lugar en alto del
enemigo. Desde la Acrópolis se tenía, además, buena vista sobre uno de los mejores
puertos del Mediterráneo: El Pireo. Conforme Atenas iba creciendo abajo, sobre la
llanura, la Acrópolis se iba utilizando como castillo y recinto de templos. En la primera
mitad del siglo v a. de C. , se libró una cruenta guerra contra los persas, y en el año
480, el rey persa, Jerjes, saqueó Atenas y quemó todos los viejos edificios de madera
de la Acrópolis. Al año siguiente, los persas fueron vencidos, y comenzó la Edad de
Oro de Atenas, Sofía. La Acrópolis volvió a construirse, mas soberbia y más hermosa
que nunca, y ya desde entonces únicamente como recinto de templos. Fue justamente
en esa época cuando Sócrates anduvo por calles y plazas, conversando con los
atenienses. Así, pudo seguir la reconstrucción de la Acrópolis y la construcción de
todos esos maravillosos edificios que vemos aquí. ¡Fíjate qué lugar de obras tuvo que
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ser! Detrás de mí puedes ver el templo mas grande. Se llama el Partenón o «Morada
de la Virgen» y fue levantado en honor a Atenea, que era la diosa patrona de Atenas.
Este gran edificio de mármol no tiene una sola línea recta, pues los cuatro lados tienen
todos una suave curvatura. Se hizo así para dar mas vida al edificio. Aunque tiene
unas dimensiones enormes, no resulta pesado a la vista, debido, como  puedes ver, a
un engaño óptico. También las columnas se inclinan suavemente hacia dentro, y
habrían formado una pirámide de mil quinientos metros si hubieran sido tan altas como
para encontrarse en un punto muy por encima del templo. Lo único que había dentro
del templo era una estatua de Atenea de doce metros de altura. Debo añadir que el
mármol blanco, que estaba pintado de varios colores vivos, se transportaba desde una
montaña a dieciséis kilómetros de distancia...
Sofía tenía el corazón en la boca. ¿De verdad era su profesor de filosofía el que le
hablaba desde la cinta de video? Sólo había podido vislumbrar su silueta una vez en
la oscuridad, pero podía muy bien tratarse del mismo hombre que ahora estaba en la
Acrópolis.
El  hombre  comenzó  a  andar  por  el  lateral  del  templo  y  la  cámara  le  seguía.
Finalmente se acercó al borde de la roca y señaló hacia el paisaje. La cámara enfocó
un viejo anfiteatro situado por debajo de la propia meseta de la Acrópolis.
—Aquí ves el antiguo teatro de Dionisos — prosiguió el hombre de la boina—.
Se trata probablemente del teatro mas antiguo de Europa. Aquí se representaron las
obras de los grandes autores de tragedias Esquilo, Sófocles y Eurípides, precisamente
en la época de Sócrates. Ya mencioné la tragedia sobre el desdichado Edipo rey. Pues
esa tragedia se representó por primera vez aquí. También hacían comedias. El autor de
comedias más famoso fue Aristófanes, que, entre otras cosas, escribió una comedia
maliciosa sobre el estrafalario Sócrates. En la parte de atrás puedes ver la pared de
piedra que servía de fondo a los actores. Esa pared se llamaba skené y ha prestado su
nombre a nuestra palabra «escena». Por cierto, la palabra teatro proviene de una
antigua  palabra  griega  que  significaba  «mirar».  Pero  pronto  volveremos  a  los
filósofos, Sofía. Demos la vuelta al Partenón y bajemos por la parte de la fachada.
El hombrecillo rodeó el gran templo y a su derecha se veían algunos templos mas
pequeños. Luego bajó unas escaleras entre altas columnas. Desde la meseta de la
Acrópolis subió a un pequeño monte y señaló hacia Atenas.
—El monte sobre el que nos encontramos se llama Areópago. Aquí era donde el
tribunal supremo de Atenas pronunciaba sus sentencias en casos de asesinato.
Muchos siglos más tarde, el apóstol Pablo estuvo aquí hablando de Jesucristo y del
cristianismo  a los atenienses. Pero a ese discurso ya volveremos más adelante. Abajo,
a la izquierda, puedes ver las ruinas de la antigua plaza de Atenas. Excepto el gran
templo del dios herrero, Hefesto, sólo quedan ya bloques de mármol. Bajemos...
Al instante, volvió a aparecer entre las viejas ruinas. Arriba, en la parte superior
de la pantalla de Sofía, se erguía el templo de Atenea sobre la Acrópolis. El profesor65
de filosofía se había sentado sobre un bloque de mármol. Miro a la cámara y dijo:
—Estamos sentados en las afueras de la antigua plaza de Atenas. ¡Triste, verdad!
Me refiero a cómo está hoy. Pero aquí hubo, en alguna época, maravillosos templos,
palacios de justicia y otros edificios públicos, comercios, una sala de conciertos e
incluso  un  gran  gimnasio.  Todo,  alrededor  de  la  propia  plaza,  que  era  un  gran
rectángulo... En este pequeño recinto, se pusieron los cimientos de toda la civilización
europea.  Palabras  como  «política»  y  «democracia»,  «economía»  e  «historia»,
«biología» y «física», «matemáticas» y «lógica», «teología» y «filosofía», «ética» y
«psicología», «teoría» y «método», «idea» y «sistema», y muchas, muchas más,
proceden de un pequeño pueblo que vivía en torno a esta plaza. Por aquí anduvo
Sócrates hablando con la gente. Quizás agarrara a algún esclavo que llevaba un
cuenco de aceitunas para hacerle, al pobre hombre, preguntas filosóficas. Porque
Sócrates opinaba que un esclavo tenía la misma capacidad de razonar que un noble.
Tal vez se encontrara en una vehemente disputa con algún ciudadano, o conversara,
en voz baja, con su discípulo Platón. Resulta curioso, ¿verdad? Hablamos todavía de
filosofía  «socrática»  o  filosofía  «platónica»,  pero  es  muy  distinto  ser  Platón  o
Sócrates.
Claro que le resultaba curioso a Sofía. Pero le parecía, no obstante, igual de curioso
que el filosofo le hablara así, de repente, a través de una cinta de vídeo que había sido
llevada a su lugar secreto del jardín por un misterioso perro.
El filósofo se levantó del bloque de mármol y dijo en voz muy baja:
—Inicialmente, había pensado dejarlo aquí, Sofía. Quise mostrarte la Acrópolis y
las  ruinas  de  la  antigua  plaza  de  Atenas.  Pero  aún  no  sé  si  has  entendido  lo
grandiosos que fueron en la Antigüedad los alrededores de este lugar... de modo que
siento la tentación... de continuar un poco más. Naturalmente, es del todo inédito,
pero confío en que esto quede entre tú y yo. Bueno, de todas formas, bastará con un
rápido vistazo.
No dijo nada más, y se quedó mirando fijamente a la cámara durante un buen rato.
A continuación, apareció en la pantalla una imagen totalmente distinta. De las ruinas
se levantaron varios edificios altos.
Como por arte de magia, se habían vuelto a reconstruir todas las ruinas. Sobre el
horizonte se veía todavía la Acrópolis, pero ahora, tanto la Acrópolis como los
edificios de abajo, en la plaza, eran completamente nuevos. Estaban cubiertos de oro,
y pintados con colores diferentes. Por la gran plaza se paseaban personas vestidas
con túnicas pintorescas. Algunos llevaban espadas, otros llevaban jarras en la cabeza,
y uno de ellos llevaba un rollo de papiro bajo el brazo.
Ahora Sofía reconoció al profesor de filosofía. Seguía con su boina azul, pero en
estos momentos vestia una túnica amarilla, como las demás personas de la imagen.
Fue hacia Sofía, miró a la cámara y dijo:
—Ya ves Sofía. Estamos en la Atenas de la Antigüedad. Quería que tú también
66
vinieras, ¿sabes? Estamos en el año 402 a. de C., solamente tres años antes de la
muerte de Sócrates. Espero que aprecies esta visita tan exclusiva, pues no creas que
fue fácil alquilar una videocámara.
Sofía se sentía aturdida. ¿Cómo podía ese hombre misterioso estar, de repente, en
la Atenas de hace 2.400 años? ¿Cómo era posible ver una grabación en video de otra
época? Naturalmente, Sofía sabía que no había vídeo en la Antigüedad. ¿Podría estar
viendo un largometraje? Pero todos los edificios de mármol parecían tan auténticos...
Tener que reconstruir toda la antigua plaza de Arenas y toda la Acrópolis sólo para
una película resultaría carísimo. Y sería un precio demasiado alto solo para que Sofía
aprendiera algo sobre Atenas.
El hombre de la boina la volvió a mirar.
—¿Ves a aquellos dos hombres bajo las arcadas? Sofía vio a un hombre mayor,
con una túnica algo andrajosa. Tenía una barba larga y desarreglada nariz chata, un
par de penetrantes ojos azules y mofletes. A su lado, había un hombre joven y
hermoso.
—Son Sócrates y su joven discípulo Platón.
¿Lo entiendes, Sofía? Verás, ahora los conocerás personalmente.
El profesor de filosofía se acercó a los dos hombres que estaban de pie bajo un
alto tejado. Levantó la boina y dijo algo que Sofía no entendió. Seguramente era en
griego. Pero, al cabo de un instante, miró directamente a la camara de nuevo y dijo:
—Les he contado que eres noruega y que tienes muchas ganas dc conocerlos.
Ahora Platón te hará algunas preguntas para que las medites. Pero tenemos que
hacerlo antes de que los vigilantes nos descubran.
Sofía notó una presión en las sienes, pues ahora se acercaba el joven y miraba
directamente a la cámara.
—Bienvenida a Atenas, Sofía —dijo con voz suave. Hablaba con mucho acento—.
Me llamo Platón, y te voy a proponer cuatro ejercicios: lo primero, debes pensar en
cómo un pastelero puede hacer cincuenta pastas completamente iguales. Luego,
puedes preguntarte a ti misma por qué todos los caballos son iguales. Y también
debes pensar en si el alma de los seres humanos es inmortal. Finalmente, tendrás que
decir si los hombres y las mujeres tienen la misma capacidad de razonar. ¡Suerte!
De repente, había desaparecido la imagen de la pantalla. Sofía intentó adelantar y
rebobinar la cinta, pero había visto todo lo que contenía.
Sofía procuraba concentrarse y pensar. Pero en cuanto empezaba a pensar en una
cosa, le daba por pensar en otra totalmente diferente, mucho antes de haber acabado
de desarrollar el primer pensamiento.
Hacia tiempo que sabía que el profesor de filosofía era un hombre muy original.
Pero a Sofía le parecía que se pasaba con esos métodos de enseñanza que infringían
incluso las leyes de la naturaleza.
¿Eran verdaderamente Sócrates y Platón los que había visto en la pantalla? Claro67
que no, eso era completamente imposible. Pero tampoco habían sido dibujos animados
lo que había visto.
Sofía sacó la cinta del aparato y se la llevó arriba, a su habitación. Allí la metió en
el armario, con todas las piezas del lego. Pronto se tumbó rendida en la cama, y se
durmió.
Unas horas más tarde, su madre entró en la habitación. La sacudió suavemente y
dijo:
—Pero Sofía, ¿qué te pasa?
—¿Eh... ?
—¿Te has acostado vestida?
Sofía abrió los ojos a duras penas.
—He estado en Atenas —dijo.
Y no dijo nada más; se dio la vuelta y continuó durmiendo.
68
Platón
...una añoranza de regresar a la verdadera morada del alma...
A la mañana siguiente, Sofía se despertó de golpe. Sólo eran poco más de las
cinco, pero se sentía tan despejada que se sentó en la cama.
¿Por qué llevaba el vestido puesto? De repente, recordó todo. Sofía se subió a un
escabel y miró el estante superior del armario. Pues si, allí estaba la cinta de vídeo.
Entonces, no había sido un sueño; al menos, no todo.
¡Pero no podía haber visto a Platón y a Sócrates! Bah, ya no tenía ganas de pensar
más en ello. Quizás su madre tuviera razón en que estaba un poco ida últimamente.
No consiguió volverse a dormir. Quizás debería bajar al Callejón, a ver si el perro
había dejado otra carta.
Sofía bajó la escalera de puntillas, se puso las zapatillas de deporte, y salió al
jardín.
Todo estaba maravillosamente luminoso y tranquilo. Los pajarillos cantaban con
tanta energía que Sofía estuvo a punto de echarse a reír. Por la hierba se deslizaban
las minúsculas gotas de cristal del rocío de la mañana.
Un vez más se le ocurrió pensar que el mundo era un increíble milagro.
Se notaba humedad dentro del viejo seto. Sofía no vio ningún sobre nuevo del
filósofo, pero, de todos modos, secó un tocón muy grande y se sentó.
Se acordó de que el Platón del vídeo le había dado unos ejercicios. Primero, algo
sobre cómo un pastelero era capaz de hacer cincuenta pastas totalmente iguales.
Sofía tuvo que pensarlo mucho, porque le parecía una verdadera hazaña poder
hacer cincuenta pastas iguales. Cuando su madre, alguna que otra vez, hacía una
bandeja de rosquillas berlinesas, ninguna salía completamente idéntica a otra. Claro,
que no era una pastelera profesional, pues a veces lo hacía sin mucha dedicación. Pero
tampoco las pastas que compraban en la tienda eran totalmente iguales entre sí. Cada
pasta había sido formada por las manos del pastelero, ¿no?
De pronto, se dibujó en la cara de Sofía una astuta sonrisa. Se acordó de una vez
en que ella y su padre habían ido al centro, mientras la madre se había quedado en
casa, haciendo pastas de navidad. Cuando volvieron, se encontraron con un montón
de pastas a la pimienta, con forma de hombrecitos, extendidas por toda la mesa de la
cocina. Aunque no eran todas igual de perfectas, sí que eran de alguna manera,
totalmente iguales. ¿Y por qué? Naturalmente, porque la madre había utilizado el
mismo molde para todas las pastas.
Tan satisfecha se sintió Sofía de haberse acordado de las pastas a la pimienta que
dio  por  acabado  el  primer  ejercicio.  Cuando  un  pastelero  hace  cincuenta  pastas69
completamente iguales es porque utiliza el mismo molde para todas. ¡Y ya está!
Luego,  el  Platón  del  vídeo  había  mirado  directamente  a  la  cámara,  y  había
preguntado por qué todos los caballos son iguales. Pero eso no era verdad. Sofía diría
más bien lo contrario, que no había ningún caballo totalmente idéntico a otro, de la
misma manera que no había dos personas completamente iguales.
Estuvo a punto de renunciar a solucionar ese ejercicio, pero, de pronto, se acordó
de cómo había razonado con las pastas a la pimienta. Al fin y al cabo, tampoco las
pastas eran totalmente iguales, algunas eran más gorditas que otras, otras estaban
rotas. Y, sin embargo, para todo el mundo estaba claro que, de alguna manera, eran
«totalmente iguales».
Quizá, la intención de Platón era preguntar por qué un caballo era un caballo, y no
algo entre caballo y cerdo. Porque aunque algunos caballos fueran pardos como los
osos, y otros blancos como los corderos, todos tenían algo en común. Sofía no había
visto jamás, por ejemplo, un caballo con seis u ocho patas.
¿Pero no habría querido decir Platón que lo que hace a todos los caballos idénticos
es que han sido formados con el mismo molde?
Luego, Platón había hecho una pregunta muy importante y muy dificil. Tiene el ser
humano un alma inmortal Sofía no se sentía capacitada para contestar a esa pregunta.
Sólo sabia que el cuerpo muerto era incinerado o enterrado, y que así no podía tener
ningún futuro. Si uno opinaba que el ser humano tenía un alma inmortal, también tenía
que pensar que el ser humano está compuesto por dos partes totalmente distintas: un
cuerpo, que al cabo de algunos años se agota y se destruye, y un alma, que: opera
más o menos independientemente del cuerpo. La abuela había dicho una vez que era
sólo el cuerpo el que envejecía. Interiormente, había sido siempre la misma muchacha.
Lo de «muchacha», condujo a Sofía a la última pregunta. ¿Los hombres y las
mujeres tienen la misma capacidad de razonar? No estaba ella muy segura. Dependía
de lo que Platón quisiera decir con «razonar».
De pronto, se acordó de algo que había dicho el profesor de filosofía sobre
Sócrates. Sócrates había señalado que todos los seres humanos pueden llegar a
entender las verdades filosóficas si utilizan su razón. Pensaba, además, que un esclavo
tenía la misma capacidad de razonar que un noble para poder solucionar preguntas
filosóficas.
Sofía estaba convencida de que Sócrates habría dicho que mujeres y hombres
tienen la misma capacidad de razonar.
Sentada meditando, oyó de repente ruidos en el seto y alguien que respiraba como
una máquina de vapor. Al instante, apareció en el callejón el perro amarillo. Llevaba
un sobre grande en la boca.
¡Hermes! —exclamó Sofía—. ¡Muchas gracias!
El perro dejó caer el sobre en las rodillas de Sofía, que estiró la mano para
acariciarle.
70
—Hermes, buen perro —dijo.
El perro se tumbó delante de ella y se dejó acariciar. Pero al cabo de unos minutos,
se levantó y se dispuso a desaparecer entre el seto por el mismo camino por el que
había llegado.
Sofía le siguió con e1 sobre amarillo en la mano. El perro se giró un par de veces
gruñendo, pero Sofía no se dio por vencida. Encontraría al filósofo aunque tuviera que
correr hasta Atenas.
El perro apresuró el paso, y pronto se metió por un estrecho sendero. También
Sofía aumentó la velocidad, pero cuando había corrido durante un par de minutos, el
perro se paro y se puso a ladrar como un perro guardián. Sofía no se dio por vencida
todavía y aprovechó la oportunidad para acercarse aún más.
Hermes siguió a toda prisa por el sendero. Sofía tuvo que reconocer finalmente que
no era capaz de alcanzarlo. Durante un largo rato se quedó parada escuchando cómo
se alejaba. Al final, todo quedó en silencio.
Sofía se sentó sobre un tocón delante de un pequeño claro en el bosque. En la
mano tenía un sobre grande. Lo abrió, sacó varias hojas escritas a máquina, y empezó
a leer.
La Academia de Platón
¡Que bien lo pasamos juntos, Sofía! En Atenas, quiero decir. De esa forma,
al menos, me he presentado. Como también te presenté a Platón, podemos
ir directamente al grano.
Platón (427-347 a. de C.) tenía 29 años cuando a Sócrates le obligaron a
vaciar  la  copa  de  veneno.  Era  discípulo  de  Sócrates  desde  hacía  mucho
tiempo, y siguió el proceso contra éste muy de cerca. El hecho de que Atenas
fuera capaz de condenar a muerte a su ciudadano más noble, no sólo le causó
una hondísima impresión, sino que decidiría la dirección que tomaría toda su
actividad filosófica.
Para  Platón,  la  muerte  de  Sócrates  constituía  una  clara  expresión  del
contraste que puede haber entre la situación fáctica de la sociedad y lo que es
verdadero o  ideal. La primera acción de Platón como filósofo fue publicar el
discurso de defensa de Sócrates. En el discurso se refiere a lo que Sócrates
dijo al gran jurado.
Te acordarás de que el propio Sócrates no escribió nada. Muchos de los
filósofos presocráticos sí habían escrito, el problema es que la mayoría de
esos escritos se ha perdido. En lo que se refiere a Platón, se cree que se han
conservado todas sus obras principales. (Aparte del discurso de defensa de
Sócrates, Platón escribió una colección entera de cartas, y treinta y cinco
diálogos filosóficos.) El hecho de que estos escritos hayan sido conservados
se debe, en gran parte, a que Platón fundó su propia escuela de filosofía fuera
de Atenas. La escuela estaba situada en una arboleda que debía su nombre71
al héroe mitológico griego Academo. Por lo tanto, la escuela de filosofía de
Platón adquirió el nombre de Academia. (Desde entonces se han fundado
miles  de  «academias»  por  todo  el  mundo.  Incluso  hoy  hablamos  de  los
«académicos» y de «materias académicas».)
En la Academia de Platón se enseñaba filosofía, matemáticas y gimnasia.
Aunque «enseñar» no sea, quizás, la palabra adecuada, ya que también en la
Academia de Platón la conversación viva era lo más importante. Por lo tanto,
no es una casualidad que el diálogo llegara a ser la forma escrita de Platón.
Lo eternamente verdadero, lo eternamente hermoso y lo
eternamente bueno
Al principio de este curso de filosofía te dije que, a menudo, resulta muy útil
preguntarse a uno mismo cuál es el proyecto de un determinado filósofo. De
modo que ahora pregunto: ¿qué era lo que a Platón le interesaba averiguar ante
todo?
Resumiendo mucho, podemos decir que a Platón le interesaba la relación
entre lo eterno y lo inalterable, por un lado, y lo que fluye, por el otro. (¡Es
decir,  exactamente  igual  que  a  los  presocráticos!)  Luego  dijimos  que  los
sofistas y Sócrates abandonaron las cuestiones de la filosofía de la naturaleza,
para interesarse más por el ser humano y la sociedad. Sí, eso es verdad, pero
también los sofistas y Sócrates se interesaban, en cierto modo, por la relación
entre lo eterno y lo permanente, por un lado, y lo que fluye, por el otro. Se
interesaron por esta cuestión en lo que se refiere a la  moral de los seres
humanos, y a los ideales o virtudes de la sociedad. Muy resumidamente, se
puede decir que los sofistas pensaban que la cuestión de lo que es bueno o
malo, es algo que cambia de ciudad en ciudad, de generación en generación,
es  decir  que  la  cuestión  sobre  lo  bueno  y  lo  malo  es  algo  que  «fluye».
Sócrates no podía aceptar este punto de vista, y opinaba que había unas
reglas totalmente básicas y eternas para lo que es bueno y lo que es malo.
Mediante nuestra razón podemos, todos los seres humanos, llegar a conocer
esas normas inmutables, pues precisamente la razón de los seres humanos
es algo eterno e inmutable.
¿Me sigues, Sofía? Estamos llegando a Platón. A él le interesa lo que es
eterno e inmutable en la naturaleza y lo que es eterno e inmutable en cuanto
a la moral y la sociedad.
De hecho, para Platón, estas son una misma cosa. Intenta captar una
propia «realidad» eterna e inmutable. Y, a decir verdad, precisamente para eso
tenemos a los filósofos. No están para elegir a la chica más guapa del año, ni
los tomates más baratos del jueves (razón por la cual no son siempre tan
famosos).
Los  filósofos  suelen  fruncir  el  ceño  ante  asuntos  tan  vanos  y  tan  «de
actualidad»· Intentan señalar lo que es eternamente «verdadero», eternamente
72
«hermoso», y eternamente «bueno».
Con  esto  tenemos,  al  menos,  una  vaga  idea  del  proyecto  filosófico  de
Platón. A partir de ahora, miraremos las cosas una por una. Intentaremos
entender  un  razonamiento  que  dejó  profundas  huellas  en  toda  la  filosofía
europea posterior.
El mundo de la Ideas
Tanto  Empédocles  como  Demócrito  habían  señalado  que  todos  los
fenómenos de la naturaleza fluyen, pero que sin embargo, tiene que haber
«algo»  que  nunca  cambie  «las  cuatro  raíces  de  todas  las  cosas»  o  «los
átomos». Platón sigue este planteamiento, pero de una manera muy distinta.
Platón opinaba que  todo lo que podemos tocar y sentir en la naturaleza
fluye.  Es  decir,  según  él,  no  existen  unas  pocas  que  no  se  disuelven.
Absolutamente todo lo que pertenece al mundo de los sentidos está formado
por una materia que se desgasta con el tiempo. Pero, a la vez, todo está
hecho con un eterno e inmutable.
¿Lo entiendes? Ah, ¿no...?
¿Por qué todos los caballos son iguales, Sofía! A lo mejor piensas que no
lo son en absoluto. Pero hay algo que todos los caballos tienen en común,
algo que hace que nunca tengamos problemas para distinguir un caballo de
cualquier otro animal. El caballo individual «fluye», claro está. Puede ser viejo,
cojo, y, con el tiempo, se pondrá enfermo y morirá. Pero el «molde de caballo»
es eterno e inmutable.
Déjame precisar: los presocráticos habían dado una explicación, mas o
menos razonable, de los cambios en la naturaleza, sin tener que presumir que
algo «cambia» de verdad. En medio del ciclo de la naturaleza, hay algunas
partes mínimas que son eternas e inmutables y que no se disuelven, pensaban
ellos ¡Muy bien, Sofía! Digo  muy bien, pero no podían explicar cómo estas
«partes mínimas», que alguna vez habían sido las piezas para construir un
caballo, de pronto pueden juntarse para formar un «caballo» completamente
nuevo, unos tres o cuatrocientos años más tarde. O formar un elefante, por
usar otro ejemplo, o un cocodrilo. Lo que quiere decir Platón es que los átomos
de  Demócrito  nunca  pueden  llegar  a  convertirse  en  un  «cocofante»  o  un
«eledrilo».  Precisamente,  esto  fue  lo  que  puso  en  marcha  su  reflexión
filosófica.
Si ya estás entendiendo lo que quiero decir, puedes saltarte este apartado.
Para  estar  seguro,  voy  a  precisar:  tienes  una  serie  de  piezas  del  lego  y
construyes con ellas un caballo. Luego lo deshaces y vuelves a meter las
piezas en una caja. No puedes esperar que surja un caballo completamente
nuevo con sólo sacudir la caja que contiene las piezas. ¡Cómo iban a poder las
piezas arreglarselas por su cuenta para volver a convertirse en caballo! No, eres
tú la que tienes que volver a construir el caballo, Sofía. Y lo logras gracias a73
una imagen que tienes en tu cabeza del aspecto del caballo. Es decir: el
caballo  de  lego  está  moldeado  según  un  modelo  que  queda  inalterado  de
caballo en caballo.
¿Solucionaste lo de las cincuenta pastas idénticas? Supongamos que caes
al mundo desde el espacio y que jamas has visto una pastelería. De repente,
te topas con una de aspecto tentador, y ves, sobre un mostrador, cincuenta
pastas idénticas. Supongo que te habrías roto la cabeza, preguntándote cómo
era posible que fueran todas idénticas. Sin embargo puede ser que alguna de
ellas careciera de algo que tuvieran las demás. Si eran figuras, puede que a
una le faltara un brazo y a otra un trozo de cabeza, y que una tercera tuviera,
a lo mejor, un bulto en la tripa. Tras pensarlo detenidamente, llegarías, no
obstante, a la conclusión de que todas las pastas tenían un denominador
común. Aunque ninguna fuera totalmente perfecta, se te ocurriría pensar que
deben de tener un  origen común. Te darías cuenta de que todas las pastas
están hechas con el mismo molde. Y hay más Sofía, hay algo más: ahora
tendrás un fuerte deseo de ver ese molde. Esto quiere decir que, para Platón,
lo eterno y lo inmutable no es una «materia primaria» física. Lo que es eterno
e inmutable son los modelos espirituales o abstractos, a cuya imagen todo
está moldeado. Esto quiere decir que, para Platón, lo eterno y lo inmutable no
es una «materia primaria» física. Lo que es eterno e inmutable son los modelos
espirituales o abstractos, a cuya imagen todo está moldeado.
Si lograste solucionar este problema por tu cuenta, entonces solucionaste
un problema filosófico exactamente de la misma manera que Platón. Como la
mayoría de los filósofos, él «aterrizó desde el espacio». (Se sentó en el último
extremo de uno de los finos pelos de la piel del conejo.) Le extrañó cómo todos
los fenómenos de la naturaleza podían ser tan iguales entre ellos, y llegó a la
conclusión  de  que  debía  de  haber  un  reducido  número  de  moldes  que  se
encuentran «detrás de» todo lo que vemos a nuestro alrededor. A estos moldes
Platón los llamó Ideas. Detrás de todos los caballos, cerdos y seres humanos,
se  encuentra  la  «idea  de  caballo»,  la  «idea  de  cerdo»  y  la  «idea  de  ser
humano». (De la misma manera que el pastelero antes mencionado puede
tener pastas con forma de hombres, de cerdos y de caballos; pues un buen
pastelero tendrá más de un molde. No obstante, basta con un solo molde para
cada clase de pastas.)
Conclusión: Platón pensaba que tenía que haber una realidad detrás «del
mundo de los sentidos», y a esta realidad la llamó el mundo de las Ideas. Aquí
se encuentran las eternas e inmutables «imágenes modelo», detrás de los
distintos  fenómenos  con  los  que  nos  topamos  en  la  naturaleza.  A  este
espectacular concepto lo llamamos la teoría de las Ideas de Platón.
El conocimiento seguro
Hasta aquí me habrás seguido, querida Sofía. Pero a lo mejor te preguntas
74
si Platón pensaba así de verdad. ¿Pensaba verdaderamente que tales moldes
existen en una realidad completamente diferente?
No lo opinó tan literalmente durante toda su vida, pero, al menos en algunos
de sus diálogos hay que entenderlo así. Intentaremos seguir su argumentación.
Como  ya  he  dicho,  el  filósofo  intenta  captar  algo  que  sea  eterno  e
inmutable. No resultaría muy útil escribir una tesis filosófica sobre, digamos,
la existencia de una determinada pompa de jabón.
No lo opinó tan literalmente durante toda su vida, pero, al menos en algunos
de sus diálogos hay que entenderlo así. En primer lugar, no habría tiempo para
estudiarla bien antes de que desapareciera de pronto, y, en segundo lugar,
sería difícil vender una tesis filosófica sobre algo que nadie ha visto, y que,
además, sólo ha existido durante cinco segundos.
Platón pensaba que todo lo que vemos a nuestro alrededor en la naturaleza,
es  decir,  todo  lo  que  podemos  sentir  y  tocar,  puede  compararse  con  una
pompa de jabón. Porque nada de lo que existe en el mundo de los sentidos
permanece. Evidentemente, sabes que todos los seres humanos y todos los
animales se disuelven y mueren, antes o después. Pero incluso un bloque de
mármol se altera y se desintegra lentamente. (¡La Acrópolis está en ruinas,
Sofía! Escandaloso, digo yo, pero ésa es la realidad.) Lo que dice Platón es
que  no  podemos  saber  nada  con  seguridad  sobre  algo  que  cambia
constantemente. Sobre lo que pertenece al mundo de los sentidos, es decir,
lo que podemos sentir y tocar, sólo podemos tener ideas o  hipótesis poco
seguras. Sólo podemos tener  conocimientos seguros de aquello que vemos
con la razón.
De acuerdo, Sofía, me explicaré mejor. Una sola pasta con figura de hombre
puede resultar tan imperfecta, después de todos los procesos de elaboración,
que resulte difícil ver lo que pretende ser. Pero después de haber visto veinte
o treinta pastas de ese tipo, que pueden ser más o menos perfectas, sabré
con mucha certeza como es el molde, incluso aunque nunca lo haya visto. Ni
siquiera es seguro que conviniera ver el propio molde con los ojos, pues no
podemos fiarnos siempre de nuestros sentidos. La propia facultad visual puede
variar de una persona a otra. Sin embargo, podemos fiarnos de lo que nos dice
la razón, porque la razón es la misma para todas las personas.
Si  te  encuentras  en  un  aula  del  colegio  en  compañía  de  otros  treinta
alumnos,  y  el  profesor  pregunta  cuál  es  el  color  más  bonito  del  arco  iris,
seguramente  obtendrá  muchas  respuestas  diferentes.  Pero  si  os  pregunta
cuánto es 8 por 3, entonces la clase entera debe llegar al mismo resultado,
pues, en este caso, se trata de un juicio emitido por la razón, y, de alguna
manera, la razón es lo contrario de las opiniones y los pareceres. Podríamos
decir que la razón es eterna y universal precisamente porque sólo se pronuncia
sobre asuntos eternos y universales.
A Platón le interesaban mucho las matemáticas, porque las relaciones
matemáticas jamás cambian. Por lo tanto, es algo sobre lo que tenemos que75
tener conocimientos ciertos. Veamos un ejemplo: imagínate que te encuentras
en la naturaleza con una piña completamente redonda. A lo mejor dices que
te «parece» redonda, mientras que tu amiga Jorunn dice que está un poco
aplastada por un extremo. (¡Y empezáis a pelearos!) Pero no podéis tener
conocimientos seguros sobre algo que veis con los ojos. Por otra parte, podéis
estar totalmente seguras de que la suma angular de un círculo es 360º. En
este  caso,  os  pronunciáis  sobre  un  círculo  ideal,  que  a  lo  mejor  no  se
encuentra en la naturaleza, pero que, en cambio, es fácil de visualizar en la
cabeza. (Estáis diciendo algo sobre el molde de las pastas, y no sobre una
pasta cualquiera de la mesa de la cocina.)
Hagamos un breve resumen: sólo podemos tener ideas vagas sobre lo que
sentimos, pero sí podemos conseguir conocimientos ciertos sobre aquello que
reconocemos con la razón. La suma de los ángulos de un triángulo es 180º
siempre.  De  la  misma  manera,  la  «idea»  de  caballo  tendrá  cuatro  patas,
aunque todos los caballos del mundo de los sentidos se volviesen cojos.
Un alma inmortal
Acabamos de ver que Platón pensaba que la realidad está dividida en dos.
Una  parte  es  el  mundo  de  los  sentidos,  sobre  el  que  sólo  podemos
conseguir  conocimientos  imperfectos  utilizando  nuestros  cinco  sentidos
(aproximados e imperfectos). De todo lo que hay en el mundo de los sentidos,
podemos decir que «todo fluye» y que nada permanece. No hay nada que sea
en el mundo de los sentidos, solamente se trata de un montón de cosas que
surgen y perecen.
La otra parte es el mundo de las Ideas, sobre el cual podemos conseguir
conocimientos ciertos, mediante la utilización de la razón. Por consiguiente,
este mundo de las Ideas no puede reconocerse mediante los sentidos. Es el
Mundo de lo que «es».
Por otra parte, las Ideas son eternas e inmutables. Según Platón, el ser
humano también esta dividido en dos partes. Tenemos un cuerpo que «fluye»,
y que, por lo tanto, está indisolublemente ligado al mundo de los sentidos, y
acaba de la misma manera que todas las demás cosas pertenecientes al
mundo  de  los  sentidos  (como  por  ejemplo  una  pompa  de  jabón).  Todos
nuestros sentidos están ligados a nuestro cuerpo y son, por tanto, de poco fiar.
Pero también tenemos un alma inmortal, la morada de la razón. Precisamente
porque el alma no es material puede ver el mundo de las Ideas.
Ya he dicho casi todo. Pero hay algo más, Sofía. ¡Te digo que HAY ALGO
MÁS!
Platón pensaba, además, que el alma ya existía antes de meterse en un
cuerpo. Érase una vez cuando el alma se encontraba en el mundo de las
Ideas. (Estaba en la parte de arriba del armario, junto con todos los moldes
76
para las pastas.) Pero en el momento en que el alma se despierta dentro de
un cuerpo humano, se ha olvidado ya de las Ideas perfectas. Entonces, algo
comienza a suceder, se inicia un proceso maravilloso. Conforme el ser humano
va sintiendo las formas en la naturaleza, va teniendo un vago recuerdo en su
alma.  El  ser  humano  ve  un  caballo,  un  caballo  imperfecto,  pero  eso  es
suficiente para despertar en el alma un vago recuerdo del «caballo» perfecto
que el alma vio en el mundo de las Ideas. Con esto, se despierta también una
añoranza de regresar a la verdadera morada del alma. A esa añoranza Platón
la llama eros, que significa «amor». Es decir, el alma siente una «añoranza
amorosa» por su verdadero origen. A partir de ahora, se vive el cuerpo y todo
lo sensible como algo imperfecto e insignificante. Sobre las alas del amor
volará el alma «a casa», al mundo de las Ideas, donde será librada de la
«cárcel del cuerpo».
Me apresuro a recalcar que lo que Platón describe aquí es un ciclo humano
ideal, pues no todos los seres humanos dan rienda suelta al alma y permiten
que inicie el viaje de retorno al mundo de las Ideas. La mayoría de las personas
se aferra a los «reflejos» de las Ideas en el mundo de los sentidos. Ven un
caballo y otro caballo, pero no ven aquello de lo que todos los caballos son
solamente malas copias. (Entran corriendo en la cocina y se lanzan sobre
todas las pastas, sin preguntarse siquiera de dónde proceden esas pastas.)
Lo que describe Platón es el «camino de los filósofos». Su filosofía puede
entenderse como una descripción de la actividad filosófica.
Cuando ves una sombra, Sofía, también tú pensarás que tiene que haber
algo  que  la  origina.  Ves  la  sombra  de  un  animal.  Quizás  sea  un  caballo,
piensas, sin estar del todo segura. Luego te giras y ves el verdadero caballo,
que  es  infinitamente  más  hermoso  y  su  silueta  mucho  más  nítida  que  la
inestable  «sombra  del  caballo».  PLATÓN  OPINABA  QUE,  DE  LA  MISMA
MANERA,  TODOS  LOS  FENÓMENOS  DE  LA  NATURALEZA  SON
SOLAMENTE  SOMBRAS  DE  LOS  MOLDES  O  IDEAS  ETERNAS.  No
obstante, la gran mayoría de los seres humanos está satisfecha con su vida
entre las sombras. No piensan en que tiene que haber algo que origina las
sombras.  Creen  que  las  sombras  son  todo,  no  viven  las  sombras  como
sombras. Con ello, también se olvidan de la inmortalidad de su propia alma.
El camino que sube de la oscuridad de la caverna
Platón cuenta una parábola que ilustra precisamente lo que acabamos de
describir. La solemos llamar el mito de la caverna.
La contaré con mis propias palabras.
Imagínate a unas personas que habitan una caverna subterránea. Están
sentadas de espaldas a la entrada, atadas de pies y manos, de modo que sólo
pueden mirar hacia la pared de la caverna. Detrás de ellas, hay un muro alto,
y por detrás del muro caminan unos seres que se asemejan a las personas.77
Levantan diversas figuras por encima del borde del muro. Detrás de estas
figuras, arde una hoguera, por lo que se dibujan sombras flameantes contra la
pared de la caverna. Lo único que pueden ver esos moradores de la caverna es,
por tanto, ese «teatro de sombras». Han estado sentados en la misma postura
desde que nacieron, y creen por ello, que las sombras son lo único que existe.
Imagínate  ahora  que  uno  de  los  habitantes  de  la  caverna  empieza  a
preguntarse de dónde vienen todas esas sombras de la pared de la caverna y,
al final, consigue soltarse. ¿Qué crees que sucede cuando se vuelve hacia las
figuras que son sostenidas por detrás del muro? Evidentemente, lo primero que
ocurrirá es que la fuerte luz le cegará. También le cegarán las figuras nítidas,
ya que, hasta ese momento, sólo había visto las sombras de las mismas. Si
consiguiera atravesar el muro y el fuego, y salir a la naturaleza, fuera de la
caverna, la luz le cegaría aún más. Pero después de haberse restregado los
ojos,  se  habría  dado  cuenta  de  la  belleza  de  todo.  Por  primera  vez,  vería
colores y siluetas nítidas. Vería verdaderos animales y flores, de los que las
figuras  de  la  caverna  sólo  eran  malas  copias.  Pero,  también  entonces  se
preguntaría  a  sí  mismo  de  dónde  vienen  todos  los  animales  y  las  flores.
Entonces vería el sol en el cielo, y comprendería que es el sol el que da vida
a todas las flores y animales de la naturaleza, de la misma manera que podía
ver las sombras en la caverna gracias a la hoguera.
Ahora, el feliz morador de la caverna podría haberse ido corriendo a la
naturaleza, celebrando su libertad recién conquistada. Pero se acuerda de los
que quedan abajo en la caverna. Por eso vuelve a bajar. De nuevo abajo, intenta
convencer a los demás moradores de la caverna de que las imágenes de la
pared son sólo copias centelleantes de las cosas reales. Pero nadie le cree.
Señalan a la pared de la caverna diciendo que lo que allí ven es todo lo que
hay. Al final lo matan.
Lo que Platón describe en el mito de la caverna es el camino que recorre
el  filósofo  desde  los  conceptos  vagos  hasta  las  verdaderas  ideas  que  se
encuentran tras los fenómenos de la naturaleza. Seguramente también piensa
en Sócrates, a quien mataron los «moradores de la caverna» porque hurgaba
en sus ideas habituales, queriendo enseñarles el camino hacia la verdadera
sabiduría. De ese modo, el mito de la caverna se convierte en una imagen del
valor y de la responsabilidad pedagógica del filósofo.
Lo que quiere señalar Platón es que la relación entre la oscuridad de la
caverna y la naturaleza del exterior corresponde a la relación entre los moldes
de la naturaleza y el mundo de las Ideas. No quiere decir que la naturaleza sea
triste y oscura, sino que es triste y oscura comparada con la claridad de las
Ideas. Una foto de una muchacha hermosa no tiene por qué resultar oscura y
triste, más bien al contrario, pero sigue siendo sólo una imagen.
El Estado filosófico
78
El mito de la caverna de Platón lo encontramos en el diálogo La República,
en el que Platón nos proporciona una imagen del «Estado ideal». Es decir, un
Estado modelo imaginario, o, lo que se suele llamar, un Estado «utópico».
Brevemente,  podemos  decir  que  Platón  piensa  que  el  Estado  debe  ser
gobernado por los filósofos. Al explicar el por qué, toma como punto de partida
la composición del ser humano.
Según  Platón,  el  cuerpo  humano  está  dividido  en  tres  partes:  cabeza,
pecho y vientre. A cada una de estas partes le corresponde una habilidad del
alma. A la cabeza pertenece la  razón, al pecho la  voluntad,  y  al  vientre,  el
deseo. Pertenece, además, a cada una de las tres habilidades del alma un
ideal o una «virtud». La razón debe aspirar a la  sabiduría, la voluntad debe
mostrar valor, y al deseo hay que frenarlo para que el ser humano muestre
moderación. Cuando las tres partes del ser humano funcionan a la vez como
un conjunto completo, obtenemos un ser humano armonioso u honrado. En la
escuela, lo primero que tiene que aprender el niño es a frenar el deseo, luego
hay que desarrollar el valor, y finalmente, la razón obtendrá sabiduría.
Platón se imagina un Estado construido exactamente de la misma manera
que un ser humano. Igual que el cuerpo tiene cabeza, pecho y vientre, el
Estado tiene gobernantes, soldados y productores (granjeros, por ejemplo). Es
evidente que Platón emplea la ciencia médica griega como ideal. De la misma
manera que una persona sana y armoniosa muestra equilibrio y moderación,
un Estado «justo» se caracteriza por que cada uno conoce su lugar en el
conjunto.
Como el resto de la filosofía de Platón, también su filosofía del Estado se
caracteriza por su racionalismo. Es decisivo para crear un buen Estado que
sea gobernado por la  razón. De la misma manera que la cabeza dirige el
cuerpo, tiene que haber filósofos que dirijan la sociedad.
Intentemos una sencilla exposición de la relación entre las tres partes del
ser humano y del Estado:
CUERPO ALMA VIRTUD ESTADO
cabeza razón sabiduría gobernantes
pecho voluntad valor soldados
vientre deseo moderación productores
El Estado ideal de Platón puede recordar al antiguo sistema hindú de las
castas, en el que cada uno tiene su función determinada para el bien del
conjunto. Desde los tiempos de Platón, y desde más antiguo aún, el sistema
hindú de castas ha tenido la misma división en tres: la clase dominante (o la
clase de los sacerdotes), la casta de los guerreros y la de los productores. 79
Hoy  en  día,  es  probable  que  llamáramos  al  Estado  de  Platón  Estado
Totalitario. Pero merece la pena señalar que él opinaba que las mujeres podían
ser gobernantes del Estado, igual que los hombres, precisamente porque los
gobernantes gobernarían el Estado en virtud de su razón. El pensaba que las
mujeres  tienen  exactamente  la  misma  capacidad  para  razonar  que  los
hombres, si reciben la misma enseñanza y son liberadas de cuidar a los niños
y de las tareas domésticas. Platón quería suprimir la familia y la propiedad
privada para los gobernantes y soldados del Estado. Y la educación de los
niños era algo tan importante que no podía ser confiada a cualquiera. Tendría
que ser responsabilidad del Estado educar a los niños. (Fue el primer filósofo
que habló en favor de un sistema público de guarderías y colegios.)
Tras haber vivido unas grandes desilusiones políticas, Platón escribió el
diálogo Las leyes, en el que describe «el Estado legal» como el segundo mejor
Estado. Ahora se muestra partidario de la propiedad privada y las ataduras
familiares. De esa manera, se reduce la libertad de la mujer. Pero dice que un
Estado que no educa ni entrena a sus mujeres es como un ser humano que
sólo hace ejercicio con el brazo derecho.
Por regla general, podemos decir que Platón tenía una visión positiva de las
mujeres, al menos si tenemos en cuenta la época en la que vivió. En el diálogo
El  banquete,  es  una  mujer,  Diótima,  la  que  proporciona  conocimientos
filosóficos.
Ése fue Platón, Sofía. Durante más de dos mil años, la gente ha discutido
y criticado su extraña teoría de las Ideas. El primero fue su propio alumno en
la Academia. Su nombre era Aristóteles, el tercer gran filósofo de Atenas. ¡No
digo nada más!
Mientras Sofía había permanecido sentada en un tocón leyendo sobre Platón, el
sol se había levantado por el este, tras las colinas cubiertas de árboles La esfera solar
se había asomado por el horizonte, precisamente cuando estaba leyendo que Sócrates
subía de la caverna y que se le arrugaba la frente por la intensa luz, al aire libre.
Sofía  casi  tenía  la  sensación  de  haber  ascendido,  ella  misma,  de  una  gruta
subterránea. Al menos, le pareció ver la naturaleza de un modo totalmente nuevo, tras
haber  leído  sobre  Platón.  Se  sentía  como  si  hubiera  sido  daltónica.  Había  visto
sombras, pero no las ideas claras.
No estaba muy segura de que Platón tuviera razón en todo lo que había dicho
sobre las eternas imágenes modelo, pero le parecía un pensamiento muy hermoso el
que todo lo vivo fuera una copia imperfecta de los moldes eternos del mundo de las
Ideas. Porque ¿no era cierto que todas las flores y árboles, seres humanos y animales
eran imperfectos?
Todo lo que veía a su alrededor era tan bonito y estaba tan vivo que tuvo que
restregarse los ojos. Pero nada de lo que veía permanecería. Y, sin embargo, dentro
de cien años estarían aquí de nuevo las mismas flores y animales. Aunque cada flor
80
y cada animal fueran en cierto modo borrados y olvidados, alguien se «acordaría» de
qué aspecto tenía todo.
Sofía miró fijamente la obra de la creación. De repente, una ardilla saltó sobre el
tronco de un pino. Dio un par de vueltas, antes de desaparecer entre las ramas.
¡A ti te he visto antes!, pensó Sofía. Naturalmente sabía que no era la misma ardilla
que había visto en la otra ocasión, pero si el mismo «molde». A lo mejor Platón tenía
razón en que ella había visto una vez la «ardilla eterna» en el mundo de las Ideas,
antes de que su alma se fuese a morar a un cuerpo.
¿Podría ser que hubiera vivido antes? ¿Había existido su alma antes de tener que
llevar un cuerpo a rastras? ¿Sería verdad que llevaba dentro un lingote de oro, una
joya por la que no pasaba el tiempo, es decir, un alma que le seguiría viviendo cuando
su cuerpo un día envejeciera y muriera?81
La Cabaña del Mayor
...la muchacha del espejo guiñó los dos ojos...
Sólo eran las siete y cuarto. No había que darse prisa para llegar a casa. La madre
de Sofía dormiría aún un par de horas; los domingos se hacia siempre la remolona.
¿Debería internarse más en el bosque para ver si encontraba a Alberto Knox? ¿Pero
por qué el perro le había gruñido así?
Sofía se levantó del tocón y comenzó a andar por el sendero por el que Hermes se
había alejado.
En la mano llevaba el sobre amarillo con todas las hojas sobre Platón. Por un par
de sitios el sendero se dividía en dos, y en esos casos, seguía por el más ancho.
Por todas partes piaban los pájaros, en los árboles y en el aire, en arbustos y
matas, muy ocupados en el aseo matinal. Ellos no distinguían entre días laborables y
días festivos, ¿pero quién había enseñado a los pájaros a hacer todo lo que hacían?
¿Tenían un pequeño ordenador por dentro, «un programa de ordenador» que les
iba diciendo lo que tenían que hacer?
Una piedra rodó por un montículo y bajó a mucha velocidad por la vertiente entre
los pinos. El bosque era tan tupido en ese lugar que Sofía apenas veía un par de
metros entre los árboles.
De repente, vio algo que brillaba entre los troncos de los pinos. Tenía que ser una
laguna.
El sendero iba en dirección contraria, pero Sofía se metió entre los árboles. No
sabía exactamente por qué, pero sus pies la llevaban.
La laguna no era mucho mayor que un estadio de fútbol. Enfrente, al otro lado,
descubrió una cabaña pintada de rojo en un pequeño claro del bosque, enmarcado por
troncos blancos de abedul. Por la chimenea subía un humo fino.
Sofía se acercó hasta el borde del agua. Todo estaba muy mojado, pero pronto vio
una barca de remos, que estaba medio varada en la orilla. Dentro de la barca había un
par de remos.
Sofía miró a su alrededor. De todos modos, sería imposible rodear la laguna y llegar
a la cabaña roja con los pies secos. Se acercó decidida a la barca y la empujo al agua.
Luego se metió dentro, colocó los remos en las horquillas y empezó a remar. Pronto
alcanzó la otra orilla. Atracó e intentó llevarse la barca. Este terreno era mucho mas
accidentado que la orilla que acababa de dejar.
Miró hacia atrás una sola vez, y se acercó a la cabaña.
Estaba escandalizada de si misma. ¿Cómo se atrevía? No lo sabía, era como si
hubiese «algo» que la empujase.
2
 La palabra noruega para abedul es «bjerk», y «Bjerkely»significa «al abrigo de los
abedules». De ahí el juego de palabras entre «Berkeley» y «Bjerkely». (Nota de las
T.)
82
Sofía fue hasta la puerta y llamó. Se quedó un rato esperando, , pero nadie fue a
abrir. Cuando giró cuidadosamente el picaporte de la puerta, ésta se abrió.
—¡Hola! —dijo—. ¿Hay alguien?
Sofía entró en una sala grande. No se atrevió a cerrar la puerta tras ella.
Era evidente que alguien vivía allí. Sofía oía arder la leña en una vieja estufa. De
modo que tampoco hacía mucho tiempo que alguien había estado ahí.
En una mesa grande de comedor había una máquina de escribir, algunos libros, un
par de bolígrafos y un montón de papel. Delante de la ventana que daba a la laguna
había una mesa y dos sillas. Por lo demás, no había muchos muebles, pero una pared
estaba totalmente cubierta de estanterías con libros. Encima de una cómoda blanca
colgaba un espejo redondo con un marco macizo de latón. Parecía muy antiguo.
En una de las paredes había dos cuadros colgados. Uno, era una pintura al óleo
de una casa blanca junto a una pequeña bahía con casetas rojas para barcas. Entre
éstas y la casa había un empinado jardín con un manzano, unos arbustos tupidos y
piedras salientes. El jardín tenía como un marco de abedules.
El título del cuadro era «Bjerkely».
Junto a ese cuadro colgaba un viejo retrato de un señor sentado en un sillón,
delante de la ventana, con un libro sobre las rodillas. También aquí había una pequeña
bahía con árboles y piedras al fondo. Seguro que el cuadro había sido pintado hacía
varios centenares de años y el título del cuadro era «Bjerkely».
El que había pintado el cuadro se llamaba Smibert.
Berkeley y Bjerkely 2 . ¿Curioso, no?
Sofía seguía mirando. En la sala había una puerta que daba a una pequeña cocina.
Los cacharros acababan de ser fregados. Platos y vasos estaban amontonados sobre
un trapo de lino, y en un par de platos se veían aún restos de jabón. En el suelo había
una fuente de hojalata con los restos de comida. Eso quería decir que allí vivía algún
animal, un perro o un gato.
Sofía volvió a la sala. Otra puerta daba a una pequeña alcoba. Delante de la cama
había un par de mantas formando un gran bulto. Sofía descubrió algunos pelos
amarillos en las mantas. Ya  tenía una prueba de verdad. Sofía estaba segura de que
aquí vivían Alberto Knox y Hermes.
De vuelta en la sala, Sofía se colocó delante del espejo encima de la cómoda. El
vidrio era mate y rugoso, de modo que la imagen que reflejaba tampoco era nítida.
Sofía comenzó a hacer muecas, como solía hacer algunas veces en casa, delante del
espejo del baño. El espejo hacía exactamente lo mismo que ella, no se podía esperar
otra cosa.3
 Lillesand es una pequeña ciudad costera en el sur de Noruega (Nota de las T.)
83
De repente, sucedió algo extraño. Durante un brevísimo instante, Sofía vio con
toda claridad que la muchacha del espejo guiñó los dos ojos.
Sofía se alejó asustada. Si ella misma había guiñado los dos ojos ¿cómo podía
entonces haber visto guiñar los ojos a otra? Y había algo más: parecía como si la
muchacha del espejo se los estuviera guiñando a Sofía. Era como si quisiera decir: te
veo, Sofía. Estoy aquí, al otro lado.
Sofía notó cómo le latía el corazón. Al mismo tiempo, oyó ladrar a un perro a lo
lejos. ¡Seguro que era Hermes! Tendría que marcharse corriendo.
Entonces se dio cuenta de que había un billetero verde sobre la cómoda. Sofía lo
cogió y lo abrió con cuidado. Contenía un billete de cien, otro de cincuenta... y un
carnet escolar. En el carnet había una foto de una muchacha de pelo rubio, y debajo
de la foto ponía «Hilde Møller Knag» e «Instituto público de Lillesand 3 ».
Sofía notó cómo su cara se enfriaba. Entonces oyó de nuevo los ladridos del perro.
Tenía que salir de allí.
Al pasar, vio en la mesa un sobre banco entre todos los libros y papeles. En el
sobre ponía «SOFÍA».
Sin pensárselo dos veces, lo cogió y lo metió a toda prisa en el sobre amarillo con
todas las hojas sobre Platón. Luego salió corriendo de la cabaña, cerrando tras de sí
la puerta.
En el exterior, oyó ladrar al perro aún más fuerte. Pero lo peor de todo era que la
barca había desaparecido. Tardó un par de instantes en descubrir que la barca estaba
flotando en medio de la laguna.
Junto a ella, notaba uno de los remos. Se había olvidado de subir la barca a la
orilla. Oyó de nuevo ladrar al perro, y también oyó que algo se movía entre los árboles
al otro lado de la laguna.
Sofía dejó de pensar. Con el gran sobre en la mano se metió corriendo entre las
matas detrás de la cabaña. Tuvo que cruzar un pequeño pantano, varias veces pisó
mal y metió la pierna hasta la rodilla en el fango. Pero sólo podía pensar en correr,
tenía que ir a casa, a casa.
Al cabo de un rato llegó a un sendero. ¿Se había traído el sobre? Sofía se paró y
escurrió el vestido, el agua caía a chorros sobre el sendero. Finalmente, se puso a
llorar.
¿Cómo podía ser tan estúpida? Lo peor de todo era la barca. No fue capaz de
librarse de la imagen de la barca y del remo notando en medio de aquella laguna. Qué
vergüenza, qué horrible...
A lo mejor el profesor de filosofía había llegado ya a la laguna. Necesitaría la barca
para llegar a su casa. Sofía se sentía como un verdadero delincuente. Pero ésa no
84
había sido su intención.
¡El sobre! Eso era aún peor. ¿Por qué se había traído el sobre? Porque llevaba su
nombre, claro; en cierta manera, también le pertenecía. Y sin embargo se sentía como
una ladrona. De esa manera también había dejado bien claro que era ella la que había
estado allí.
Sofía sacó una hojita del sobre. La nota decía:
¿Qué fue primero? ¿La gallina o la «"idea" de gallina»... ?
¿Nace el ser humano ya con alguna idea?
¿Cuál es la diferencia entre una planta, un animal y un ser humano?
¿Por qué llueve?
¿Qué hace falta para que un ser humano viva feliz?
Sofía era incapaz de pensar en estas preguntas justamente ahora, pero supuso que
tenían algo que ver con el próximo filósofo que iba a estudiar. ¿No era el que se
llamaba Aristóteles?
Cuando vio el viejo seto, tras haber corrido un largo tramo a través del bosque, fue
como haber llegado nadando hasta donde el agua llega a la rodilla, después de un
naufragio. Resultó curioso ver el seto desde el otro lado. Cuando se metió dentro del
Callejón, miró finalmente el reloj. Eran las diez y media. Metió el sobre grande en la caja
de galletas junto con los demás papeles y escondió la nota con las preguntas nuevas
dentro de los leotardos.
Su madre estaba hablando por teléfono cuando Sofía entró. Colgó inmediatamente.
Sofía se quedó en la puerta.
—¿Dónde has estado, Sofía? —Me di un... paseo... por el bosque —balbució.
—Sí, eso puedo verlo.
Sofía no contesto, se dio cuenta de que su vestido estaba goteando.
—Tuve que llamar a Jorunn...
—¿A Jorunn?
La madre sacó ropa seca. Sofía pudo a duras penas esconder la nota con las
preguntas del profesor de filosofía. Se sentaron en la cocina, la madre hizo chocolate
caliente.
—¿Has estado con él? —preguntó.
—¿Con él?
Sofía sólo pensaba en el profesor de filosofía.
—Con él, sí. Con ese... «conejo» tuyo.
Sofía negó con la cabeza.
—¿Qué hacéis cuando estáis juntos, Sofía? ¿Por qué estás tan mojada?
Sofía estaba muy seria, mirando fijamente a la mesa, pero en algún lugar secreto
dentro  de  ella  había  algo  que  se  reía.  Pobre  mamá,  ahora  tenía  esa  clase  de85
preocupaciones.
Volvió a negar con la cabeza. Luego llegaron un montón de preguntas seguidas.
—Ahora  quiero  toda  la  verdad.  ¿Has  estado  fuera  esta  noche?  ¿Por  qué  te
acostaste con el vestido puesto? ¿Volviste a salir a escondidas en cuanto me acosté?
Sólo tienes catorce años, Sofía. Exijo saber con quién andas.
Sofía empezó a llorar. Y confesó. Seguía teniendo miedo, y cuando uno tiene miedo
se suele contar la verdad.
Dijo que se había despertado temprano y que había ido a pasear por el bosque.
Contó lo de la cabana y también lo de la barca, y habló del extraño espejo, pero
consiguió callarse todo lo que tenía que ver con el secreto curso por correspondencia.
Tampoco mencionó, el billetero verde. No sabia exactamente por que, pero no tenía
que decir nada sobre Hilde.
La madre la abrazó, y Sofía se dio cuenta de que la había creído.
—No tengo ningún novio —dijo lloriqueando—. Es algo que inventé porque tú
te preocupaste mucho por lo del conejo blanco.
—Y luego te fuiste hasta la Cabaña del Mayor... dijo la madre pensativa.
—¿La Cabaña del Mayor? —Sofía abrió los ojos de par en par.
—Esa cabana que visitaste en el bosque solía llamarse «Cabaña del Mayor»,
porque hace muchísimos anos vivió allí un viejo mayor. Estaba algo chiflado, Sofía.
Pero no pensemos en eso ahora. Desde entonces, la cabaña ha estado vacía.
—Eso es lo que tú te crees. Ahora vive un filósofo en ella.
—Oye, no empieces otra vez con tus cuentos.
Sofía se quedó sentada en su cuarto pensando en lo que le había pasado. Su
cabeza era como un circo ruidoso de pesados elefantes, divertidos payasos, osados
trapecistas y monos amaestrados. No obstante, siempre había una imagen que volvía
incesantemente: una pequeña barca y un remo flotando sobre el agua en medio de una
laguna del bosque; y alguien necesita la barca para llegar a su casa...
Estaba  segura  de  que  el  profesor  de  filosofía  no  le  haría  ningún  daño,  y  si
averiguaba que era ella la que había estado en la cabaña, seguro que la perdonaría.
Pero  ella  había  roto  un  pacto.  ¿Ésa  había  sido  su  manera  de  agradecer  a  ese
desconocido que se hubiera responsabilizado de su educación filosófica? ¿Cómo
podría reparar el mal que había hecho?
Sofía sacó el papel de cartas de color rosa y escribió:
Querido filósofo. Fui yo quien estuvo en la cabaña el domingo por la mañana.
Tenía muchas ganas de conocerte para discutir más a fondo cuestiones filosóficas.
Por ahora soy una entusiasta de Platón, Pero no estoy tan segura de que las ideas
o las imágenes modelo existan en otra realidad. Naturalmente, existen en nuestra
alma, pero por ahora opino que ésa es otra cosa. También lamento admitir que no
86
estoy totalmente con convencida de que nuestra alma sea de verdad inmortal. Yo,
por  lo  menos,  no  tengo  ningún  recuerdo  de  mis  vidas  anteriores.  Si  pudieras
convencerme de que mi abuela, que ya falleció, esta bien en el mundo de las ideas
te lo agradecería de veras. En realidad no empecé esta carta por lo de los filósofos.
(La meto en un sobre color rosa junto con un terrón de azúcar). Quería pedir
perdón por haber sido tan desobediente. Intenté arrastrar la barca hasta la orilla
pero, al parecer, no tuve fuerzas suficientes. Por otra parte, puede ser que fuera una
ola grande la que se llevara la barca al agua. Espero que lograras llegar a tu casa
sin  mojarte  los  pies.  Si  te  sirve  de  consuelo,  te  diré  que  yo  me  empapé  y  que
seguramente cogeré un terrible catarro. Pero es por mi culpa. No toqué nada en la
cabaña, pero desgraciadamente caí en la tentación de coger un sobre que llevaba
mi nombre, no porque tuviera la intención de robar nada, pero como el sobre
llevaba mi nombre pensé durante unos segundos de locura que me pertenecía. Te
pido sinceramente que me perdones, y prometo no volver a hacerlo.
P. D. Voy a pensar ya detenidamente en todas las preguntas de la nota.
P. D. P. D. ¿El espejo de latón que hay encima de la cómoda es un espejo normal
y corriente, o es un espejo mágico? Lo pregunto porque no estoy acostumbrado a
que mi propio reflejo me guiñe los dos ojos.
Atentamente, tu alumna sinceramente interesada, SOFÍA.
Sofía releyó la carta dos veces, antes de meterla en el sobre. Por lo menos no era
tan formal como la que había escrito anteriormente. Antes de bajar a la cocina a coger
un terrón de azúcar, sacó la hoja con las tareas filosóficas del día.
 «¿Qué fue primero? ¿La gallina o la "idea de gallina"». ?Esta pregunta era casi tan
difícil como aquella vieja adivinanza sobre la gallina y el huevo. Sin huevo no hay
gallina, pero sin gallina tampoco hay huevo. ¿Sería igual de complicado encontrar qué
fue antes: la gallina o la «idea de gallina». Sofía se daba cuenta de lo que Platón quería
decir. Quería decir que la «idea de gallina» existió en el mundo de las Ideas muchísimo
antes de que hubiera gallinas en el mundo de los sentidos. Según Platón, el alma había
«visto» la propia «idea de gallina» antes de meterse en un cuerpo. ¿Pero no fue sobre
este punto sobre el que Sofía había llegado a la conclusión de que Platón se había
equivocado? Una persona que no ha visto una gallina viva, ni ninguna imagen de una
gallina, no podrá tener ninguna « idea de gallina». Estaba lista para la segunda
pregunta:
 «¿Nace el ser humano ya con alguna idea?» Lo dudo mucho, pensó Sofía. Tenía
poca fe en que un bebé recién nacido tuviera alguna idea sobre algo. Pero, claro, no
podía estar totalmente segura, porque aunque el bebé no tuviera aún lenguaje, no
significaba necesariamente que tuviera la cabeza vacía de ideas. Pero ¿para saber algo87
sobre las cosas del mundo, no tendríamos que haberlas visto antes?
 «¿Cuál es la diferencia entre una planta, un animal y un ser humano?» Sofía
entendió  inmediatamente  que  había  diferencias  muy  claras.  No  pensaba,  por—
ejemplo, que una planta tuviera un alma muy complicada. ¿Se había oído hablar alguna
vez de una flor con mal de amor? Una planta crece, se alimenta y produce unas
semillas pequeñas que posibilitan su procreación. Y eso es más o menos lo que se
podría decir sobre las plantas. Sofía pensó que todo lo que había dicho de las plantas
a lo mejor también podría decirse de los animales y de los seres humanos. Pero los
animales tenían, además, otras cualidades. Se movían, por ejemplo. (¡Cuándo se había
visto a una rosa correr los 60 metros!) Resultaba un poco más difícil señalar la
diferencia entre un ser humano y un animal. Los seres humanos piensan, ¿piensan los
animales también ? Sofía estaba convencida de que el gato Sherekan era capaz de
pensar. Por lo menos, se comportaba muy astutamente. ¿Pero sería capaz de pensar
cuestiones filosóficas? ¿Era capaz el gato de pensar en la diferencia entre una planta,
un animal y un ser humane? ¡Más bien no! Un gato puede ponerse contento o triste,
pero nunca se preguntará si Dios existe, o si tiene un alma inmortal. Pero, claro, pasaba
como con la pregunta sobre el bebé con ideas innatas. Resultaba igual de difícil hablar
con un gato sobre este tipo de asuntos que con un bebe.
 «¿Por qué llueve?» Sofía se encogió de hombros. Suponía que llovía porque el
mar se evapora y porque las nubes se condensan. ¿No había aprendido ya eso en
tercero? También se podría decir que llueve para que las plantas y los animales
crezcan. ¿Pero era ésa la razón? Un chaparrón, ¿tenía en realidad algún objetivo?
La última pregunta tenía que ver al menos con objetivos. «¿Qué hace falta para que
un ser humano viva feliz?» Sobre eso, el profesor de filosofía había escrito ya algo al
principio  del  curso.  Todos  los  seres  humanos  precisan  comida,  calor,  amor  y
cuidados.  Todo  eso  era,  al  menos,  una  especie  de  condición  previa  para  poder
alcanzar la felicidad. Luego había señalado que todo el mundo necesita encontrar
respuestas a ciertas preguntas filosóficas. Además, sería bastante importante tener
una profesión que le guste a uno. Por ejemplo, uno que odie el tráfico, no sería muy
feliz siendo taxista. Y si uno odia hacer deberes, no sería muy bueno ser maestro. A
Sofía le gustaban mucho los animales, así que de mayor le gustaría ser veterinaria.
Pensaba que no hacia falta que te tocaran veinte millones en la bonoloto para vivir
feliz. Mas bien al contrario. Hay un refrán que dice:«La ociosidad es la madre de todos
los vicios».
Sofía se quedó sentada en su cuarto, hasta que su madre la llamó para comer.
Había  hecho  solomillo  y  patatas  asadas.  ¡Delicioso!  En  la  mesa  había  una  vela
encendida. Y para postre tenían frambuesas con nata.
Hablaron de todo. Su madre le preguntó que cómo quería celebrar su decimoquinto
cumpleaños, para el que sólo faltaban algunas semanas.
Sofía se encogió de hombros.
88
—¿No quieres invitar a alguien? Dar una fiesta, quiero decir.
—Quizás...
—Podríamos invitar a Marte y a Anne Marie... y a Hege. Y a Jorunn, naturalmente.
Y a Jorgen, tal vez... Bueno, es mejor que lo decidas tú. ¿Sabes?, me acuerdo muy bien
de cuando yo cumplí quince años. Y no me parece que haga tanto tiempo. Me sentía
ya muy adulta, Sofía. ¿Curioso, verdad? Me parece como si no hubiera cambiado
desde entonces.
— Y así es. No has cambiado. Nada «cambia». Solamente te has desarrollado, te
has hecho mayor...
—Hmm... ¡hablas como un adulto! ¡Me parece que todo ha pasado muy deprisa!89
Aristóteles
...un hombre meticuloso que quiso poner orden en los conceptos de
los seres humanos...
Mientras su madre dormía la siesta, Sofía se fue al Callejón. Había metido un terrón
de azúcar en el sobre rosa y había escrito «Para Alberto» fuera.
No había llegado ninguna carta nueva, pero un par de minutos más tarde Sofía oyó
que el perro se acercaba.
—¡Hermes! —llamó Sofía, y al instante el perro se metió de un salto en el Callejón,
llevando un gran sobre amarillo en la boca—. ¡Buen perro!
Sofía puso un brazo alrededor de Hermes, que respiraba jadeante. Ella sacó el
sobre rosa con el terrón de azúcar y se lo metió en la boca. Hermes salió del Callejón
y se dirigió de nuevo al bosque.
Sofía estaba un poco nerviosa cuando abrió el sobre. ¿Diría algo sobre la cabaña
y la barca?
El sobre contenía las hojas de siempre, que iban unidas con un clip. Pero también
había una notita suelta, en la que ponía:
¡Querida señorita detective! O señorita ladrona, para ser más exacto. El asunto
ya ha sido denunciado a la policía. No, no es tan grave. No estoy tan enfadado. Si
eres igual de curiosa para buscar respuestas a los enigmas de los filósofos, resulta
muy prometedor. Lo malo es que ahora tendré que cambiarme de casa. Bueno,
bueno, la culpa es mía, debería haber comprendido que tú eres de la clase de
personas que quiere llegar al fondo de las cosas.
Saludos, Alberto.
Sofía dio un suspiro de alivio. Entonces, ¿no estaba enfadado? ¿Pero por qué tenía
que cambiarse de casa?
Se llevó corriendo las grandes hojas a su cuarto. Era mejor estar en casa cuando
su madre se despertara. Se acomodó en la cama y empezó a leer sobre Aristóteles.
Filósofo y científico
Querida Sofía. Seguramente estarás asombrada por la teoría de las Ideas
de Platón. No eres la primera. No sé si te lo has creído todo, o si también has
hecho algunas objeciones críticas. En ese caso, puedes estar segura de que
las mismas objeciones fueron hechas por Aristóteles (384-322 a. de C.), que
90
fue alumno de la Academia de Platón durante 20 años.
Aristóteles no era ateniense. Provenía de Macedonia y llegó a la Academia
de Platón cuando éste tenía 61 años. Era hijo de un reconocido médico y, por
consiguiente, científico. Este hecho dice ya algo del proyecto filosófico de
Aristóteles. Lo que más le preocupaba era la naturaleza viva. No sólo fue el
último gran filósofo griego; también fue el primer gran biólogo de Europa.
Podríamos decir que Platón estuvo tan ocupado con «los moldes» o «Ideas
eternas», que no había reparado en los cambios en la naturaleza. Aristóteles,
en cambio, se interesaba precisamente por esos cambios, o lo que hoy en día
llamamos «procesos de la naturaleza».
Si  quisiéramos  llevarlo  al  último  extremo,  podríamos  incluso  decir  que
Platón dio la espalda al mundo de los sentidos, volviendo la cabeza ante todo
lo  que  vemos  a  nuestro  alrededor.  (¡Quería  salir  de  la  caverna,  quería
contemplar el mundo eterno de las Ideas!) Aristóteles hizo lo contrario. Se
puso  de  rodillas  en  la  tierra  para  estudiar  peces  y  ranas,  amapolas  y
anémonas.
Podríamos decir que Platón sólo usaba su inteligencia; Aristóteles también
usaba sus sentidos.
También en la forma en la que escriben, se encuentra una gran diferencia
entre  ellos.  Platón  era  un  poeta,  un  creador  de  mitos;  los  escritos  de
Aristóteles son áridos y minuciosos como una enciclopedia. No obstante, se
nota  en  mucho  de  lo  que  escribe  que  él  se  basa  en  su  estudio  de  la
naturaleza.
En la Antigüedad se habla de hasta 170 títulos escritos por Aristóteles, de
los que se han conservado 47. No se trata de libros acabados. Los escritos de
Aristóteles son en general apuntes para lecciones. También en la época de
Aristóteles la filosofía era ante todo una actividad oral.
La gran importancia de Aristóteles en la cultura europea se debe también,
en buena medida, al hecho de que fuera él quien creara el lenguaje profesional
que  las  distintas  ciencias  emplean  hasta  hoy  en  día.  Fue  el  gran
sistematizador que fundó y ordenó las distintas ciencias.
Aristóteles escribió sobre todas las ciencias, de modo que sólo mencionaré
algunos  de  los  campos  más  importantes.  Ya  que  te  he  hablado  tanto  de
Platón, empezaré por contarte cómo rechaza Aristóteles la teoría de las Ideas
de Platón. A continuación, veremos cómo elabora su propia filosofía de la
naturaleza, pues fue Aristóteles quien resumió todo lo que habían dicho los
filósofos  de  la  naturaleza  anteriores  a  él.  Veremos  cómo  pone  orden  en
nuestros conceptos y funda la lógica como una ciencia. Finalmente hablaré un
poco de la visión que tenía Aristóteles de los seres humanes y de la sociedad.
Si aceptas estas condiciones, podemos poner manos a la obra.
No hay ideas innatas91
Como los filósofos anteriores a él, Platón deseaba encontrar algo eterno e
inmutable, en medio de todos los cambios. Encontró las Ideas perfectas, que
estaban muy por encima del mundo de los sentidos. Platón opinaba, además,
que las Ideas eran más reales que todos los fenómenos de la naturaleza.
Primero estaba la «idea de caballo», luego llegaban todos los caballos del
mundo de los sentidos galopando en forma de sombras en la pared de una
caverna. Esto quiere decir que la «idea de gallina» estaba antes que la gallina
y que el huevo.
Aristóteles pensaba que Platón había dado la vuelta a todo. Estaba de
acuerdo con su profesor en que el caballo individual «fluye», y que ningún
caballo vive eternamente. También estaba de acuerdo en que el «molde de
caballo» es eterno e inmutable. Pero la «idea de caballo» no es más que un
concepto que los seres humanos nos hemos formado después de ver un cierto
número de caballos. Eso quiere decir que la «idea» o la «forma» de caballo no
existen en sí. «Forma» del caballo es, para Aristóteles, las cualidades del
caballo o lo que hoy en día llamamos especie.
Para ser más preciso: con «forma» del caballo, Aristóteles quiere designar
lo que es común para todos los caballos. Y aquí no nos basta el ejemplo de
las pastas, pues los moldes de pastelería existen independientemente de esas
determinadas pastas. Aristóteles no pensaba que existieran tales moldes, que,
por así decirlo, estaban colocados en estantes fuera de la naturaleza. Para
Aristóteles las formas de las cosas son como las cualidades específicas de
las cosas.
Esto quiere decir que Aristóteles está en desacuerdo con Platón en que la
Idea de «gallina» sea anterior a la gallina. Lo que Aristóteles llama «forma de
gallina», está presente en cada gallina, como las cualidades específicas de la
gallina; por ejemplo, el hecho de que ponga huevos. De ese modo la propia
gallina y la «forma» de gallina son tan inseparables como el cuerpo y el alma.
Con esto hemos dicho lo esencial sobre la crítica de Aristóteles a la teoría
de  las  Ideas  de  Platón.  No  obstante,  debes  darte  cuenta  de  que  nos
encontramos ante un cambio radical en la manera de pensar. Para Platón, el
mayor grado de realidad es lo que pensamos con la razón. Para Aristóteles era
igual de evidente que el mayor grado de realidad es lo que  sentimos con los
sentidos.  Platón  opina  que  todo  lo  que  vemos  a  nuestro  alrededor  en  la
naturaleza, son meros reflejos de algo que existe de un modo más real en el
mundo de las Ideas, y con eso también en el alma del ser humano. Aristóteles
opina exactamente lo contrario. Lo que hay en el alma del ser humano, son
meros reflejos de los objetos de la naturaleza; es decir, la naturaleza es el
verdadero mundo. Según Aristóteles, Platón quedó «anclado» en una visión
mítica del mundo, en la que los conceptos del hombre se confunden con el
mundo real.
Aristóteles señaló que no existe nada en la mente que no haya estado
antes en los sentidos, y Platón podría haber dicho que no hay nada en la
92
naturaleza  que  no  haya  estado  antes  en  el  mundo  de  las  Ideas.  En  ese
sentido,  opinaba  Aristóteles,  Platón  «duplicaba  el  número  de  las  cosas».
Explicaba cada caballo haciendo referencia a «la idea» de caballo. ¿Pero qué
explicación era esa, Sofía? Quiero decir ¿de dónde viene la «idea de caballo»?
¿Existe acaso también un tercer caballo, del que la «idea de caballo» es un
mero reflejo?
Aristóteles pensó que todo lo que tenemos dentro de pensamientos e ideas
ha entrado en nuestra conciencia a través de lo que hemos visto y oído. Pero
también  tenemos  una  razón  innata  con  la  que  nacemos.  Tenemos  una
capacidad innata para ordenar todas nuestras sensaciones en distintos grupos
y clases. Así surgen los conceptos «piedra», «planta», «animal» y «hombre».
Así surgen los conceptos «caballo», «cangrejo» y «canario».
Aristóteles  no  negó  que  el  hombre  tuviera  una  inteligencia  innata.  Al
contrario, según Aristóteles es precisamente  la razón la que constituye la
característica más destacada del ser humano. Pero nuestra inteligencia está
totalmente vacía antes de que sintamos algo. Por lo tanto el ser humano no
puede nacer con idea alguna.
Las formas son las cualidades de las cosas
Tras  haber  aclarado  su  relación  con  la  teoría  de  las  Ideas  de  Platón,
Aristóteles constata que la realidad está compuesta de una serie de cosas
individuales que constituyen un conjunto de materia y forma. La «materia» es
el material del que está hecha una cosa, y la «forma» son las cualidades
específicas de la cosa.
Delante  de  ti  aletea  una  gallina,  Sofía.  La  «forma»  de  la  gallina  es
precisamente aletear, y también cacarear y poner huevos. Así pues, la «forma»
de la gallina son las propiedades específicas de la especie «gallina» o, dicho
de otra manera, lo que hace la gallina. Cuando la gallina muere, y con ello deja
de cacarear, la «forma» de la gallina deja de existir. Lo único que queda es la
«materia» de la gallina (¡qué triste, verdad, Sofía!), pero entonces, ya no es una
gallina.
Como ya he indicado, Aristóteles se interesaba por los cambios que tienen
lugar  en  la  naturaleza.  En  la  «materia»  siempre  hay  una  posibilidad  de
conseguir  una  determinada  «forma».  Podemos  decir  que  la  «materia»  se
esfuerza por hacer realidad una posibilidad inherente. Cada cambio que tiene
lugar en la naturaleza es, según Aristóteles, una transformación de la materia
de posibilidad a realidad.
No te preocupes, Sofía, te lo explicaré. Intentaré hacerlo con una historia
divertida. Érase una vez un escultor que estaba agachado sobre un enorme
bloque de granito. Todos los días daba martillazos y picaba la piedra enorme,
y un día recibió la visita de un niño. «¿Qué estás buscando?», preguntó el
niño. «Espera y verás», dijo el escultor. Al cabo de unos días el niño volvió.93
Para entonces el escultor había esculpido un hermoso caballo del bloque de
granito. El niño lo miró asombrado, y luego se volvió al escultor y dijo: «¿Cómo
podías saber que el caballo estaba ahí dentro?».
Pues eso, ¿cómo podía saberlo? De alguna manera el escultor había visto
la «forma» del caballo en el bloque de granito. Porque precisamente ese bloque
de granito tenía una posibilidad inherente de transformarse en caballo. De esa
manera, pensaba Aristóteles, todas las cosas de la naturaleza tienen una
posibilidad inherente de realizar o concluir una determinada «forma».
Volvamos a la gallina y al huevo. Un huevo de gallina tiene una posibilidad
inherente de convertirse en gallina, lo cual no significa que todos los huevos de
gallina acaben convirtiéndose en gallinas, pues algunos acaban en la mesa del
desayuno como huevo pasado por agua, tortilla o huevos revueltos, sin que la
«forma» inherente del huevo llegue a hacerse realidad. Pero también resulta
evidente  que  el  huevo  de  gallina  no  puede  convertirse  en  un  ganso.  Esa
posibilidad no está en el huevo de gallina. Así vemos que la «forma» de una
cosa nos dice algo sobre la «posibilidad» de la cosa, así como sobre las
limitaciones de la misma.
Al hablar Aristóteles de la «forma» y de la «materia» de las cosas, no se
refería únicamente a los organismos vivos. De la misma manera que la «forma»
de la gallina es aletear, poner huevos y cacarear, la «forma» de la piedra es
caer al suelo. Naturalmente, puedes levantar una piedra y tirarla muy alto al
aire, pero no puedes tirarla hasta la luna porque la naturaleza de la piedra es
caer al suelo. (En realidad debes tener cuidado al realizar este experimento,
pues la piedra podría fácilmente llegar a vengarse, ya que busca el retorno más
rápido posible a la tierra, ¡y pobre de aquel que le impida su camino!)
La causa final
Antes de dejar el tema de la «forma» de todas las cosas vivas y muertas.
y que nos dice algo sobre las posibles actividades de las cosas, debo añadir
que Aristóteles tenía una visión muy particular de las relaciones causa-efecto
en la naturaleza.
Cuando hoy en día hablamos de la «causa» de esto y de lo otro, nos
referimos a  cómo algo sucede. El cristal se rompió porque Petter le tiró una
piedra;  un  zapato  se  hace  porque  el  zapatero  junta  unos  trozos  de  piel
cosiendolos. Pero Aristóteles pensaba que hay varias clases de causas en la
naturaleza: menciona en total cuatro causas diferentes. Lo más importante es
entender qué quiere decir con lo que él llamaba «causa final».
En cuanto a la rotura del cristal, cabe preguntar el  por qué Petter tiró la
piedra al cristal. En otras palabras: preguntamos qué finalidad tenía. No cabe
duda de que la intención o el «fin» también juega un importante papel en el
proceso de fabricación de un zapato. Pero Aristóteles contaba con una «causa
final» también en lo que se refiere a procesos de la naturaleza completamente
94
inanimados. Nos bastará con un ejemplo.
¿Por qué llueve, Sofía?, seguramente habrás aprendido en el colegio que
llueve porque el vapor de agua de las nubes se enfría y se condensa formando
gotas de agua que caen al suelo debido a la acción de la gravedad. Aristóteles
estaría de acuerdo con este ejemplo. Pero añadiría que sólo has señalado tres
de las causas. La  causa material es que el vapor de agua en cuestión (las
nubes) se encontraban justo allí en el momento en el que se enfrió el aire. La
causa eficiente (o agente) es que se enfría el vapor del agua, y la causa formal
es que la «forma» o la naturaleza del agua es caer al suelo. Si no dijeras nada
más,  Aristóteles  añadiría  que  llueve  porque  las  plantas  y  los  animales
necesitan el agua de la lluvia para poder crecer. Ésta era la que él llamaba
causa final. Como ves, Aristóteles atribuye a las gotas de agua una tarea o
una intención.
Supongo que nosotros daríamos la vuelta a todo esto y diríamos que las
plantas crecen porque hay humedad, y que crecen naranjas y uvas para que
los seres humanos las coman.
La ciencia hoy en día no piensa así. Decimos que la comida y la humedad
son condiciones para que puedan vivir los animales y las personas. Si no fuera
por estas condiciones, nosotros no habríamos existido. Pero no es intención
del agua ni de las naranjas darnos de comer.
En lo que se refiere a las causas, estamos tentados a decir que Aristóteles
se equivocó. Pero no hay que apresurarse. Mucha gente piensa que Dios creó
el mundo tal como es, precisamente para que las personas y los animales
pudiesen vivir en él. Sobre esta base es evidente que se puede decir que el
agua va a los ríos porque los animales y los seres humanos necesitan agua
para vivir. Pero en este caso estamos hablando de la intención o el propósito
de Dios, no son las gotas de la lluvia o el agua de los ríos los que desean
nuestro bien.
Lógica
La distinción entre «forma» y «materia» juega también un importante papel
cuando Aristóteles se dispone a describir cómo los seres humanos reconocen
las cosas en el mundo. Al reconocer algo, ordenamos las cosas en distintos
grupos o categorías.
Veo un caballo, luego veo otro caballo, y otro más. Los caballos no son
completamente idénticos, pero tienen algo en común, algo que es igual para
todos los caballos, y precisamente eso que es igual para todos los caballos,
es lo que constituye la «forma» del caballo. Lo que es diferente o individual,
pertenece a la «materia» del caballo.
De esta manera los seres humanos andamos por el mundo clasificando las
cosas en distintas casillas. Colocamos a las vacas en los establos, a los
caballos en la cuadra, a los cerdos en la pocilga y a las gallinas en el gallinero.95
Lo mismo ocurre cuando Sofía Amundsen ordena su habitación. Coloca los
libros en las estanterías, los libros del colegio en la cartera, las revistas en el
cajón de la cómoda. La ropa se dobla ordenadamente y se mete en el armario,
las braguitas en un estante, los jerseys en otro, y los calcetines en un cajón
aparte. Date cuenta de que hacemos lo mismo en nuestra mente: distinguimos
entre  cosas  hechas  de  piedra,  cosas  hechas  de  lana  y  cosas  hechas  de
caucho. Distinguimos entre cosas vivas y muertas, y también entre plantas,
animales y seres humanos.
¿Me sigues, Sofía? Como ves, Aristóteles se propuso hacer una buena
limpieza en el cuarto de la naturaleza. Intentó mostrar que todas las cosas de
la naturaleza pertenecen a determinados grupos y subgrupos. (Hermes es un
ser vivo, más concretamente un animal, más concretamente un vertebrado,
más  concretamente  un  mamífero,  más  concretamente  un  perro,  más
concretamente un labrador, más concretamente un labrador macho.)
Vete ahora a tu cuarto, Sofía, y recoge del suelo cualquier objeto. Sea cual
sea el objeto que levantes descubrirás que lo que estás tocando pertenece a
uno de los órdenes superiores. El día que veas algo que no sepas clasificar,
te llevarás un gran susto; por ejemplo si descubrieras una cosa de la que no
supieras decir con seguridad si pertenece al reino animal, al reino vegetal o al
reino mineral. Apuesto a que ni siquiera te atreverías a tocarla.
Acabo de decir el reino vegetal, el reino animal y el reino mineral. Me estoy
acordando ahora de ese juego que consiste en que uno se va fuera, mientras
el resto de los participantes en la fiesta deben pensar en algo que el pobre de
fuera tiene que adivinar al entrar. Los demás invitados han decidido pensar en
el gato llamado Mons, que en ese momento se encuentra en el jardín del
vecino. El que estaba fuera vuelve a entrar y comienza a adivinar. Los demás
sólo pueden contestar «si» o «no». Si el pobrecito es un buen aristotélico, y
en  ese  caso  no  es  ningún  pobrecito,  la  conversación  podría  transcurrir
aproximadamente como sigue: ¿Es algo concreto? (Sí.) ¿Pertenece al reino
mineral? (No.) ¿Es algo vivo? (Sí.) ¿Pertenece al reino vegetal? (No.) ¿Es un
animal? (Sí.) ¿Es un ave? (No.) ¿Es un mamífero? (Sí.) ¿Es un gato? (Sí.) ¿Es
Mons? (¡Sííííííííí! Risas...)
De  manera  que  fue  Aristóteles  quien  inventó  este  juego.  Y  a  Platón  le
podemos atribuir el invento del «escondite en la oscuridad». A Demócrito ya
le concedimos el honor de haber inventado las piezas de lego
Aristóteles  fue  un  hombre  meticuloso  que  quiso  poner  orden  en  los
conceptos de los seres humanos. De esa manera sería él quien creara la
lógica como ciencia. Señaló varias reglas estrictas para saber qué reglas o
pruebas son lógicamente válidas. Bastará con un ejemplo: si primero constato
que «todos los seres vivos son mortales» (primera premisa)y luego constato
que «Hermes es un ser vivo» (segunda premisa), entonces puedo sacar la
elegante conclusión de que «Hermes es mortal».
El ejemplo muestra que la lógica de Aristóteles trata de la relación entre
96
conceptos, en este caso «ser vivo» y «mortal». Aunque tengamos que darle la
razón a Aristóteles en que la conclusión arriba citada es válida cien por cien,
a lo mejor tendríamos que admitir también que no dice nada nuevo. Sabíamos
de antemano que Hermes es «mortal». (Es «un perro» y todos los perros son
«seres vivos», que a su vez son «mortales», a diferencia de las piedras del
Monte Everest.) Sí, sí, Sofía, lo sabíamos ya. Pero no siempre la relación entre
grupos de cosas parece tan evidente. De vez en cuando puede resultar útil
ordenar nuestros conceptos.
Me limito a poner un solo ejemplo: ¿es posible que esas crías minúsculas
de ratón chupen leche de su mamá exactamente igual que los corderos y
cerditos? Pensémoslo: lo que sí sabemos, por lo menos, es que los ratones
no ponen huevos. (¿Cuándo he visto un huevo de ratón?) De manera que paren
hijos vivos, igual que los cerdos y las ovejas. A los animales que paren los
llamamos  «mamíferos»,  y  los  mamíferos  son  precisamente  animales  que
chupan leche de su madre. Y ya está. Teníamos la respuesta ya en nuestra
mente, pero tuvimos que meditar un poco. Nos habíamos olvidado de que los
ratones realmente beben la leche de su madre. Quizás se debió a que nunca
habíamos  visto  ratoncitos  mamando.  La  razón  es,  evidentemente,  que  los
ratones se inhiben un poco cuando se trata de cuidar a sus hijos en presencia
de los seres humanos.
La escala de la naturaleza
Cuando Aristóteles se pone a «ordenar» la existencia, señala primero que
las cosas de la naturaleza pueden dividirse en dos grupos principales. Por un
lado tenemos las cosas  inanimadas, tales como piedras, gotas de agua y
granos  de  tierra.  Estas  cosas  no  tienen  ninguna  posibilidad  inmanente  de
cambiar. Esas cosas «no vivas», sólo pueden cambiar, según Aristóteles, bajo
una influencia externa. Por otro lado tenemos las cosas vivas, que tienen una
posibilidad inmanente de cambiar.
En lo que se refiere a las cosas vivas, Aristóteles señala que hay que
dividirlas en dos grupos principales. Por un lado tenemos las plantas, por otro
lado tenemos los seres vivos. También los seres vivos pueden dividirse en dos
subgrupos, es decir, en animales y seres humanos.
Tienes que admitir que esta división parece clara y bien dispuesta. Hay una
diferencia esencial entre las cosas vivas y las no vivas, por ejemplo, entre una
rosa y una piedra. Del mismo modo también hay una diferencia esencial entre
plantas y animales, por ejemplo, entre una rosa y un caballo. Y también me
atrevo a decir que hay bastante diferencia entre un caballo y un ser humano.
¿Pero en qué consisten exactamente esas diferencias? ¿Me lo puedes decir?
Desgraciadamente no tengo tiempo para esperar a que anotes tu respuesta
y la metas en un sobre rosa junto con un terroncito de azúcar, de modo que
yo mismo contestaré a la pregunta: al dividir Aristóteles los fenómenos de la97
naturaleza  en  varios  grupos,  parte  de  las  cualidades  de  las  cosas;  más
concretamente de lo que saben o de lo que hacen.
Todas las cosas vivas (plantas, animales y seres humanos) saben tomar
alimento, crecer y procrear. Todos los seres vivos también tienen la capacidad
de sentir el mundo de su entorno y de moverse en la naturaleza. Todos los
seres humanos tienen además la capacidad de pensar, o, en otras palabras,
de ordenar sus sensaciones en varios grupos y clases.
Así resulta que no hay verdaderos límites muy definidos en la naturaleza.
Registramos una transición más bien difusa de plantas simples a animales
más complicados. En la parte superior de esta escala está el ser humano,
que, según Aristóteles, vive toda la vida de la naturaleza. El ser humano crece
y  toma  alimento  como  las  plantas,  tiene  sentimientos  y  la  capacidad  de
moverse como los animales, pero tiene además una capacidad, que solamente
la tiene el ser humano, y es la de pensar racionalmente.
Por ello el ser humano tiene una chispa de la razón divina, Sofía. Sí, sí,
acabo de decir divina. En algunos momentos Aristóteles señala que tiene que
haber  un  dios  que  haya  puesto  en  marcha  todos  los  movimientos  de  la
naturaleza. En ese caso, ese dios se convierte en la cima absoluta de la
escala de la naturaleza.
Aristóteles se imaginaba que los movimientos de las estrellas y de los
planetas dirigen los movimientos en la Tierra. Pero también tiene que haber
algo  que  ponga  en  marcha  los  movimientos  de  los  astros.  A  ese  «algo»
Aristóteles lo llama primer motor o dios. El «primer motor» no se mueve en sí,
pero es la «causa primera» de los movimientos de los astros y, con ello, de
todos los movimientos de la Tierra.
Ética
Volvamos a los seres humanos, Sofía. La «forma» del ser humano es,
según Aristóteles, que tiene un alma vegetal, un alma animal, así como un
alma racional. Y entonces se pregunta: ¿cómo debe vivir el ser humano? ¿Qué
hace falta para que un ser humano pueda vivir feliz? Contestaré brevemente: el
ser  humano  solamente  será  feliz  si  utiliza  todas  sus  capacidades  y
posibilidades.
Aristóteles pensaba que hay tres clases de felicidad. La primera clase de
felicidad es una vida de placeres y diversiones. La segunda, vivir como un
ciudadano libre y responsable. La tercera, una vida en la que uno es filósofo e
investigador.
Aristóteles también subraya que las tres condiciones tienen que existir
simultáneamente para que el ser humano pueda vivir feliz. Rechazó, pues,
cualquier forma de «vías únicas». Si hubiera vivido hoy en día a lo mejor habría
dicho  que  alguien  que  sólo  cultiva  su  cuerpo  vive  tan  parcial  y  tan
defectuosamente  como  aquel  que  sólo  usa  la  cabeza.  Ambos  extremos
98
expresan una vida desviada.
También  en  lo  que  se  refiere  a  la  relación  con  otros  seres  humanos,
Aristóteles  señala  un  «justo  medio»:  no  debemos  ser  ni  cobardes  ni
temerarios, sino valientes. (Demasiado poco valor es cobardía, y demasiado
valor es temeridad.) Del mismo modo no debemos ser ni tacaños ni pródigos,
sino  generosos.  (Ser  muy  poco  generoso  es  ser  tacaño,  ser  demasiado
generoso es ser pródigo.)
Pasa  como  con  la  comida.  Es  peligroso  comer  demasiado  poco,  pero
también es peligroso comer en exceso. Tanto la ética de Platón como la de
Aristóteles se remiten a la ciencia médica griega: únicamente mediante el
equilibrio y la moderación seré una persona feliz o en armonía.
Política
La idea de que el ser humano no debe cultivar tan sólo una cosa también
se desprende de la visión que presenta Aristóteles de la sociedad. Dijo que el
ser humano es un «animal político». Sin la sociedad que nos rodea no somos
seres  verdaderos,  opinaba  él.  Señaló  que  la  familia  y  el  pueblo  cubren
necesidades  vitales  inferiores,  tales  como  comida  y  calor,  matrimonio  y
educación de los hijos. Pero sólo el Estado puede cubrir la mejor organización
de comunidad humana.
Ahora llegamos a la pregunta de cómo debe estar organizado el Estado.
(¿Te  acordarás  del  «Estado  filosófico»  de  Platón,  verdad?)  Aristóteles
menciona varias buenas formas de Estado. Una es la monarquía , que significa
que sólo hay un jefe superior en el Estado. Para que esta forma de Estado sea
buena tiene que evitar evolucionar hacia una «tiranía», es decir que un único
jefe gobierne el Estado para su propio beneficio. Otra buena forma de Estado
es la aristocracia. En una aristocracia hay un grupo mayor o menor de jefes de
Estado. Esta forma tiene que cuidarse de no caer en una oligarquía , lo que
hoy en día llamaríamos Junta. A la tercera buena forma de Estado Aristóteles
la llamó democracia. Pero también esta forma de Estado tiene su revés. Una
democracia puede rápidamente caer en una «demagogia». (Aunque el tirano
Hitler  no  hubiese  sido  jefe  del  Estado  alemán,  todos  los  pequeños  nazis
podrían haber creado una terrible demagogia.)
La mujer
Por último, debemos decir algo sobre la opinión que tenía Aristóteles de la
mujer. Desgraciadamente no era tan positiva como la de Platón. Aristóteles
pensaba más bien que a la mujer le faltaba algo. Era un «hombre incompleto».
En la procreación la mujer sería pasiva y receptora, mientras que el hombre
sería el activo y el que da. Aristóteles pensaba que un niño sólo hereda las
cualidades  del  hombre,  y  que  las  cualidades  del  propio  niño  estaban99
contenidas en el esperma del hombre. La mujer era como la Tierra, que no
hace más que recibir y gestar la semilla, mientras que el hombre es el que
siembra. 0, dicho de una manera genuinamente aristotélica: el hombre da la
«forma» y la mujer contribuye con la «materia».
Naturalmente, resulta sorprendente y también lamentable que un hombre
tan razonable en otros asuntos se pudiera equivocar tanto en lo que se refería
a la relación entre los sexos. No obstante, nos muestra dos cosas: en primer
lugar que Aristóteles seguramente no tuvo mucha experiencia práctica con
mujeres ni con niños. En segundo lugar muestra lo negativo que puede resultar
que los hombres hayan imperado siempre en la filosofía y las ciencias. Y
particularmente negativo resulta el error de Aristóteles en cuanto a su visión de
la mujer, porque su visión, y no la de Platón, llegaría a dominar durante la Edad
Media. De esta manera, la Iglesia heredó una visión de la mujer que en realidad
no tenía ninguna base en la Biblia. ¡Pues Jesús no era anti-mujer!
¡No digo más! ¡Volverás a saber de mí!
Cuando Sofía hubo leído el capítulo sobre Aristóteles una vez y media, volvió a
meter las hojas en el sobre amarillo y se quedó mirando fijamente su cuarto. De pronto
vio lo desordenado que estaba todo. En el suelo había un montón de libros y carpetas.
Por la puerta del armario asomaban en un caos total calcetines y blusas, medias y
pantalones vaqueros. En la silla delante del escritorio había ropa sucia en un desorden
total.
A Sofía le entraron unas ganas irresistibles de ordenar. Primero vació los estantes
del armario ropero, y empujó todo al suelo. Era importante comenzar desde el principio.
Se puso a doblar muy concienzudamente todas las prendas y a colocárlas en el
armario.  El  armario  tenía  siete  estantes.  Sofía  reservó  un  estante  para  bragas  y
camisetas, otro para calcetines y leotardos y otro para pantalones largos. De esa
manera llenó de nuevo todos los estantes del armario. No tuvo en ningún momento
duda ninguna respecto a donde colocar las prendas. Luego puso la ropa sucia en una
bolsa de plástico que había encontrado en el estante de abajo.
Solo tuvo problemas con una prenda. Era un único calcetín blanco y largo, y el
problema no era solamente que faltase su pareja, sino que además nunca había sido
suyo.
Se quedó de pie, investigando el calcetín durante varios minutos. No llevaba
ningún nombre, pero Sofía tenía una fuerte sospecha sobre quién podía ser la dueña.
Lo tiró al estante de arriba, junto a una bolsa con piezas de lego, una cinta de video
y un pañuelo rojo de seda.
Ahora le tocaba el turno al suelo. Sofía clasificó libros y carpetas, revistas y
posters, exactamente de la misma manera que había descrito el profesor de filosofía en
el capítulo sobre Aristóteles. Cuando hubo terminado con el suelo, hizo primero la
cama y luego se puso con el escritorio.
100
Por último reunió todas las hojas sobre Aristóteles en un bonito montón. Encontró
una carpeta con anillas y una perforadora, perforó las hojas y las colocó en la carpeta.
Finalmente la colocó en el último estante del armario, junto al calcetín blanco. Más
tarde recogería la caja de galletas del Callejón.
A partir de ahora sería muy ordenada, y no se refería únicamente a las cosas de su
habitación. Después de haber leído sobre Aristóteles entendió que era igual de
importante tener orden en los conceptos e ideas. Había reservado un estante en la
parte superior del arriba para ese fin. Era el único sitio de la habitación que no
dominaba completamente.
No había oído a su madre en varias horas. Sofía bajó a la planta baja. Antes de
despertar a su madre tendría que dar de comer a sus animales.
En la cocina se inclinó sobre la pecera de los peces dorados. Uno de ellos era
negro, el otro era de color naranja y el tercero blanco y rojo. Por ello los había llamado
Negrito, Dorado y Caperucita Roja. Echó en el agua comida para peces y dijo:
—Pertenecéis a la parte viva de la naturaleza, por lo tanto podéis tomar alimento,
podéis  crecer y podéis procrear. Más concretamente pertenecéis al reino animal, lo que
significa que sabéis moveros y mirar la habitación. Para ser del todo exacta, sois peces,
y por eso podéis respirar con branquias y nadar por las aguas de la vida.
Sofía volvió a enroscar la tapa del bote de cristal que contenía comida para peces.
Estaba satisfecha con la colocación de los peces dorados en el orden de la naturaleza,
y muy especialmente satisfecha con su expresión «las aguas de la vida». Luego les
tocó a los periquitos. Sofía puso algunas semillas para pájaros en el comedero y dijo:
—Queridos Cada y Pizca. Os habéis convertido en unos periquitos muy monos
porque os habéis desarrollado de unos huevecitos muy monos de periquitos, y
porque «la forma» de esos huevos consistía en la posibilidad de convertirse en
periquitos, afortunadamente no os habéis convertido en unos loros charlatanes.
Sofía entró en el cuarto de baño grande, donde estaba en una caja la perezosa
tortuga. Cada tres o cuatro duchas que se daba, la madre solía gritar que un día mataría
a la tortuga. Pero hasta ahora había sido una amenaza vacía de contenido. Sofía saco
una hoja de lechuga de un frasco de cristal y la metió en la caja.
—Querida  Govinda  —dijo—.  No  perteneces  exactamente  a  la  especie  de  los
animales  más  rápidos.  Pero  al  menos  eres  un  animal  capaz  de  participar  en  una
pequeñísima fracción de ese gran mundo en el que vivimos. Si te sirve de consuelo,
te diré que no eres la única incapaz de superarte a ti misma.
El gato Sherekan estaría probablemente fuera cazando ratones, pues ésa era la
naturaleza de los gatos. Sofía atravesó la sala para ir al dormitorio de su madre. En la
mesa del sofá había un florero con un ramo de narcisos. Sofía tuvo la sensación de
que esas flores amarillas la saludaban solemnemente al pasar a su lado. Sofía se
detuvo un momento y tocó con dos dedos las cabecitas lisas.101
—También vosotras pertenecéis a la parte viva de la naturaleza —dijo—. En ese
sentido le lleváis cierta ventaja al florero en el que estáis. Pero desgraciadamente no
sois capaces de daros cuenta de ello.
Sofía entró de puntillas al cuarto de su madre. La madre dormía profundamente,
pero Sofía le puso una mano sobre la cabeza.
—Tú eres de los más afortunados en este conjunto —dijo—. No solamente estás
viva como los lirios en el campo. Y no eres sólo un ser vivo como Sherekan o Govinda.
Eres un ser humano, es decir, que estás equipada con una rara capacidad para pensar.
—¿Qué dices, Sofía?
Se despertó un poco más deprisa que de costumbre.
—Sólo digo que pareces una tortuga perezosa. Por otra parte, te puedo informar
de que he ordenado mi cuarto. Me puse a trabajar con meticulosidad filosófica.
La madre se incorporó a medias en la cama.
—Ahora voy —dijo—. ¿Puedes poner el café?
Sofía hizo lo que le pidió y poco rato después estaban sentadas en la cocina con
café y chocolate. Finalmente, Sofía dijo:
—¿Has pensado alguna vez en por qué vivimos, mamá?
—Vaya, no paras, por lo que veo.
—Ahora sí, que ya sé la respuesta. En este planeta vive gente para que algunos
anden por ahí poniendo nombres a todas las cosas.
—¿De verdad? No se me había ocurrido nunca.
—Entonces tienes un problema serio, porque el ser humano es un ser pensante.
Si no piensas no eres un ser humano.
—¡Sofía!
—¡Figúrate que en la Tierra sólo viviesen plantas y animales. Entonces no habría
habido nadie capaz de distinguir entre «gatos» y «perros» «lirios» y «frambuesas».
También son seres vivos las plantas y los animales, pero solamente nosotros sabemos
ordenar la naturaleza en diferentes grupos y clases.
—De verdad que eres la chica más rara que conozco —dijo la madre.
—No faltaría mas —dijo Sofía —. Todos los seres humanos son mas o menos
raros. Yo soy un ser humano, por lo tanto soy más o menos rara. Tú sólo tienes una
hija, por lo tanto soy la más rara.
—Lo que quería decir es que me asustas con todos estos... discursos últimamente.
—En ese caso, eres muy fácil de asustar.
Más avanzada la tarde Sofía volvió al callejón. Logró meter la gran caja de galletas
en su habitación sin que la Madre se diera cuenta de nada.
Primero ordenó todas las hojas, luego las perforó y finalmente las colocó en la
carpeta de anillas antes del capitulo sobre Aristóteles. Por último escribió el número
de las páginas en la esquina de arriba, a la derecha de cada hoja. Tenía ya más de 50
hojas. Sofía estaba en vías de hacer su propio libro de filosofía. No era ella la que lo
102
estaba escribiendo, pero había sido escrito especialmente para ella.
Aún no había tenido tiempo de pensar en los deberes para el lunes. A lo mejor
habría control de religión, pero el profesor siempre decía que valoraba el interés
personal  y  las  reflexiones  propias.  Sofía  tenía  cierta  sensación  de  que  estaba
adquiriendo una buena base para ambas cosas.103
El helenismo
...una «chispa de la hoguera»...
El profesor de filosofía había empezado a enviar las cartas directamente al viejo
seto, pero por costumbre Sofía echó un vistazo al buzón el lunes por la mañana.
Estaba vacío. No podía esperar otra cosa. Empezó a bajar el Camino del Trébol.
De pronto descubrió una fotografía en el suelo. Era una foto de un jeep banco con
una bandera azul. En la bandera ponía «ONU». ¿No era la bandera de las Naciones
Unidas?
Sofía miró el dorso de la foto y descubrió por fin que era una postal. A «Hilde
Møller Knag c/o Sofía Amundsen...»
Llevaba un sello noruego y un matasellos del batallón de Naciones Unidas, viernes
15 de junio 1990.
¡15 de junio! ¡Ese día era el cumpleaños de Sofía!
En la postal ponía:
Querida Hilde: Supongo que piensas celebrar tu decimoquinto cumpleaños. ¿O
lo  harás  al  día  siguiente?  Bueno,  la  duración  del  regalo  no  tiene  ninguna
importancia. De alguna manera durará toda la vida. Te vuelvo a felicitar. Ahora
habrás entendido por qué envío las postales a Sofía. Estoy seguro de que ella te las
enviará a ti.
P. D. Mamá me dijo que habrás perdido tu cartera. Prometo pagar las 150
coronas que perdiste. En el colegio te darán otro carnet escolar, supongo, antes de
que cierre por vacaciones.
Mucho cariño de tu papá.
Sofía se quedó como pegada al asfalto. ¿Qué fecha tenía el matasellos de la postal
anterior? Algo en su subconsciente le estaba diciendo que también la postal con la
foto de una playa tenía fecha del mes de junio, aunque faltaba todavía un mes entero.
No había mirado bien...
Miro el reloj y volvió a toda prisa a casa. Hoy tendría que llegar un poco tarde al
colegio, no tenía otro remedio.
Abrió con la llave y subió corriendo a su cuarto, donde buscó la primera postal
para Hilde debajo del pañuelo rojo de seda. Pues sí, también esta postal llevaba el
matasellos de la de junio. ¡El día del cumpleaños de Sofía y el día antes de la llegada
de las vacaciones de verano!
104
Pensaba  intensamente  mientras  corría  hacia  el  Centro  comercial,  donde  se
encontraría con Jorunn.
¿Quién era Hilde? ¿Cómo era posible que el padre de esa chica diera más o menos
por sentado que Sofía conocería a Hilde? En todo caso no parecía lógico que enviara
las postales a Sofía, en lugar de enviarlas directamente a su hija. ¿Se trataba de una
broma? ¿Quería sorprender a su hija en el día de su cumpleaños utilizando a una chica
totalmente desconocida como detective y cartero? ¿Por eso le había dado un mes de
ventaja? ¿La razón de utilizarla a ella como intermediaria podría ser que deseaba
regalarle a su hija una nueva amiga? ¿Sería ése el regalo que «duraría toda la vida»?
Si ese extraño hombre se encontraba de verdad en el Líbano, ¿como había podido
localizar las señas de Sofía? Y había algo más: Sofía y Hilde tenían al menos dos cosas
en común. Si también Hilde cumplía años el 15 de junio significaba que las dos habían
nacido el mismo día, y las dos tenían un padre que viajaba por el mundo.
Sofía se sintió transportada hacia un mundo mágico. Quizás debería uno creer en
el  destino  a  pesar  de  todo.  Bueno,  bueno,  no  debía  sacar  conclusiones  así  de
rápidamente, todo podía tener una explicación natural.
Pero cómo podía Alberto Knox haber encontrado la cartera de Hilde cuando Hilde
vivía en Lillesand, que estaba a más de 300 km de Oslo? Y por qué había encontrado
esa postal en el suelo? ¿Se le habría caído al cartero justo antes de llegar al buzón de
Sofía? ¿Pero por qué había perdido justamente esa postal?
—¡Estás loca! —exclamó Jorunn al ver a Sofía junto al Centro Comercial.
—Lo siento.
Jorunn la miró con severidad, como si fuera ella misma una profesora.
—Espero que tengas una buena explicación.
—Tiene algo que ver con la ONU —dijo Sofía—. He sido retenida por una milicia
hostil en el Líbano.
—¡Ya! Lo que pasa es que te has enamorado.
Se fueron corriendo al colegio.
El control de religión, para el que Sofía no había tenido tiempo de prepararse, se
hizo a tercera hora. En la hoja ponía:
Concepto de la vida y tolerancia
1. Haz una lista de lo que puede saber una persona. Haz a continuación una
lista de lo que solamente podemos creer.
2. Señala algunos factores que contribuyan a formar el concepto de la vida
de una persona.
3. ¿Qué se pretende decir con «conciencia»? ¿Crees que todos los seres
humamos tienen la misma conciencia?
4. ¿Qué significa dar prioridad a determinados valores?105
Sofía se quedó mucho rato pensando antes de empezar a escribir. ¿Podría utilizar
algo de lo que había aprendido de Alberto Knox? Tendría que hacerlo, porque hacía
días que no había abierto ni siquiera el libro de religión. Cuando por fin se puso a
escribir, las frases le venían como a chorros.
Sofía escribió que podemos saber que la luna no es un queso y también que hay
cráteres  en  la  cara  posterior  de  la  luna,  que  tanto  Sócrates  como  Jesús  fueron
condenados a muerte, y que todos los seres humanos van a morir antes o después,
que los grandes templos de la Acrópolis fueron construidos después de las guerras
persas, unos 400 años antes de Jesucristo, y que el oráculo mas importante de los
griegos fue el de Delfos. Como ejemplo de la pregunta sobre lo que sólo podemos
creer mencionó lo de si hay o no hay vida en otros planetas, y si existe o no existe
Dios, si hay una vida después de la muerte y si Jesús era el hijo de Dios o simplemente
un hombre muy sabio. «Lo que es seguro es que no podemos saber de dónde viene
el mundo», escribió al final. «El universo puede compararse con un gran conejo que
se saca de un gran sombrero de copa. Los filósofos intentan subirse a uno de los
pelos finos de la piel del conejo con el fin de mirar al Gran Mago a los ojos. Aún no
sabemos si alguna vez lograran su propósito. Pero si un filosofo se sube a la espalda
de otro, y así sucesivamente, saldrán cada vez más de la suave piel del conejo y
entonces, y ésta es mi opinión personal, lograrán su propósito.
»P. D. En la Biblia oímos hablar de algo que puede haber sido uno de los pelos
finos de la piel del conejo. Ese pelo se llama Torre de Babel y fue arrasada porque al
Mago no le gustó que esos pequeños piojos humános comenzaran a buscar el camino
para salir de ese conejo blanco que acababa de crear.»
Luego  empezó  con  la  segunda  pregunta:  «Señala  algunos  factores  que
contribuyan  a  formar  el  concepto  de  la  vida  de  una  persona».  En  este  tema  la
educación y el entorno eran, sin duda, factores muy importantes. Las personas que
vivieron en la época de Platón tenían un concepto de la vida diferente al de muchas
personas de hoy en día simplemente porque vivieron en otra época y en otro
ambiente. También eran decisivas las experiencias que uno había optado por buscar.
Y la razón no dependía del entorno, era común para todas las personas. A lo mejor se
podrían comparar el entorno de las condiciones sociales con la situación que reinaba
en el fondo de la caverna de Platón. Mediante su razón cada individuo puede empezar
a salir de la oscuridad de la caverna, pero ese camino requiere una considerable
cantidad de valor personal. Sócrates es un buen ejemplo de alguien que logró librarse
de las ideas imperantes en su propia época mediante su razón. Finalmente escribió:
«Hoy en día se estrechan cada vez más las relaciones entre personas de muchos
países  y  culturas  diferentes.  Pueden  cohabitar  en  el  mismo  bloque  cristianos,
musulmanes y budistas. Entonces es más importante tolerar la fe de los otros que
preguntar por qué no todos creen en lo mismo».
106
Pues sí, a Sofía le pareció que podía utilizar bastante de lo que había aprendido del
profesor de filosofía. Luego añadió un poco de sus propios razonamientos, además
de cosas que había leído y oído en otros contextos.
Se puso con la tercera pregunta: «¿Qué se pretende decir con "conciencia" ?
¿Crees que todos los seres humanos tienen la misma conciencia?». De este tema se
había hablado mucho en clase. Sofía escribió: «Por "conciencia" se entiende la
capacidad de los seres humanos de reaccionar ante lo que es bueno y lo que es malo.
Yo opino que todas las personas estamos provistas de esta capacidad, es decir que
la  conciencia  es  algo  con  lo  que  se  nace.  Sócrates  había  dicho  lo  mismo.  Pero
exactamente lo que dice la conciencia es algo que puede variar mucho de una persona
a otra. Sobre este tema puede ser que los Sofistas pusieran el dedo en la llaga. Ellos
pensaron que lo que es bueno y lo que es malo es, en primer lugar, algo que se decide
en el ambiente en el que se cría cada uno. Sócrates, en cambio, pensó que la
conciencia es igual en todos los seres humanos. Quizás ambas partes tuvieran razón.
Aunque no todas las personas sienten vergüenza al mostrarse desnudas, casi todas
tienen mala conciencia si se comportan mal con otra persona. Además hay que señalar
que tener conciencia no es lo mismo que utilizarla. En algunas situaciones puede
parecer que las personas actúan sin escrúpulo alguno, pero, en mi opinión, existe
también en esa gente una conciencia, aunque esté muy escondida. De ese modo
puede parecer que algunos seres humanos también carecen totalmente de razón, pero
sólo es porque no la utilizan.
«P. D. Tanto la razón como la conciencia pueden compararse con un músculo. Si
un músculo no se usa, se irá atrofiando cada vez mas.»
Ya solo quedaba una pregunta: «¿Qué significa dar prioridad a determinados
valores?». También sobre ese tema habían hablado mucho últimamente. Puede resultar
valioso, por ejemplo, saber conducir, para poder desplazarse rápidamente de un sitio
a otro. Pero si el automovilismo causara la muerte de los bosques y el envenenamiento
de la naturaleza, uno se encontraría ante una «elección de valores». Tras pensarlo
mucho tiempo, Sofía llegó a la conclusión de que serían más valiosos los bosques
sanos y la naturaleza limpia que el llegar rápidamente al trabajo. También puso
algunos ejemplos más. Al final escribió: «Mi opinión personal es que la filosofía es
una asignatura más importante que la gramática inglesa. Sería por lo tanto sensato dar
prioridad a la incorporación de la filosofía en el programa lectivo y a cambio reducir
un poco las clases de inglés».
En el último recreo el profesor llamó aparte a Sofía.
Ya he leído tu examen de religión —dijo—. Estaba el primero del montón.
—Espero que te diera que pensar.
—Precisamente de eso quería hablarte. En cierto modo eran unas contestaciones
muy maduras. Sorprendentemente maduras, Sofía. E independientes y personales.107
¿Pero habías estudiado la lección?
Sofía no supo qué contestar.
—Has dicho antes que valoras las reflexiones personales.
—Bueno... sí... Pero hay límites.
Sofía miró al profesor a los ojos. Le pareció que se lo podía permitir después de
todo lo que había vivido estos días.
—He empezado a leer filosofía —dijo—. Da una buena base para formar opiniones
personales.
—Pero a mí no me resultará fácil calificar tu examen.
Tendré que ponerte o un sobresaliente o un suspenso.
—Porque o he contestado del todo correctamente, o del todo mal. ¿Es eso lo que
quieres decir?
—Digamos un sobresaliente —dijo el profesor—. Pero la próxima vez te estudias
también la lección.
Cuando Sofía llegó a casa aquella tarde dejó tirada la cartera en la escalera y se fue
corriendo  al  Callejón.  Sobre  las  gruesas  raíces  había  un  sobre  amarillo.  Estaba
totalmente seco por los bordes, de modo que haría tiempo que Hermes lo habría
dejado.
Se llevó consigo el sobre y abrió la casa con la llave. Primero dio de comer a los
animales y luego subió a su cuarto. Se echó sobre la cama, abrió la carta de Alberto
y leyó.
El helenismo
¡Hola de nuevo, Sofía! Ya has oído hablar de los filósofos de la naturaleza
y de Sócrates, Platón y Aristóteles, con lo cual ya conoces los mismísimos
cimientos  de  la  filosofía  europea.  A  partir  de  ahora  dejaremos  ya  de  lado
aquellos ejercicios iniciales que te solía dejar en un sobre blanco. Supongo que
con los ejercicios, pruebas y controles del colegio tienes de sobra.
Te hablaré de ese largo período de tiempo que abarca desde Aristóteles, a
finales del siglo IV a. de C. , hasta los principios de la Edad Media, alrededor
del año 400 d. de C. Toma nota de que ponemos «antes» y «después» de
Jesucristo, porque algo de lo más importante, y también más singular de este
período, fue precisamente el cristianismo.
Aristóteles murió en el año 322 a. de C. Para entonces Atenas ya había
perdido su papel protagonista. Esto se debía, entre otras cosas, a los grandes
cambios políticos ocasionados por las conquistas de Alejandro Magno (356-
323).
Alejandro  Magno  fue  rey  de  Macedonia.  Aristóteles  también  era  de
Macedonia y, de hecho, durante algún tiempo fue profesor del joven Alejandro.
Éste ganó la última y decisiva batalla a los persas. Y más que eso, Sofía: con
108
sus muchas batallas unió la civilización griega con Egipto y todo el Oriente
hasta  la  India.  Se  inicia  una  nueva  época  en  la  historia  de  la  humanidad.
Emergió una sociedad universal en la que la cultura y la lengua griegas jugaron
un papel dominante. Este período, que duró unos 300 años, se suele llamar
helenismo.  Con  «helenismo»  se  entiende  tanto  la  época  como  la  cultura
predominantemente  griega  que  dominaba  en  los  tres  reinos  helenísticos:
Macedonia, Siria y Egipto.
A partir del año 50 a. de C. aproximadamente, Roma llevó la ventaja militar
y política. Esta nueva potencia fue conquistando uno por uno todos los reinos
helenos, y comenzó a imponerse la cultura romana y la lengua latina desde
España por el oeste, adentrándose mucho en Asia por el este. Comienza la
época romana, o la Antigüedad tardía. Debes tomar nota de una cosa: antes
de que Roma tuviera tiempo de conquistar el mundo helénico, la misma Roma
se había convertido en una provincia de cultura griega. De esta forma, la cultura
y filosofía griegas jugarían un importante papel mucho tiempo después de que
la importancia política de los griegos fuera cosa del pasado.
Religión, filosofía y ciencia
El helenismo se caracterizó por el hecho de que se borraron las fronteras
entre  los  distintos  países  y  culturas.  Anteriormente  los  griegos,  romanos,
egipcios, babilonios, sirios y persas habían adorado a sus dioses dentro de lo
que  se  suele  llamar  «religión  de  un  Estado  nacional».  Ahora  las  distintas
culturas se mezclan en un crisol de ideas religiosas, filosóficas y científicas.
Podríamos decir que la plaza se cambió por la arena mundial. También en
la vieja plaza habían resonado voces que llevaban diferentes mercancías al
mercado así como diferentes ideas y pensamientos. Lo nuevo fue que las
plazas de las ciudades ahora se llenaban de mercancías e ideas del mundo
entero, y que se oían muchas lenguas distintas.
Ya hemos mencionado que las ideas griegas se sembraron mucho más allá
de las antiguas zonas de cultura griega. Pero, a la vez, por toda la región
mediterránea también se rendía culto a dioses orientales. Surgieron varias
nuevas religiones que recogían dioses e ideas de algunas de las antiguas
naciones. Esto se llama sincretismo, o mezcla de religiones.
Anteriormente la gente se había sentido muy unida a su pueblo y a su
ciudad-estado. Pero conforme esas separaciones y líneas divisorias se fueron
borrando, mucha gente tenía dudas y se sentía insegura ante las visiones y
conceptos  de  la  vida.  Esa  parte  de  la  Antigüedad  estaba,  en  términos
generales, caracterizada por la duda religiosa, la desintegración religiosa y el
pesimismo. «El mundo está viejo», se decía.
Una característica común de las nuevas religiones del helenismo era que
solían tener una teoría, a menudo secreta, sobre cómo las personas podían
salvarse  de  la  muerte.  Aprendiendo  esas  teorías  secretas  y  realizando,109
además, una serie de ritos, las personas podían tener esperanza de obtener
un  alma  inmortal  y  una  vida  eterna.  El  adquirir  unos  determinados
conocimientos  sobre  la  verdadera  naturaleza  del  universo  podía  ser  tan
importante como los ritos religiosos para salvar el alma.
Éstas fueron las religiones, Sofía, pero también la filosofía se movía cada
vez más hacia la salvación y el consuelo. Los conocimientos filosóficos no sólo
tenían un valor en sí mismos, también debían librar a los seres humanos de su
angustia vital, de su miedo a la muerte y de su pesimismo. De esta manera se
borraron los límites entre religión y filosofía.
En general podemos decir que la filosofía helenística era poco original. No
surgió ningún Platón ni ningún Aristóteles. Pero por otra parte los tres grandes
filósofos de Atenas fueron una importante fuente de inspiración para varias
corrientes  filosóficas,  de  cuyos  rasgos  principales  te  haré  un  pequeño
resumen.
También en la ciencia del helenismo se notaba la mezcla de ingredientes
de diferentes culturas. La ciudad de Alejandría en Egipto jugó en este contexto
un papel clave como lugar de encuentro entre Oriente y Occidente. Atenas
continuó siendo la capital de la filosofía con las escuelas filosóficas heredadas
de Platón y Aristóteles, y Alejandría se convirtió en el centro de la ciencia. Con
su  gran  biblioteca,  esta  ciudad  fue  la  capital  de  las  matemáticas,  la
astronomía, biología y medicina.
Se podría muy bien comparar el helenismo con la cultura del mundo actual.
También el siglo XX se ha caracterizado por una sociedad mundial cada vez
más abierta. También en nuestro tiempo esto ha llevado a grandes cambios en
cuanto a religión y conceptos sobre la vida. De la misma manera que se podían
encontrar  ideas  de  divinidades  griegas,  egipcias  y  orientales  en  Roma  a
principios de nuestra era, podemos ahora, hacia finales del siglo XX, encontrar
ideas religiosas de todas partes del mundo en todas las ciudades europeas de
cierto tamaño.
También en nuestro tiempo vemos cómo una mezcolanza de religiones
viejas y nuevas, de filosofías y ciencias, puede formar la base para nuevas
ofertas en el «mercado de las grandes ideas sobre la vida». Gran parte de esos
«nuevos conocimientos» son en realidad productos viejos del pensamiento, con
algunas raíces en el helenismo.
Como ya he mencionado, la filosofía helenística continuó trabajando en
ideas y planteamientos tratados por Sócrates, Platón y Aristóteles. Los tres
intentaban buscar la manera más digna y mejor de vivir y de morir para los
seres humanos. Es decir, se trataba de la ética.
En la nueva sociedad mundial ése fue el proyecto filosófico más importante:
¿en qué consiste la verdadera felicidad y cómo la podemos conseguir? Ahora
vamos a ver cuatro corrientes filosóficas que se ocuparon de esta cuestión.
Los cínicos
110
De Sócrates se cuenta que una vez se quedó parado delante de un puesto
donde había un montón de artículos expuestos. Al final exclamó: «¡Cuántas
cosas que no me hacen falta!».
Esta exclamación puede servir de titular para la filosofía cínica, fundada por
Antístenes en Atenas alrededor del año 400 a. de C.
Había sido alumno de Sócrates y se había fijado ante todo en la modestia
de su maestro. Los cínicos enseñaron que la verdadera felicidad no depende
de cosas externas tales como el lujo, el poder político o la buena salud.
La verdadera felicidad no consiste en depender de esas cosas tan fortuitas
y vulnerables, y precisamente porque no depende de esas cosas puede ser
lograda  por  todo  el  mundo.  Además  no  puede  perderse  cuando  ya  se  ha
conseguido.
El  más  famoso  de  los  cínicos  fue  Diógenes,  que  era  discípulo  de
Antístenes. Se dice de él que habitaba en un tonel y que no poseía más bienes
que una capa, un bastón y una bolsa de pan. (¡Así no resultaba fácil quitarle
la felicidad!) Una vez en que estaba sentado tomando el sol delante de su
tonel, le visitó Alejandro Magno, el cual se colocó delante del sabio y le dijo
que si deseaba alguna cosa, él se la daba. Diógenes contestó: «Sí, que te
apartes un poco y no me tapes el sol». De esa manera mostró Diógenes que
era más rico y más feliz que el gran general, pues tenía todo lo que deseaba.
Los cínicos opinaban que el ser humano no tenía que preocuparse por su
salud. Ni siquiera el sufrimiento y la muerte debían dar lugar a la preocupación.
De la misma manera tampoco debían preocuparse por el sufrimiento de los
demás.
Hoy en día las palabras «cínico» y «cinismo» se utilizan en el sentido de
falta de sensibilidad ante el sufrimiento de los demás.
Los estoicos
Los  cínicos  tuvieron  importancia  para  la  filosofía  estoica,  que  nació  en
Atenas  alrededor  del  año  300  a.  de  C.  Su  fundador  fue  Zenón,  que  era
originario de Chipre pero que se unió a los cínicos después de un naufragio.
Solía reunir a sus alumnos bajo un pórtico. El nombre «estoico» viene de la
palabra griega para pórtico (stoa). El estoicismo tendría más adelante gran
importancia para la cultura romana.
Como  Heráclito,  los  estoicos  opinaban  que  todos  los  seres  humanos
formaban parte de la misma razón universal o «logos». Pensaban que cada ser
humano es como un mundo en miniatura, un «microcosmos», que a su vez es
reflejo del «macrocosmos».
Esto  condujo  a  la  idea  de  que  existe  un  derecho  universal,  el  llamado
«derecho natural». Debido a que el derecho natural se basa en la eterna razón
del ser humano y del universo, no cambia según el lugar o el tiempo. En este111
punto tomaron partido por Sócrates y contra los sofistas.
El derecho natural es aplicable a todo el mundo, también a los esclavos.
Los estoicos consideraron los libros de leyes de los distintos Estados como
imitaciones  incompletas  de  un  derecho  que  es  inherente  a  la  naturaleza
misma.
De  la  misma  manera  que  los  estoicos  borraron  la  diferencia  entre  el
individuo y el universo, también rechazaron la idea de un antagonismo entre
espíritu  y  materia.  Según  ellos  sólo  hay  una  naturaleza.  Esto  se  llama
monismo  (contrario,  por  ejemplo,  al  claro  «dualismo»  o  bipartición  de  la
realidad de Platón).
De  acuerdo  con  el  tiempo  en  el  que  vivieron,  los  estoicos  eran
«cosmopolitas», y por consiguiente más abiertos a la cultura contemporánea
que los «filósofos del tonel» (los cínicos). Señalaban como muy importante la
comunidad de la humanidad, se interesaron por la política y varios de ellos
fueron hombres de Estado en activo, por ejemplo el emperador romano Marco
Aurelio (121-180 d. de C.). Contribuyeron a promocionar la cultura y filosofía
griegas en Roma y, en particular, lo hizo el orador, filósofo y político Cicerón
(106-43 a. de C.). Él fue quien formuló el concepto de humanismo, es decir esa
idea que coloca al individuo en el centro. El estoico Séneca (4 a. de C.-65 d.
de C.) dijo unos años más tarde que «el ser humano es para el ser humano
algo  sagrado».  Esta  frase  ha  quedado  como  una  consigna  para  todo  el
humanismo posterior.
Los estoicos subrayaron además que todos los procesos naturales, tales
como  la  enfermedad  y  la  muerte,  siguen  las  inquebrantables  leyes  de  la
naturaleza. Por tanto, el ser humano ha de conciliarse con su destino. Nada
ocurre fortuitamente, decían. Todo ocurre por necesidad y entonces sirve de
poco quejarse cuando el destino llama a la puerta. El ser humano también
debe reaccionar con tranquilidad ante las circunstancias felices de la vida; en
esta idea se nota el parentesco con los cínicos, que decían que todas las
cosas externas les eran indiferentes. Incluso hoy en día hablamos de una
«tranquilidad  estoica»  cuando  una  persona  no  se  deja  llevar  por  sus
sentimientos.
Los epicúreos
Como  ya  hemos  visto,  a  Sócrates  le  interesaba  ver  cómo  los  seres
humanos podían vivir una vida feliz. Tanto los cínicos como los estoicos le
interpretaron en el sentido de que el ser humano debería librarse de todo lujo
material. Pero Sócrates también tenía un alumno, que se llamaba Aristipo, que
pensaba  que  la  meta  de  la  vida  debería  ser  conseguir  el  máximo  placer
sensual. «El mayor bien es el placer», dijo, «el mayor mal es el dolor». De
esta manera, quiso desarrollar un arte de vivir que consistía en evitar toda clase
de dolor. (La meta de los cínicos y estoicos era aguantar toda clase de dolor,
112
lo cual es muy diferente a centrar todos los esfuerzos en evitar el dolor.)
Epicuro  (341-270  a.  de  C.)  fundó  alrededor  del  año  300  una  escuela
filosófica en Atenas (la escuela de los epicúreos). Desarrolló la ética del placer
de Aristipo y la combinó con la teoría atomista de Demócrito.
Se dice que los epicúreos se reunían en un jardín, razón por la cual se les
llamaba  «los  filósofos  del  Jardín».  Se  dice  que  sobre  la  entrada  al  jardín
colgaba una inscripción con las palabras «Forastero, aquí estarás bien. Aquí
el placer es el bien primero».
Epicuro decía que era importante que el resultado placentero de una acción
fuera evaluado siempre con sus posibles efectos secundarios. Si alguna vez
te has puesto mala por haber comido demasiado chocolate, entenderás lo que
quiero  decir.  Si  no,  te  propongo  el  siguiente  ejercicio:  coge  tus  ahorros  y
compra chocolate por valor de 200 coronas [unas 4000 pts] (suponiendo que
te guste el chocolate). Es muy importante para el ejercicio que te comas todo
el  chocolate  de  una  sola  vez.  Aproximadamente  media  hora  más  tarde
entenderás lo que Epicuro quería decir con «efectos secundarios».
Epicuro también decía que un resultado placentero a corto plazo tiene que
evaluarse frente a la posibilidad de un placer mayor, más duradero o más
intenso a más largo plazo. (Por ejemplo si decides no comer chocolate durante
un año entero porque eliges ahorrar todo tu dinero para comprar una bici nueva
o  para  unas  carísimas  vacaciones  en  el  extranjero.)  Al  contrario  que  los
animales, los seres humanos tienen la posibilidad de planificar su vida. Tienen
la capacidad de realizar un «cálculo de placeres». Un chocolate delicioso es,
evidentemente, un valor en sí, pero también lo son la bicicleta y el viaje a
Inglaterra.
No  obstante,  Epicuro  señaló  que  el  «placer»  no  tenía  que  ser
necesariamente  un  placer  sensual,  como,  por  ejemplo,  comer  chocolate.
También  pertenecen  a  esta  categoría  valores  tales  como  la  amistad  y  la
contemplación del arte. Condiciones previas para poder disfrutar de la vida eran
los  viejos  ideales  griegos  tales  como  el  autodominio,  la  moderación  y  el
sosiego, pues hay que frenar el deseo. De esta manera también la calma nos
ayudará a soportar el dolor.
Personas con angustia religiosa buscaban a menudo ayuda en el jardín de
Epicuro.  En  este  aspecto,  la  teoría  atomista  de  Demócrito  fue  un  recurso
contra la religión y la superstición. Para vivir una vida feliz es muy importante
superar el miedo a la muerte. Para esta cuestión, Epicuro se apoyó en la
formulación de Demócrito de los «átomos del alma». A lo mejor te acuerdas
de que él pensaba que no había ninguna vida después de la muerte, porque
todos los átomos del alma vuelan hacia todas partes cuando morimos.
«La muerte no nos concierne», dijo Epicuro, así de simple. «Pues, mientras
existimos, la muerte no está presente. Y cuando llega la muerte nosotros ya
no existimos. » (Mirado así, nadie se ha puesto nunca triste por estar muerto.)
El mismo Epicuro resumió su filosofía liberadora en lo que llamó las «cuatro113
hierbas curativas»:
A los dioses no hay que temerlos. La muerte no es algo de lo que haya que
preocuparse. Es fácil conseguir lo bueno. Lo terrible es fácil de soportar.
No constituía ninguna novedad en la cultura griega comparar la misión de
la filosofía con el arte médico. Aquí nos encontramos con la idea de que el ser
humano  se  tiene  que  equipar  con  un  «botiquín  de  filosofía»  que  contenga
cuatro medicinas importantes.
Al contrario que los estoicos, los epicúreos muestran poco interés por la
política y la vida social.
«¡Vive en secreto!», aconsejaba Epicuro. Quizás pudiéramos comparar su
«jardín»  con  las  comunas  de  nuestro  tiempo.  También  en  estos  días  hay
mucha gente que ha buscado un refugio dentro de la gran sociedad.
Después de Epicuro muchos epicúreos evolucionan en dirección a una
obsesión  por  el  placer.  La  consigna  fue:«Vive  el  momento».  La  palabra
«epicúreo» se utiliza hoy en el sentido despectivo de vividor.
El neoplatonismo
Hemos visto cómo tanto los cínicos, como los estoicos y los epicúreos
tenían  sus  raíces  en  Sócrates.  También  recurrieron  a  presocráticos  como
Heráclito y Demócrito. La corriente filosófica más destacable de la Antigüedad
estaba inspirada, sobre todo, en la teoría de las Ideas. A esta corriente la
llamamos neoplatonismo.
El neoplatónico más importante fue Plotino (205-270 d. de C.), que estudió
filosofía en Alejandría, pero que luego se fue a vivir a Roma. Merece la pena
tener en cuenta que venía de Alejandría, ciudad que ya durante cien años había
sido el gran lugar de encuentro entre la filosofía griega y la mística orientalista.
Plotino se llevó a Roma una teoría sobre la salvación que se convertiría en una
seria competidora del cristianismo, cuando éste empezara a dejarse notar. Sin
embargo, el neoplatonismo también ejercería una fuerte influencia sobre la
teología cristiana.
Te acordarás de la teoría de las Ideas de Platón, Sofía. Recuerda que él
distinguía  entre  el  mundo  de  los  sentidos  y  el  mundo  de  las  Ideas,
introduciendo así una clara distinción entre el alma y el cuerpo del ser humano.
El ser humano es, según él, un ser dual. Nuestro cuerpo consta de tierra y
polvo  como  todo  lo  demás  perteneciente  al  mundo  de  los  sentidos,  pero
también  tenemos  un  alma  inmortal.  Esta  idea  había  sido  muy  conocida  y
extendida entre muchos griegos bastante antes de Platón. Plotino, por su
parte, conocía ideas parecidas provenientes de Asia.
Plotino pensaba que el mundo está en tensión entre dos polos. En un
extremo se encuentra la luz divina, que él llama «Uno». Otras veces la llama
114
«Dios». En el otro extremo está la oscuridad total, a donde no llega nada de
la luz del Uno. Ahora bien, el punto clave de Plotino es que esta oscuridad, en
realidad, no tiene existencia alguna. Se trata simplemente de una ausencia de
luz, es algo que no es. Lo único que existe es Dios o el Uno; y de la misma
manera que una fuente de luz se va perdiendo gradualmente en la oscuridad,
existe en algún sitio un límite donde ya no llegan los rayos de la luz divina.
Según Plotino el alma está iluminada por la luz del Uno, y la materia es la
oscuridad, que en realidad no tiene existencia alguna. Pero también las formas
de la naturaleza tienen un débil resplandor del Uno.
Imagínate una gran hoguera en la noche, querida Sofía. De esta hoguera
saltan chispas en todas las direcciones. La noche queda iluminada en un gran
radio alrededor de la hoguera; también a una distancia de varios kilómetros se
verá la débil luz de una hoguera en la lejanía. Si nos alejamos aún más sólo
veremos un minúsculo puntito luminoso como una tenue linterna en la noche.
Y si continuáramos alejándonos de la hoguera, la luz ya no nos llegaría. En
algún  lugar  se  pierden  los  rayos  luminosos  en  la  noche,  y  cuando  está
totalmente oscuro no vemos nada. Entonces no hay ni sombras ni contornos.
Imagínate que la realidad es una hoguera como la que hemos descrito. Lo
que arde es lo Uno, y la oscuridad de fuera es esa materia fría de la que están
hechos los seres humanos y los animales. Más cerca de Dios están las Ideas
eternas, que son las formas originarias de todas las criaturas. Ante todo, es
el alma del ser humano lo que es una «chispa de la hoguera», pero también
por todas partes en la naturaleza brilla algo de la luz divina. La vemos en todos
los seres vivos, incluso una rosa o una campanilla tienen ese resplandor divino.
Más lejos del Dios vivo está la tierra, el agua y la piedra. Digo que hay algo de
misterio divino en todo lo que existe. Lo vemos brillar en un girasol o en una
amapola. Y también intuimos algo del inescrutable misterio cuando vemos a
una mariposa levantar el vuelo desde una rama, o a un pez dorado que nada
en su pecera. Pero donde más cerca de Dios podemos estar es en nuestra
propia alma. Sólo allí podemos unirnos con el gran misterio de la vida. En muy
raros momentos podemos incluso llegar a sentir que nosotros mismos somos
el misterio divino.
Las metáforas utilizadas por Plotino recuerdan al mito de la caverna de
Platón.  Cuanto  más  nos  acercamos  a  la  entrada  de  la  caverna,  más  nos
acercamos a todo aquello de lo que precede lo que existe. Pero al contrario de
la  clara  bipartición  de  Platón  de  la  realidad,  las  ideas  de  Plotino  están
caracterizadas por la unidad. Todo es Uno, porque todo es Dios. Incluso las
sombras al fondo de la caverna tienen un tenue resplandor del Uno.
Alguna vez en su vida Plotino tuvo la experiencia de ver su alma fundirse
con Dios. A eso lo solemos llamar una  experiencia mística. Plotino no es el
único que ha tenido esa experiencia. En todos los tiempos y en todas las
culturas ha habido personas que han relatado tales experiencias. A lo mejor
las  describen  de  distinta  forma,  pero  también  se  repiten  muchos  rasgos115
importantes en las descripciones. Veamos algunos de estos rasgos comunes.
Misticismo
Una experiencia mística significa que uno experimenta una unidad con Dios
o con «el alma universal». En muchas religiones se subraya la existencia de
un abismo entre Dios y la obra de la creación. No obstante, para los místicos
no  existe  este  abismo.  Él  o  ella  ha  tenido  la  experiencia  de  haber  sido
absorbido por Dios, o de haberse «fundido» con Él.
La  idea  es  que  lo  que  habitualmente  llamamos  «yo»  no  es  nuestro
verdadero  yo.  Durante  brevísimos  momentos  podemos  llegar  a  sentirnos
fundidos con un yo mayor, por algunos místicos llamado «Dios», por otros
«alma universal», «naturaleza universal» o «universo». En el momento de la
fusión, el místico tiene la sensación de «perderse a sí mismo», de desaparecer
en Dios o desaparecer en Dios de la misma manera que una gota de agua «se
pierde  en  sí  misma»  cuando  se  mezcla  con  el  mar.  Un  místico  hindú  lo
expresó de esta manera: «Cuando yo fui, Dios no fue. Cuando Dios es, yo ya
no soy». El místico cristiano Silesius (1624-1677) lo expresó así: «En mar se
convierte cada gota cuando llega al mar, y así el alma se convierte en Dios
cuando  hasta  Dios  sube».  Pensarás  que  no  puede  ser  muy  agradable
«perderse a sí mismo»; entiendo lo que quieres decir. Pero lo que pasa es que
lo que pierdes es muchísimo menos que lo que ganas. Te pierdes a ti mismo
en la forma que tienes en ese momento, pero al mismo tiempo comprendes
que en realidad eres algo mucho más grande. Tú eres todo el universo; tú eres
el alma universal, querida Sofía. Tú eres Dios. Si tienes que soltar a Sofía
Amundsen, puedes consolarte con que ese «yo cotidiano» es algo que de
todos modos perderás un día. Tu verdadero yo, que sólo llegarás a conocer si
consigues perderte a ti misma, es según los místicos una especie de fuego
maravilloso que arde eternamente.
Una experiencia mística no llega siempre por su cuenta. A veces el místico
tiene  que  recorrer  «el  camino  de  la  purificación  y  de  la  iluminación»  al
encuentro con Dios. Este camino consiste en una vida sencilla y diversas
técnicas de meditación. De repente el místico ha alcanzado la meta, y él o ella
exclama: «Soy Dios» o «Soy Tú».
En todas las grandes religiones encontramos corrientes místicas. Y las
descripciones  que  da  el  místico  de  la  experiencia  mística  presentan  un
sorprendente parecido a través de las distintas culturas. La herencia cultural
del místico no se percibe hasta que da una interpretación religiosa o filosófica
de su experiencia mística.
En el misticismo occidental, es decir dentro del judaísmo, cristianismo e
islam, el místico subraya que el Dios con el que se encuentra es un Dios
personal. Aunque Dios está presente en la naturaleza y en el alma del ser
humano, al mismo tiempo está también muy por encima del mundo. En el
116
misticismo oriental, es decir dentro del hinduismo, budismo y religión china,
es  más  habitual  subrayar  el  encuentro  entre  el  místico  y  Dios,  o  «alma
universal»,  como  una  fusión  total).  «Yo  soy  el  alma  universal»,  diría  este
místico,  o  «yo  soy  Dios».  Porque  Dios  no  solamente  está  presente  en  el
mundo, es que no está en ninguna otra parte. Particularmente en la India ha
habido  fuertes  corrientes  místicas  desde  mucho  antes  de  los  tiempos  de
Platón.  Una  persona  que  ha  contribuido  a  traer  las  ideas  del  hinduismo  a
Occidente, el swami Vivekananda, dijo en una ocasión:
De  la  misma  manera  que  en  determinadas  religiones  se  dice  que  una
persona  que  no  cree  en  un  Dios  personal  fuera  de  sí  mismo  es  un  ateo,
nosotros decimos que una persona que no cree en sí mismo, es un ateo.
Nosotros llamamos ateísmo a no creer en la gloria del alma de uno mismo.
Una experiencia mística también puede tener importancia para la ética. Un
presidente de la India, Radakrishnan, dijo en una ocasión: «Debes amar a tu
prójimo como a ti mismo, porque tú  eres tu prójimo. Es una ilusión hacerte
creer que tu prójimo es algo diferente a ti mismo».
También personas modernas que no pertenecen a ninguna religión relatan
experiencias  místicas.  Han  tenido  de  repente  lo  que  llaman  «conciencia
cósmica» o «sensación oceánica». Han tenido la sensación de haber sido
arrancados del tiempo y han visto el mundo «bajo el prisma de la eternidad».
Sofía se incorporó en la cama. Tuvo que tocarse para ver si tenía un cuerpo...
Conforme iba leyendo sobre Plotino y los místicos había tenido la sensación de
empezar a flotar por la habitación, salir por la ventana, flotando muy alto por encima
de la ciudad. Había visto a toda la gente abajo en la plaza, pero había seguido volando
por encima del planeta en el que vivía, por encima del Mar del Norte y Europa, bajando
por el Sahara y atravesando las llanuras de África.
Todo el gran planeta se había vuelto una sola persona viva, y era como si esta
persona fuera la misma Sofía. Yo soy el mundo, pensó. Todo ese gran universo que
ella a menudo había sentido como algo inescrutable y aterrador, era su propio yo. El
universo también era grande y majestuoso, pero ahora era ella quien era así de grande.
Esa extraña sensación desapareció bastante pronto, pero Sofía estaba segura de
que no la olvidaría nunca. Era como si algo dentro de ella hubiese salido saltando por
su frente mezclándose con todo lo demás, de la misma manera que una gota de
colorante podía dar color a una jarra entera de agua.
Cuando todo hubo acabado, fue como despertar con dolor de cabeza después de
un maravilloso sueño. Sofía comprobó con un poco de desilusión que tenía un cuerpo
que intentaba levantarse de la cama. Le dolía la espalda de estar tumbada boca abajo
leyendo las hojas de Alberto Knox. Pero había tenido una experiencia que no olvidaría
nunca.117
Finalmente logró poner los pies en el suelo. Perforó las hojas y las archivó en la
carpeta junto con las demás lecciones. A continuación salió al jardín.
Los pájaros trinaban como si el mundo acabara de ser creado. Los abedules detrás
de las viejas conejeras tenían un color verde tan intenso que daba la sensación de que
el creador aun no había mezclado del todo el color.
¿Podía ella creer realmente que todo era un solo yo divino? ¿Podía ella pensar que
llevaba consigo un alma que era una «chispa de la hoguera»? Si fuera así, ella misma
era un ser divino.
4
 El 17 de mayo es el día nacional de Noruega, cuando se celebra la constitución
del país, aprobada el 17 de mayo de 1814. Es el día más celebrado, junto con
Nochebuena (N. de las T.).
118
Las postales
...me impongo a mí mismo una severa censura...
Pasaron unos días sin que Sofía recibiera más cartas del profesor de filosofía. El
jueves era 17 de mayo 4 , y también tenían libre el 18.
De camino a casa el 16 de mayo, Jorunn dijo de repente:
—¿Nos vamos de acampada?
Lo primero que pensó Sofía era que no podía ausentarse demasiado tiempo de su
casa.
Recapacitó.
—Por mí vale.
Un par de horas más tarde Jorunn llegó a casa de Sofía con una gran mochila. Sofía
también había hecho la suya; y ella era la que tenía la tienda de campaña. También se
llevaron sacos de dormir y ropa de abrigo, colchonetas y linternas, grandes termos
con té y un montón de cosas ricas para comer.
Cuando la madre de Sofía llegó a casa a las cinco, les dio una serie de consejos
sobre lo que debían y no debían hacer. Además exigió saber dónde iban a acampar.
Contestaron que pondrían la tienda en el Monte del Urogallo.
A lo mejor oirían cantar a los urogallos a la mañana siguiente.
Sofía tenía también una razón oculta para acampar justamente en ese sitio. Si no
se equivocaba, no había mucha distancia entre el Monte del Urogallo y la Cabaña del
Mayor. Había algo que le atraía de aquel sitio, pero no se atrevería a ir allí sola.
Tomaron el sendero que había junto a la verja de Sofía. Las dos chicas hablaron
de muchas cosas; para Sofía era un alivio poder relajarse de todo lo que tenía que ver
con la filosofía.
Antes de las ocho ya habían levantado la tienda en un claro junto al Monte del
Urogallo. Habían preparado sus lechos para la noche y extendido los sacos de dormir.
Cuando acabaron de devorar los bocadillos, Sofía dijo:
— ¿Has oído hablar de la Cabana del Mayor?
— ¿La Cabaña del Mayor?
—Hay una cabaña en este bosque... junto a un pequeño lago. Una vez vivió allí
un extraño mayor, por eso se llama «Cabaña del Mayor».
— ¿Vive alguien allí ahora?119
—¿Vamos a verlo?
—¿Pero dónde está?
Sofía señaló entre los árboles.
Jorunn estuvo un poco reacia al principio, pero al final se fueron hacia allí. El sol
ya estaba bajo en el horizonte.
Primero se metieron entre los grandes pinos, luego tuvieron que abrirse camino
entre matorrales y maleza. Finalmente llegaron a un sendero. ¿Sería el mismo sendero
que Sofía había seguido el domingo por la mañana?
Pues sí, pronto vio brillar algo entre los árboles a la derecha del sendero.
—Está allí dentro —dijo
Un poco más tarde se encontraban delante del pequeño lago. Sofía miraba hacia
la cabana. Estaba cerrada con postigos en las ventanas. La cabaña roja tenía un
aspecto de abandono total.
Jorunn miró a su alrededor.
—¿Vamos a tener que andar sobre el agua? —preguntó.
—Qué va, vamos a remar.
Sofía señaló el cañaveral. Allí estaba la barca, exactamente donde la otra vez.
—¿Has estado aquí antes?
Sofía negó con la cabeza. Sería demasiado complicado contarle a su amiga lo de
la visita anterior. ¿Cómo podría hacerlo sin tener que hablar de Alberto Knox y del
curso de filosofía?
Cruzaron a remo mientras se reían y bromeaban. Sofía tuvo mucho cuidado en
subir bien la barca a la otra orilla. Pronto estuvieron delante de la puerta. Jorunn tiró
del picaporte. Era evidente que no había nadie dentro.
—Cerrado. ¿No pensarías que iba a estar abierta?
—A lo mejor encontramos una llave —dijo Sofía.
Empezó a buscar entre las piedras de los cimientos de la casa.
—Bah, volvamos a la tienda —dijo Jorunn al cabo de unos minutos.
Pero Sofía exclamó:
—¡La encontré! ¡La encontré!
Mostró triunfante una llave. La metió en la cerradura y la puerta se abrió.
Las dos amigas entraron a hurtadillas, como se hace cuando uno se aproxima a
algo prohibido. Por dentro, la casa estaba fría y oscura.
—Pero si no se ve nada —dijo Jorunn.
Pero Sofía había pensado en todo. Sacó una caja de cerillas del bolsillo y encendió
una. Les dio tiempo a ver que la cabaña estaba totalmente vacía antes de que la cerilla
se consumiera. Sofía encendió otra y descubrió una pequeña vela en un candelabro
de hierro forjado sobre la chimenea. Encendió la vela con una tercera cerilla. La salita
se iluminó lo suficiente como para poder echar un vistazo.
120
—Es curioso cómo una pequeña vela puede iluminar tanta oscuridad, ¿verdad? —
dijo Sofía.
Su amiga asintió.
—Pero en algún lugar se pierde la luz —prosiguió Sofía—. En realidad, no existe
la oscuridad en sí. Se trata simplemente de falta de luz.
—Hablas de cosas muy desagradables. Vámonos...
—Primero miremos el espejo.
Sofía señaló el espejo de latón colgado encima de la cómoda, igual que la vez
anterior.
—Qué bonito...
—Es un espejo mágico.
—Espejo, espejito mágico, ¿quién es la más bella de todo el pais?
—No bromeo, Jorunn. Creo que es posible mirar a través del espejo y ver algo que
está al otro lado.
—¿No dijiste que nunca habías estado aquí? Por cierto, ¿por qué te resulta tan
divertido asustarme?
Sofía no tenía ninguna respuesta.
—¡Lo siento!
De repente Jorunn descubrió algo en un rincón en el suelo. Era una cajita. Jorunn
la cogió.
—Postales —dijo.
Sofía dio un respingo
—¡No las toques! Me oyes, no se te ocurra tocarlas.
Jorunn  se  sobresaltó.  Soltó  la  caja  como  si  quemara.  Las  postales  quedaron
esparcidas por el suelo. Al cabo de un par de segundos, se empezó a reír.
—Pero si no son más que postales.
Jorunn se sentó en el suelo. Al rato se sentó Sofía también.
—El Líbano... el Líbano... el Líbano... Todas las postales están fechadas en el
Líbano —observó Jorunn.
—Lo sé —contestó Sofía, casi sollozando.
Jorunn se incorporó de golpe y la miró fijamente a los ojos.
—Entonces, ¿has estado aquí antes?
—Supongo que sí.
Se le ocurrió que todo sería más fácil si admitiera que había estado allí antes. No
importaría que le contara a su amiga un poco de todo lo misterioso que le había
ocurrido en los últimos días.
—No quería decírtelo hasta que no estuviéramos aquí.
Jorunn había empezado a leer las postales.
—Todas son para alguien que se llama Hilde Møller Knag.
Sofía todavía no había tocado ninguna de las postales.121
—¿Ésa es la dirección completa?
Jorunn leyó:
—Hilde Møller Knag c/o Alberto Knox, Liselland, Noruega.
Sofía suspiró aliviada. Había temido que pusiera su nombre y dirección también
en aquellas postales. Ahora empezó a mirarlas con mas atención.
—28 de abril... 4 de abril... 6 de mayo... Hace pocos días que les han puesto el
matasellos.
—Pero hay una cosa más..., están selladas en Noruega. Mira: «Batallón de la
ONU». Los sellos también son noruegos...
—Creo que lo hacen así. Se supone que tienen que ser neutrales, así que tienen
su propia oficina de correos.
—¿Pero cómo mandan el correo a casa?
—Con aviones militares, creo.
Sofía dejó la vela en el suelo. Y entonces las dos amigas empezaron a leer lo que
ponía en las postales. Jorunn las colocó en el orden correcto. Fue ella la que leyó la
primera postal:
Querida Hilde. No sabes cuanto me apetece volver a casa, en Lillesand. Calculo
que aterrizaré en Kjevik temprano la noche de San Juan. Me hubiera gustado volver
para tu cumpleaños, pero estoy bajo ordenes militares. A cambio puedo prometerte
que estoy poniendo todo mi empeño en un gran regalo que recibirás el día de tu
cumpleaños. Un cariñoso saludo de alguien que siempre piensa en el futuro de su
hija.
P. D. Envío una copia de esta postal a alguien que los dos conocemos. Ya lo
comprenderás,  Hildecita.  Por  ahora  estoy  siendo  muy  misterioso,  pero  ya  lo
entenderás.
Sofía cogió la siguiente postal:
Querida Hilde. Aquí abajo se vive sólo el momento. Si de algo me acordaré de
estos meses en el Líbano será de esta eterna espera. Pero hago lo que puedo para
que tengas el mejor regalo posible en tu decimoquinto cumpleaños.
No puedo decir más por ahora. Me impongo a mí mismo una severa censura.
Abrazos, papá.
Las dos amigas apenas se atrevieron a respirar. Ninguna de las dos dijo nada,
simplemente leyeron lo que ponía en las postales.
Querida hija. Lo que más me hubiese gustado habría sido haberte enviado mis
122
confesiones con una paloma blanca. Pero no se encuentran palomas blancas en el
Líbano.
Este país arrasado por la guerra carece decididamente de palomas blancas.
Ojala las Naciones Unidas un día consigan crear la paz en el mundo.
P. D. Quizás puedas celebrar tu cumpleaños con otras personas. Lo hablaremos
cuando llegue a casa. Pero aún no tienes ni idea de lo que estoy hablando. Abrazos
de uno que tiene tiempo de sobra para pensar en nosotros dos.
Ya sólo quedaba una postal. En ésta ponía:
Querida  Hilde.  Estoy  tan  a  punto  de  explotar  con  todos  mis  secretos
relacionados con tu cumpleaños que varias veces al día tengo que frenar el deseo
de ir a llamarte por teléfono y contártelo todo. Es algo que crece y crece. Y sabes
que,  cuando  una  cosa  no  hace  más  que  crecer,  resulta  cada  vez  más  difícil
mantenerla escondida.
Abrazos, papá.
P. D. Un día conocerás a una chica que se llama Sofía.
Para que tengáis la posibilidad de conoceros un poco antes de encontraros, he
comenzado a enviarle a ella copia de todas las postales que te envío a ti. Tiene una
amiga que se llama Jorunn. Quizás puedas ayudar.
Cuando acabaron de leer la última postal, Jorunn y Sofía se quedaron sentadas
mirándose fijamente a los ojos. Jorunn había agarrado por la muñeca el brazo de Sofía.
—Tengo miedo —dijo.
—Yo también.
—¿Qué fecha lleva la última postal?
Sofía miró la postal de nuevo.
—16 de mayo —dijo—. Es hoy.
—¡Imposible! —contestó Jorunn. Estaba mas bien enfadada.
Miraron muy detenidamente el matasellos. No había vuelta de hoja. Ponía «16-5-
90».
—No puede ser —insistió Jorunn—. Además no entiendo quién puede haber
escrito estas postales. Tiene que ser alguien que nos conozca. ¿Pero cómo podía saber
que nosotras vendríamos aquí hoy?
Jorunn era la que tenía más miedo. Para Sofía la historia de Hilde y su padre no era,
al fin y al cabo, totalmente nueva.
—Creo que tiene que ver algo con el espejo de latón. Jorunn se sobresaltó de
nuevo.
—¿No querrás decir que las postales salen a saltos del espejo en el momento en123
que les ponen el matasellos en una oficina de correos del Líbano?
—¿Tienes alguna explicación mejor?
—No.
—Pero también hay algo mas que es muy misterioso.
Sofía se levantó e iluminó las dos postales. Jorunn se inclinó sobre ellas.
—«Berkeley» y «Bjerkely» ¿Qué significa eso?
—Ni idea.
La vela estaba a punto de consumirse.
—¡Vámonos! —dijo Jorunn.
—Quiero llevarme el espejo.
En esto, Sofía se levantó y descolgó el gran espejo de latón, que estaba colgado
encima de la cómoda.
Jorunn intentó protestar, pero Sofía no se dejó detener.
Cuando salieron, la noche era todo lo oscura que pueda ser una noche de mayo,
es decir, no muy oscura. El cielo iluminaba lo suficiente como para poder distinguir
con claridad los árboles y los arbustos. El pequeño lago parecía un reflejo del cielo.
Las dos amigas remaron lentamente hasta la otra orilla.
Ninguna de las dos dijo gran cosa en el camino de vuelta a la tienda de campaña,
pero las dos pensaban intensamente en lo que habían visto. A veces asustaron a
algún pájaro, un par de veces oyeron algún búho.
En cuanto encontraron la tienda se metieron en los sacos de dormir. Jorunn se
negó a que se dejara el espejo dentro de la tienda. Las dos estaban de acuerdo en que
ya daba bastante miedo pensar que el espejo se encontraba justo delante de la puerta
de la tienda. Sofía también se había traído las postales. Las había metido en uno de los
bolsillos laterales de la mochila.
A la mañana siguiente se despertaron temprano. Fue Sofía la que salió primero del
saco de dormir. Se puso las botas y salió de la tienda. El gran espejo de latón estaba
en la hierba, lleno de rocío. Sofía secó el rocío con la manga del jersey y miró su propio
reflejo. Era como si se viera desde arriba y desde abajo a la vez. Afortunadamente no
se encontró con ninguna nueva postal del Líbano.
Por la llanura pasaba la niebla matutina como pequeñas nubes de algodón. Los
pajarillos cantaban enérgicamente, Sofía no oía ni veía a ningún pájaro grande.
Las dos amigas se pusieron jerseys gordos y desayunaron fuera de la tienda. De
nuevo se pusieron a hablar de la Cabaña del Mayor y de las misteriosas postales.
Después del desayuno recogieron la tienda y emprendieron el camino de vuelta.
Sofía llevó el espejo todo el tiempo y tuvieron que hacer pequeños descansos, porque
Jorunn se negaba a tocarlo.
Al acercarse a las primeras casas oyeron pequeños estallidos. Sofía se acordó de
algo que había escrito el padre de Hilde sobre el Líbano tan arrasado por la guerra.
124
Pensó en la suerte que tenía de vivir en un país pacífico. Estos estallidos procedían
de inocentes petardos.
Sofía invitó a Jorunn a tomar chocolate caliente en su casa. La madre no hacía más
que preguntarles de donde habían sacado el espejo. Sofía contestó que lo habían
encontrado junto a la Cabaña del Mayor. La madre volvió a decir que no había vivido
nadie en esa cabaña en muchísimos años.
Jorunn se marchó a su casa, y Sofía subió a ponerse un vestido rojo. El resto del
día de fiesta nacional transcurrió normalmente. En el telediario de la tarde salió un
reportaje sobre cómo las fuerzas noruegas de las Naciones Unidas habían celebrado
ese día en el Líbano. Sofía pegó los ojos a la pantalla. Uno de esos hombres que
estaba viendo podía ser el padre de Hilde. Lo último que hizo Sofía el 17 de mayo fue
colgar el gran espejo de latón en su cuarto.
A la mañana siguiente encontró un gran sobre amarillo en el Callejón. Abrió el
sobre y leyó el contenido de las hojas blancas enseguida.125
Dos civilizaciones
...solamente así evitarás flotar en el vacío...
Ya no queda mucho para que nos veamos, mi querida Sofía. Contaba con
que volverías a la Cabaña del Mayor, por eso dejé allí todas las postales del
padre de Hilde. Era la única manera de que Hilde las recibiera. No te esfuerces
en averiguar cómo podrá hacérselas llegar. Habrán pasado muchas cosas
antes del 15 de junio.
Hemos visto cómo los filósofos del helenismo desmenuzaban a los viejos
filósofos griegos. Hubo además ciertas tendencias a convertirlos en fundadores
de religiones. Plotino no estuvo muy lejos de rendir culto a Platón como el
salvador de la humanidad.
Pero sabemos que hubo otro salvador que nació justo en el período que
acabamos  de  estudiar,  aunque  viniera  de  la  región  grecorromana.  Estoy
pensando en Jesús de Nazaret. En este capítulo veremos cómo el cristianismo
fue penetrando poco a poco en el mundo grecorromano, más o menos de la
misma manera en que el mundo de Hilde ha comenzado a penetrar en nuestro
mundo.
Jesús  era  judío,  y  los  judíos  pertenecen  a  la  civilización  semítica.  Los
griegos y los romanos pertenecen a la civilización indoeuropea. Por lo tanto,
podemos  constatar  que  la  civilización  europea  tiene  dos  raíces.  Antes  de
examinar más de cerca cómo el cristianismo se va mezclando poco a poco
con la cultura grecorromana, veamos las dos raíces.
Indoeuropeos
Por «indoeuropeos» entendemos todos los países y culturas que hablan
lenguas indoeuropeas. Todas las lenguas europeas, excepto las ugrofinesas
(lapón, finés, estoniano y húngaro) y el vascuence, son indoeuropeas. También
la  mayor  parte  de  las  lenguas  índicas  e  iraníes  pertenecen  a  la  familia
lingüística indoeuropea.
Hace unos 4. 000 años los indoeuropeos primitivos habitaron las regiones
alrededor del Mar Negro y del Mar Caspio. Pronto se inició una migración de
tribus indoeuropeas hacia el sureste, en dirección a Irán y la India; hacia el
suroeste, en dirección a Grecia, Italia y España; hacia el oeste a través de
Centro-Europa hasta Inglaterra y Francia; en dirección noroeste hacia el norte
de Europa y en dirección norte hasta Europa del Este y Rusia. En los lugares
donde  llegaron  los  indoeuropeos,  se  mezclaron  con  las  culturas
preindoeuropeas, pero la religión y la lengua indoeuropeas jugarían un papel
5
 Snorri Sturluson, poeta islandés(1178-1241). Escribió la Segunda Colección de
Eddas (relatos mitológicos nórdicos) y La Saga de los Reyes de Noruega (N de las
T.)
126
predominante.
Esto quiere decir que tanto los escritos Vedas de a India, como la filosofía
griega  y  la  mitología  de  Snorri 5   se  escribieron  en  lenguas  que  estaban
emparentadas. Pero no sólo las lenguas estaban emparentadas. «Lenguas
emparentadas» también suele implicar «pensamientos emparentados», razón
por la cual solemos hablar de una civilización indoeuropea.
La cultura de los indoeuropeos se caracterizaba ante todo por su fe en
múltiples dioses. A esto se llama politeísmo. Tanto los nombres de los dioses
como muchas palabras y expresiones religiosas se repiten en toda la región
indoeuropea. Te pondré algunos ejemplos. Los antiguos hindúes rendían culto
al dios celeste Dyaus. En griego este dios se llama Zeus, en latín Iuppiter (en
realidad ley-pater, es decir, «Ley del Padre»), y en antiguo nórdico  Tyr. De
manera  que  los  nombres  Dyaus,  Zeus,  Iov  y  Tyr  son  distintas  variantes
dialectales de una misma palabra.
Te  acordarás  de  que  los  vikingos  del  norte  creían  en  unos  dioses  que
llamaron aeser (los gigantes). También esta palabra utilizaba para dioses se
repite en toda la región indoeuropea. En sánscrito se llama  asura y en iraní
ahura.  Otra  palabra  para  «dios»  es  en  sánscrito  deva, en latín  deus  y  en
antiguo nórdico tivurr.
Algunos mitos muestran cierto parecido en toda la región indoeuropea.
Cuando Snorri habla de los dioses nórdicos, algunos de los mitos recuerdan
a mitos hindúes relatados 2000 o 3000 años antes. Es evidente que los mitos
hindúes tienes rasgos de naturaleza hindú. No obstante, muchos mitos tienen
una esencia que debe proceder de un origen común. Una esencia de este tipo
se  aprecia  sobre  todo  en  los  mitos  sobre  bebidas  que  hacen  al  hombre
inmortal, y en los que tratan sobre la lucha de los dioses contra un monstruo
del caos.
También en la manera de pensar vemos muchas semejanzas entre las
culturas indoeuropeas. Un típico rasgo común es concebir el mundo como un
drama entre las fuerzas del bien y del mal. Por esa razón los indoeuropeos han
tenido una fuerte tendencia a querer prever el destino del mundo.
Podemos decir que no es una casualidad el que la filosofía griega surgiera
precisamente en la región indoeuropea. Tanto la mitología hindú como la griega
y la nórdica muestran evidentes atisbos de una visión filosófica o especulativa.
Los indoeuropeos intentaron conseguir verdaderos conocimientos sobre el
ciclo de la naturaleza. De hecho, podemos seguir una determinada palabra que
significa «conocimiento» o «sabiduría» de cultura en cultura por toda la región
indoeuropea. En sánscrito se llama vidya. La palabra es idéntica a la griega127
idé, que juega, como recordarás, un papel importante en la filosofía de Platón.
Del latín conocemos la palabra  video, que entre los romanos simplemente
significaba  «ver».  (En  nuestros  días  «ver»  ha  venido  a  ser  una  palabra
equivalente a mirar fijamente una pantalla de televisión.) En inglés conocemos
palabras  como  wise  y  wisdom  (sabiduría),  en  alemán  wissen  (saber,
conocimiento). En noruego tenemos la palabra viten, que tiene la misma raíz
que la palabra hindú vidya, la griega idé y la latina video.
Como regla general podemos constatar que la  visión era el sentido más
importante de los indoeuropeos, pues la literatura de hindúes y griegos, iraníes
y germanos ha estado caracterizada por las grandes visiones cósmicas. (Ves,
ahí tienes la palabra otra vez: la palabra «visión» está formada precisamente
a partir del verbo latino video.) Las culturas indoeuropeas se han caracterizado
también por la tendencia a crear imágenes y esculturas de sus dioses y de lo
que relataban los mitos.
Finalmente, los indoeuropeos tienen una visión cíclica de la Historia. Esto
quiere decir que ven la Historia como algo que da vueltas, que avanza en
ciclos, de la misma manera que las estaciones del año, lo que quiere decir
que, en realidad, no hay ningún principio o fin de la Historia. A menudo se
habla  de  mundos  diferentes  que  surgen  y  desaparecen  en  un  eterno
intercambio entre nacimiento y muerte.
Las dos grandes religiones orientales, el hinduismo y el budismo, tienen
origen indoeuropeo. También lo tiene la filosofía griega, y podemos observar
muchos paralelos entre el hinduismo y el budismo, por un lado, y la filosofía
griega por el otro. Incluso hoy en día tanto el hinduismo como el budismo están
fuertemente caracterizados por la reflexión filosófica.
Ocurre a menudo que en el budismo y en el hinduismo se subraya lo divino
como presente en todo panteísmo, y que el ser humano puede lograr la unidad
con Dios mediante los conocimientos religiosos. (¡Acuérdate de Plotino, Sofía!)
Para  conseguir  esta  unidad  se  requiere,  por  regla  general,  una  gran
autocontemplación  o  meditación.  Por  lo  tanto  puede  que  en  Oriente  la
pasividad o el recogimiento sea un ideal religioso. También en la religión griega
había muchos que opinaban que el hombre debe vivir en ascetismo, o retiro
religioso, para salvar el alma. Diversos aspectos de los conventos medievales
tienen sus raíces en ideas de este tipo del mundo grecorromano.
En muchas culturas indoeuropeas también ha jugado un papel básico la fe
en la transmigración de las almas. Durante más de 2. 500 años el objetivo del
hindú ha sido salvarse de la transmigración de las almas. Recordemos que
también Platón creía en esta transmigración.
Los semitas
Hablemos  de  los  semitas,  Sofía.  Pertenecen  a  otra  civilización  con  un
idioma  completamente  diferente.  Los  semitas  vienen  originariamente  de  la
128
Península  arábig  pero  la  civilización  semita  se  ha  extendido  también  por
muchas partes del mundo. Durante más de dos mil años muchos judíos han
vivido lejos de su patria de origen. Donde más lejos de sus raíces geográficas
han llegado la historia y la religión semitas han sido a través del cristianismo.
La cultura simita tambian ha llegado lejos mediante la extensión del islam.
Las tres religiones occidentales, el judaísmo, el cristianismo y el islam,
tienen bases semitas. El libro sagrado de los musulmanes (el Corán) y el
Antiguo Testamento están escritos en lenguas semíticas emparentadas. Una
de las palabras dios que aparece en el Antiguo Testamento tiene la misma raíz
lingüística que la palabra Allah de los musulmanes. (La palabra «allah»significa
simplemente dios.
En lo que se refiere al cristianismo, la situación es más compleja. También
el cristianismo tiene raíces semíticas, claro está. Pero el Nuevo Testamento
fue escrito en griego, y, por consiguiente, la teología cristiana estaría, en su
configuración, fuertemente marcada por las lenguas griega y latina, y, con ello,
también por la filosofía helenística.
Hemos dicho que los indoeuropeos creían en muchos dioses distintos. En
cuanto a los semitas resulta también sorprendente que desde muy temprano
se unieran en torno a un sólo dios. Esto se llama  monoteísmo. Tanto en el
judaísmo como en el cristianismo y en el Islam, una de las ideas básicas es
la de que sólo hay un dios.
Otro rasgo semítico común es que los semitas han tenido una visión lineal
de la Historia. Con esto se quiere decir que la Historia se considera como una
linea. Dios creó un día el mundo, y a partir de ahí comienza la Historia. Pero
un día la Historia concluirá. Será el «día del juicio final», en el que Dios juzgará
a vivos y muertos.
Un importante rasgo de las tres religiones occidentales es precisamente el
papel que juega la Historia. Se cree que Dios interviene en la Historia, o, más
correctamente, la Historia existe para que Dios pueda realizar su voluntad en
el mundo. De la misma manera que llevó a Abraham a la «tierra prometida»
dirige la vida de los seres humanos a través de la Historia y hasta el día del
juicio final en que todo el mal será destruido.
Debido  a  la  gran  importancia  que  los  semitas  atribuyen  a  la  actividad
desarrollada Por Dios en la Historia, se han preocupado durante miles de años
de escribir Historia. Precisamente las raíces históricas constituyen el núcleo
de las escrituras sagradas.
Todavía hoy en día Jerusalén es un importante centro religioso para judíos,
cristianos  y  musulmanes,  lo  cual  también  nos  dice  algo  sobre  las  bases
históricas comunes de estas tres religiones. En esta ciudad hay importantes
sinagogas (judías), iglesias (cristianas) y mezquitas (islámicas). Precisamente
por eso resulta tan trágico que justamente Jerusalén se haya convertido en una
manzana de discordia, en el sentido de que la gente se mata a millares porque
no es capaz de ponerse de acuerdo sobre quién debe ostentar la soberanía en129
la «ciudad eterna». Ojalá las Naciones Unidas lleguen algún día a convertir
Jerusalén en un lugar de encuentro de las tres religiones. (Por ahora no diré
nada más sobre la parte práctica del curso de filosofía. Eso lo dejamos en su
totalidad al padre de Hilde, pues supongo que te habrás dado cuenta de que
él es observador de las Naciones Unidas en el Líbano. Para ser más preciso
puedo decirte que presta sus servicios como Mayor. Si estás empezando a
intuir cierta coherencia en todo esto vas por el buen camino. Por otra parte, no
debemos anticipar los hechos.)
Hemos dicho que el sentido más importante entre los indoeuropeos era la
visión. Igual de importante es para los semitas el oído. No es una casualidad
que el credo judío empiece con las palabras «¡Escucha, Israel!». En el Antiguo
Testamento leemos que los hombres «escuchaban» la palabra de Dios, y los
profetas judíos suelen iniciar su predicación con la fórmula «Así dice Jahvé
(Dios)». También el cristianismo atribuye mucha importancia a «escuchar» la
palabra  de  Dios,  y  los  oficios  de  las  tres  religiones  occidentales  se
caracterizan por la lectura en voz alta, o la recitación.
También he dicho que los indoeuropeos han construido siempre imágenes
y esculturas de sus dioses. Igualmente típico resulta que los semitas hayan
practicado una especie de «prohibición de imágenes», lo que significa que no
está permitido crear imágenes o esculturas de Dios o de lo sagrado. De hecho,
en el Antiguo Testamento se dice que los hombres no deber crear ninguna
imagen de Dios. Esta prohibición sigue vigente hoy en día tanto en el judaísmo
como en el islam. En el islam existe incluso una animosidad general contra las
fotografías y artes plásticas, porque los hombres no deben competir con Dios
en lo que se refiere a la «creación» de algo.
Sin embargo, dirás, en la Iglesia cristiana abundan las imágenes de Dios
y  de  Cristo.  Es  cierto,  Sofía,  pero  eso  es  justamente  un  ejemplo  de  la
influencia del mundo grecorromano en el cristianismo. (En la iglesia ortodoxa,
es decir en Rusia y Grecia, sigue estando prohibido hacer imágenes talladas,
es decir esculturas y crucifijos, de la historia de la Biblia.)
Al contrario de lo que pasa con las grandes religiones orientales, las tres
religiones occidentales resaltan el abismo entre Dios y su Creación. El objetivo
no es salvarse de la transmigración de las almas, sino del pecado y de la
culpa. Además la vida religiosa en estas religiones se caracteriza más por las
oraciones,  predicaciones  y  lectura  de  las  escrituras  sagradas  que  por  la
autocontemplación y meditación.
Israel
No pretendo competir con tu profesor de religión, querida Sofía; no obstante
conviene hacer un breve resumen de los antecedentes judíos del cristianismo.
Todo empezó cuando Dios creó el mundo. En las primeras páginas de la
Biblia se habla de esta Creación. Pero más tarde los hombres se rebelaron
130
contra Dios. El castigo no fue sólo la expulsión de Adán y Eva del jardín del
Edén, sino también la entrada de la muerte en el mundo.
La desobediencia de los hombres a Dios atraviesa como un hilo rojo toda
la Biblia. Si seguimos leyendo el Génesis nos enteramos del Diluvio y del Arca
de  Noé.  Luego  leemos  que  Dios  estableció  un  pacto  con  Abraham  y  su
estirpe. Según este pacto, Abraham y su estirpe cumplirían los mandamientos
de Dios, y a cambio Dios se comprometía a proteger a los descendientes de
Abraham. Este pacto fue renovado cuando Moisés recibió las Tablas de la Ley
en  el  monte  Sinaí.  Esto  ocurrió  alrededor  de  1.  200  años  a.  de  C.  Para
entonces los israelitas llevaban mucho tiempo de esclavitud en Egipto, pero
mediante la ayuda de Dios el pueblo pudo volver a Israel.
Alrededor del año l000 a. de C. , es decir, mucho antes de la existencia de
ninguna  filosofía  griega,  oímos  hablar  de  tres  grandes  reyes  en  Israel.  El
primero fue Saúl, luego vino David y tras él, el rey Salomón. Todo Israel estaba
entonces unido en una sola monarquía, y vivió, particularmente bajo el reinado
del rey David, una época de grandeza política, militar y cultural.
En su investidura los reyes eran ungidos por el pueblo obteniendo el título
de Mesías, que significaba «el ungido». En el contexto religioso los reyes eran
considerados intermediarios entre Dios y el pueblo. A los reyes se les llamaba,
por tanto, «hijos de Dios», y el país podía, entonces, llamarse «reino de Dios».
Pero Israel no tardó mucho en debilitarse, y pronto se dividió en un reino
norte (Israel) y un reino sur (Judea). En el año 722 el reino norte fue invadido
por los asirios y perdió toda importancia política y religiosa. No les fue mejor
a los del reino del sur que fue conquistado por los babilonios en el año 586. El
templo quedó destruido y gran parte del pueblo fue conducido Babilonia. Esta
«prisión babilónica» duró hasta el año 539, en que el pueblo pudo volver a
Jerusalén  para  reconstruir  su  gran  templo.  No  obstante,  durante  la  época
anterior  a  nuestra  era,  los  judíos  estuvieron  constantemente  bajo  dominio
extranjero.
Los judíos se preguntaban por qué se había disuelto el reino de David y por
qué su pueblo estaba siempre sometido a tantas desgracias si Dios había
prometido  proteger  a  Israel.  Pero  el  pueblo,  por  su  parte,  había  prometido
cumplir  los  mandamientos  de  Dios.  Poco  a  poco  se  iba  extendiendo  la
creencia de que Dios estaba castigando a Israel por su desobediencia.
Desde aproximadamente el año 750 a. de C. surgieron una serie de profetas
que predicaron el castigo de Dios a Israel porque el pueblo no cumplía los
mandamientos del Señor. Un día Dios juzgaría a Israel, decían. A esta clase
de predicaciones las llamamos profecías del juicio final.
Pronto  surgieron  también  profetas  que  decían  que  Dios  salvaría  a  una
pequeña parte del pueblo y enviaría a un «príncipe de la paz» o un rey de la
paz de la estirpe de David para que restituyera el antiguo reino de David. De
esa manera el pueblo tendría un futuro feliz. «Este pueblo que camina en la
oscuridad verá una gran luz», dijo el profeta Isaías. «Y sobre aquellos que131
habitan el país de las sombras, la luz brotará a rayos.» A este tipo de profecías
las llamamos profecías de salvación.
Para  ser  más  preciso:  el  pueblo  de  Israel  vivió  feliz  bajo  el  rey  David.
Conforme las cosas empeoraban para los israelitas, los profetas predicaban la
llegada de un nuevo rey de la estirpe de David. Este «Mesías» o «Hijo de Dios»
salvaría al pueblo, reconstruiría Israel como gran potencia y fundaría un «reino
de Dios».
Jesús
Bueno, Sofía. Supongo que me sigues todavía. Las palabras clave son
«Mesías», «Hijo de Dios», «salvación» y «reino de Dios». Al principio todo esto
se  interpretó  en  un  sentido  político.  También  en  la  época  de  Jesús  había
mucha gente que se imaginaba que llegaría un nuevo «Mesías» en forma de
líder  político,  militar  y  religioso,  del  mismo  calibre  que  el  rey  David.  Este
«salvador»  se  concebía  como  un  liberador  nacional  que  acabaría  con  los
sufrimientos de los judíos bajo el dominio romano.
Pues sí, muchos pensaban así, pero también había gente con un horizonte
un  poco  más  amplio.  Durante  varios  siglos  antes  de  Cristo  habían  ido
surgiendo profetas que pensaban que el «Mesías» prometido sería el salvador
del mundo entero.
No sólo salvaría del yugo a los israelitas, sino que además salvaría a todos
los hombres del pecado, de la culpa y de la muerte. La esperanza de una
«salvación», en este sentido de la palabra, se había extendido ya por toda la
región helenística.
Y llega Jesús. No fue el único que se presentó como el Mesías prometido.
También Jesús utiliza las palabras «Hijo de Dios», «reino de Dios», «Mesías»
y «salvación». De esta manera conectaba siempre con las antiguas profecías.
Entra en Jerusalén montado en un asno y se deja vitorear por las masas como
el salvador del pueblo.
De esta manera alude directamente al modo en que fueron instaurados en
el  trono  los  antiguos  reyes,  mediante  un  típico  rito  de  «subida  al  trono».
También se deja ungir por el pueblo. «Ha llegado la hora», dice. «El reino de
Dios está próximo. »
Todo esto es muy importante. Ahora debes seguirme muy de cerca: Jesús
se distinguía de otros mesías en el sentido de que dejó muy claro que no era
ningún rebelde militar o político. Su misión era mucho más importante. Predicó
la salvación y el perdón de Dios para todos los hombres. Y decía a las gentes
con las que se encontraba: «Te absuelvo de tus pecados»
Resultaba bastante inaudito en aquellos tiempos repartir la absolución de
esa manera. Más escandaloso aún era que llamara «padre» (abba) a Dios.
Esto era algo totalmente nuevo entre los judíos en la época de Jesús. Por eso
tampoco tardaron mucho en levantarse entre los letrados protestas contra él.
132
Al cabo de algún tiempo iniciaron los preparativos para que fuera ejecutado.
Precisando más: mucha gente en la época de Jesús esperaba la llegada
con gran ostentación (es decir, con espadas y lanzas) de un Mesías que
reinstauraría el «reino de Dios». La expresión «reino de Dios» también se repite
en toda la predicación de Jesús, aunque en un sentido muy amplio. Jesús dijo
que el «reino de Dios» es amor al prójimo, preocupación por los débiles y los
pobres y perdón para los que han ido por mal camino.
Se trata de un importante cambio del significado de una expresión vieja y
medio militar. El pueblo andaba esperando a un general que pronto proclamaría
un «reino de Dios». Y llega Jesús, vestido con túnica y sandalias, diciendo que
el «reino de Dios», o el «nuevo pacto», significa que debes amar al prójimo
como  a  ti  mismo.  Y  hay  más,  Sofía:  dijo  además  que  debemos  amar  a
nuestros enemigos. Cuando nos golpean, no debemos devolver el golpe, qué
va, debemos «poner la otra mejilla». «Y debemos perdonar, no siete veces,
sino setenta veces siete».
Con su propio ejemplo Jesús demostró que no se debía dar la espalda a
prostitutas, aduaneros corruptos y enemigos políticos del pueblo. Y fue aún
más  lejos:  dijo  que  un  sinvergüenza  que  ha  despilfarrado  toda  la  herencia
paterna, o un dudoso aduanero que ha cometido fraude, es justo ante Dios si
se dirige a él y le pide perdón; tan generoso es Dios en su misericordia.
Pero, ¿sabes?, aún fue un poco más lejos, aunque no te lo vayas a creer:
Jesús dijo que esos «pecadores» son más justos ante Dios, y por ello más
merecedores del perdón de Dios que los irreprochables fariseos y «ciudadanos
de seda» que andaban por la vida tan orgullosos de su irreprochabilidad.
Jesús  subrayó  que  ningún  hombre  puede  hacerse  merecedor  de  la
misericordia de Dios por sí mismo. No podemos salvarnos a nosotros mismos.
(¡Muchos griegos pensaban que eso era posible!) Cuando Jesús predica las
severas exigencias éticas en el Sermón de la Montaña, no lo hace sólo para
mostrar  lo  que  es  la  voluntad  de  Dios,  sino  también  para  mostrarnos  que
ningún hombre es justo ante Dios. La misericordia de Dios no tiene límites,
pero es preciso que nos dirijamos a Dios suplicando su perdón.
Dejo a tu profesor de religión profundizar en el personaje de Jesús y en sus
palabras.  Tu  profesor  tiene  una  enorme  tarea.  Espero  que  logre  haceros
comprender  qué  persona  tan  especial  era  Jesús.  Utiliza  genialmente  el
lenguaje de la época, llenando a la vez de nuevo y más amplio contenido las
viejas  consignas.  No  es  de  extrañar  que  acabara  en  la  cruz.  Su  mensaje
radical de salvación rompía con tantos intereses y posiciones de poder que fue
necesario quitarlo de en medio.
Al hablar de Sócrates vimos lo peligroso que puede resultar apelar a la
sensatez de las personas. En Jesús vemos lo peligroso que puede resultar
exigir un incondicional amor al prójimo y un igualmente incondicional perdón.
Incluso  en  nuestros  días  vemos  cómo  tiemblan  los  cimientos  de  ciertos
Estados poderosos cuando se encuentran ante sencillas exigencias de paz,133
amor, alimento para los pobres y perdón para los enemigos del Estado.
Acuérdate de lo indignado que estaba Platón por que el hombre más justo
de Atenas tuviera que pagar con su vida. Según el cristianismo, Jesús era la
persona más justa que jamás había existido. Según el cristianismo murió por
los hombres. Es lo que se suele llamar la «muerte redentora» de Jesús. Él fue
el «servidor que padeció», que asumió la culpa de todos los hombres para que
pudiéramos reconciliarnos con Dios y salvarnos de su castigo.
Pablo
A los pocos días de la crucifixión y entierro de Jesús, comenzaron a correr
rumores de que había resucitado. De esa manera demostró que era algo mas
que un hombre. Fue así como mostró que era en verdad el «Hijo de Dios».
Se puede decir que la Iglesia cristiana inicia ya en la mañana del Domingo
de Pascua los rumores sobre su resurrección.
Pablo puntualiza: «Si Cristo no ha resucitado, nuestro mensaje no es nada
y nuestra fe no tiene sentido».
Ahora todos los hombres podían tener la esperanza de la «resurrección de
la carne», pues Jesús fue crucificado precisamente para salvarnos a nosotros.
Y ahora, querida Sofía, debes darte cuenta de que los judíos no trataban el
tema de la «inmortalidad del alma» o de alguna forma de «transmigración de
las almas», que eran ideas griegas, y por lo tanto, indoeuropeas. Según el
cristianismo no hay nada en el hombre (tampoco su alma) que sea inmortal en
sí. La Iglesia cree en la «resurrección del cuerpo», y en la «vida eterna», pero
es precisamente el milagro obrado por Dios el que nos salva de la muerte y de
la «perdición». No se debe a nuestro propio mérito, y tampoco se debe a
ninguna cualidad natural o innata.
Los primeros cristianos comenzaron a difundir el «alegre mensaje» de la
salvación mediante la fe en Jesucristo. El reino de Dios estaba a punto de
emerger a través de su obra de salvación. Ahora el mundo entero podía ser
conquistado para Cristo. (La palabra «Cristo», es una traducción griega de la
palabra judía «Mesías», y significa, por consiguiente, «el ungido».)
Pocos años después de la muerte de Jesús, el fariseo Pablo se convirtió
al cristianismo. Mediante sus muchos viajes de misión por todo el mundo
grecorromano  convirtió  el  cristianismo  en  una  religión  mundial.  Sobre  esto
podemos leer en los Hechos de los Apóstoles. Por las muchas cartas que
Pablo  escribió  a  las  primeras  comunidades  cristianas  conocemos  su
predicación y sus consejos para los cristianos.
Más tarde apareció en Atenas. Fue directamente a la plaza de la capital de
la filosofía. Se dice que «estaba escandalizado» de ver la ciudad llena de
imágenes paganas. Visitó la sinagoga judía y conversó con algunos filósofos
estoicos y epicúreos. Éstos le llevaron al monte del Areópago y le dijeron:
«¿Podemos  saber  qué  doctrina  nueva  enseñas?  Oímos  hablar  de  cosas
134
extrañas y nos gustaría saber de qué se trata».
¿Te lo imaginas, Sofía? Aparece un judío en la plaza de Atenas para hablar
de un salvador que fue crucificado y que luego resucitó. Ya en esta visita de
Pablo a Atenas intuimos el fuerte choque entre la filosofía griega y la doctrina
cristiana  sobre  la  salvación.  Pero  al  parecer  consigue  hablar  con  los
atenienses. De pie en el monte del Areópago, es decir, bajo los grandiosos
templos de la Acrópolis, pronunció el siguiente discurso:
—¡Atenienses!  —empezó—.  Por  todo,  veo  que  sois  muy  religiosos.  Al
recorrer vuestra ciudad y contemplar vuestros santuarios, me he encontrado un
altar  con  esta  inscripción:  «A  un  Dios  desconocido».  Pues  bien,  lo  que
veneráis sin conocer, eso es lo que yo os vengo a anunciar. El Dios que creó
el mundo y todo lo que hay en él, el que reina sobre el cielo y la tierra, no vive
en  templos  levantados  por  las  manos  de  los  hombres.  Tampoco  tiene
necesidad de nada de lo que las manos de los hombres le puedan ofrecer,
pues es él el que da la vida, el aliento y todas las cosas a los hombres.
Permitió que todos los pueblos, que proceden de un solo hombre, habitasen
por toda la tierra, determinando los tiempos y los límites de su morada, para
que buscaran a Dios, para que pudieran sentirle y encontrarle. Porque él no
está lejos de ninguno de nosotros. Porque en él vivimos, en él nos movemos
y  existimos,  como  alguno  de  vuestros  poetas  ha  dicho  también:  «Porque
somos de su estirpe». Precisamente porque somos de la estirpe de Dios no
debemos pensar que la divinidad se parece a una imagen de oro o plata o
piedra, hecha por el arte o el pensamiento de los hombres. Dios ha tolerado
estos tiempos de ignorancia, pero ahora ordena a todos los hombres, estén
donde estén, que den la vuelta. Porque él ha fijado ya un día en el que juzgará
al mundo con justicia y para esto ha elegido a un hombre. Lo ha acreditado
ante todos al resucitarle de entre los muertos.
Pablo  en  Atenas,  Sofía.  Estamos  hablando  de  cómo  el  cristianismo
comienza a infiltrarse en el mundo grecorromano como algo distinto, como algo
muy  diferente  a  la  filosofía  epicúrea,  estoica  o  neoplatónica.  No  obstante,
Pablo  encuentra  al  fin  y  al  cabo  una  base  en  esta  cultura.  Señala  que  la
búsqueda de Dios es algo inherente al género humano. Esto no representaba
nada nuevo para los griegos. Lo nuevo de la predicación de Pablo es que Dios
se ha revelado ante los hombres e ido a su encuentro. No es pues solamente
un «dios filosófico» al que los hombres pueden intentar alcanzar con su mente.
Tampoco se parece a «una imagen de oro o plata o piedra»; de esa clase de
dioses había de sobra arriba en la Acrópolis y abajo en la gran plaza. Pero
Dios «no habita en templos levantados por manos humanas». Es un Dios
personal que interviene en la Historia y que muere en la cruz por culpa de los
hombres.
En los Hechos de los Apóstoles se dice que después del discurso de Pablo
en el Areópago, había gente que se burlaba de él por lo que había dicho sobre135
la resurrección de Jesús de entre los muertos. Pero algunos entre el público
también dijeron: «Nos gustaría oírte hablar más sobre eso en otra ocasión».
Algunos se unieron a Pablo y comenzaron a creer en el cristianismo. Uno de
ellos era una mujer, Dámaris, hecho que hay que tener en cuenta, pues hubo
muchas mujeres que se convirtieron al cristianismo.
Y Pablo continuó sus actividades misioneras. Poco tiempo después de la
muerte  de  Jesús  ya  había  comunidades  cristianas  en  todas  las  ciudades
importantes griegas y romanas, tales como Atenas, Roma, Alejandría, Éfeso
y Corinto. En el transcurso de trescientos o cuatrocientos años todo el mundo
helenístico se había cristianizado.
Credo
No  sólo  como  misionero  tuvo  Pablo  una  importancia  crucial  para  el
cristianismo.  También  tuvo  una  enorme  influencia  en  el  interior  de  las
comunidades  cristianas,  ya  que  había  una  gran  necesidad  de  orientación
espiritual.
Una importante cuestión en los años que siguieron a la muerte de Jesús fue
la de saber si los que no eran judíos podían ser cristianos sin antes pasar por
el judaísmo. ¿Debería por ejemplo un griego cumplir la ley mosaica? Pablo
pensaba que no era necesario, pues el cristianismo era algo más que una
secta judía. Dirigía a todos los hombres un mensaje universal de salvación. El
«viejo pacto» entre Dios e Israel había sido sustituido por el «nuevo pacto»
establecido por Jesús entre Dios y todos los hombres.
Pero el cristianismo no fue la única religión nueva en esa época. Hemos
visto ya que el helenismo se caracterizaba por la mezcolanza de religiones.
Era por lo tanto importante para la Iglesia cristiana llegar a un escueto resumen
de  lo  que  era  la  doctrina  cristiana.  Esto  era  importante  para  delimitarla
respecto a otras religiones, así como para impedir una división dentro de la
Iglesia cristiana. De esta forma surgieron los primeros credos. El credo resume
los dogmas cristianos más importantes.
Uno de esos importantes dogmas era que Jesús era Dios y hombre. Es
decir, no era solamente el «hijo de Dios» en virtud de sus actos. Era el mismo
Dios.  Pero  también  era  un  «verdadero  hombre»  que  había  compartido  las
condiciones de los hombres y que padeció verdaderamente en la cruz.
Esto puede sonar como una contradicción, pero el mensaje de la Iglesia era
precisamente que  Dios se convirtió en hombre. Jesús no era un «semidiós»
( medio humano, medio divino). La fe en esos «semidioses» estaba bastante
extendida en las religiones griegas y helenísticas. La Iglesia enseñó que Jesús
era «un Dios perfecto y un hombre perfecto».
Post scriptum
136
Intento contarte algo de las conexiones, querida Sofía. Con la entrada del
cristianismo en el mundo grecorromano acontece un encuentro convulsivo entre
dos  civilizaciones.  Pero  también  se  trata  de  uno  de  los  grandes  cambios
culturales en la Historia.
Estamos a punto de salir de la Antigüedad. Desde los primeros filósofos
griegos han pasado casi mil años. Por delante de nosotros tenemos toda la
Edad Media cristiana, que también duró unos mil años.
El autor alemán Goethe dijo en una ocasión que «el que no sabe llevar su
contabilidad por espacio de tres mil años se queda como un ignorante en la
oscuridad y sólo vive al día». No quiero que tú te encuentres entre ellos.
Estoy haciendo lo posible para que te des cuenta de tus raíces históricas.
Solamente así serás un ser humano. Solamente así serás más que un mono
desnudo. Solamente así evitarás flotar en el vacío.
«Solamente así seras un ser humano. Solamente así serás algo más que un mono
desnudo...»
Sofía se quedó sentada un rato mirando el jardín a través de los huecos del seto.
Había empezado a comprender lo importante que era conocer sus raíces históricas. Al
menos, siempre había sido importante para el pueblo de Israel.
Ella no era más que una persona casual. No obstante, si conocía sus raíces
históricas, se volvía un poco menos casual.
Ella sólo viviría algunos años en este planeta. Pero si la Historia de la humanidad
era su propia historia, entonces ella tenía, en cierto modo, muchos miles de años.
Sofía recogió todas las hojas y salió del Callejón. Dando pequeños y alegres saltos
cruzó el jardin y subió corriendo a su cuarto.137
La Edad Media
... recorrer una parte del camino no significa equivocarse de camino...
Transcurrió  una  semana  sin  que  Sofía  supiera  nada  más  de  Alberto  Knox.
Tampoco recibió más postales del Líbano, pero hablaba constantemente con Jorunn
de las que habían encontrado en la Cabaña del Mayor. Jorunn estaba muy nerviosa,
pero al no suceder nada más, el susto iba quedando olvidado entre los deberes y el
badmington.
Sofía repasó las cartas de Alberto muchas veces para ver si encontraba algo que
pudiera arrojar alguna luz sobre Hilde y todo lo que tenía que ver con ella. De esa
forma también tuvo la oportunidad de digerir la filosofía de la Antigüedad. Ya no le
costaba ningún trabajo distinguir entre Demócrito y Sócrates, Platón y Aristóteles.
El viernes 25 de mayo estaba en la cocina haciendo la comida para su madre, a
punto de volver del trabajo. Eso era lo acordado para los viernes. Ese día preparaba
una sopa de sobre de pescado, con albóndigas y zanahorias. Muy sencillo.
Había empezado a soplar el viento. Mientras removía la sopa, Sofía se volvió hacia
la ventana y miró fuera. Los abedules se balanceaban como espigas de trigo.
De  repente  algo  golpeó  el  cristal  de  la  ventana.  Sofía  se  volvió  de  nuevo  y
descubrió un trozo de cartón pegado en el vidrio.
Se acercó a la ventana y vio que era una postal. A través del cristal pudo leer:
«Hilde Møller Knag c/o Sofía Amundsen... »
Justo lo que había pensado. Abrió la ventana y recogió la postal. ¿Habría llegado
volando desde el Líbano?
También esta postal tenía fecha del viernes 15 de junio.
Sofía quitó la cacerola de la placa y se sentó junto a la mesa de la cocina. La postal
decía:
Querida Hilde. No sé si esta postal te llegará el día de tu cumpleaños. Espero
que así sea o que si no, al menos, no hayan transcurrido demasiados días. Que
transcurra una semana o dos para Sofía no significa necesariamente que transcurra
tanto tiempo para nosotros. Yo volveré a casa la víspera de San Juan. Entonces nos
sentaremos juntos en el balancín mirando al mar, Hilde. Tenemos tantas cosas de
qué hablar.
Abrazos de tu papá, que a veces se deprime por ese conflicto de mil años entre
judíos, cristianos y musulmanes: constantemente me obligo a mi mismo a recordar
que estas tres religiones tienen sus raíces en Abraham. ¿Rezarán entonces al mismo
Dios? Pues no. En este sitio Caín y Abel aún no han terminado su pelea.
138
P. D. ¿Puedo acaso decirte que des recuerdos a Sofía ? Pobre chica, aún no
entiende el porqué de las cosas. ¿Lo entiendes tú, quizás?
Sofía se inclinó sobre la mesa. Estaba agotada. Desde luego que no entendía nada.
¿Lo entendería Hilde?
Si el padre de Hilde le enviaba saludos a Sofía, significaba que Hilde sabía más de
Sofía  que  Sofía  de  Hilde.  Todo  resultaba  tan  complicado  que  Sofía  volvió  a  las
cacerolas.
Una postal que se posa en la ventana así como así. Correo aéreo, en el verdadero
sentido de la palabra.
En cuanto hubo vuelto a poner la cacerola en la placa, sonó el teléfono.
¡Ojala fuera papá! Si volviera a casa le contaría todo lo que le había sucedido en
las últimas semanas. No, sería Jorunn o mamá... Sofía corrió hasta el aparato.
—Sofía Amundsen.
—Soy yo —dijo alguien al otro lado del teléfono.
Sofía estaba segura de tres cosas: no era papá. Pero era una voz de hombre. Estaba
ademas convencida de que había oído exactamente la misma voz en otra ocasión.
—¿Quién es? —preguntó.
—Soy Alberto.
—Ahh...
Sofía no sabía qué contestar. Se acordaba de la voz del vídeo sobre Atenas.
—¿Estas bien?
—Pues sí...
—Pero a partir de ahora no habrá más cartas. Tenemos que vernos personalmente,
Sofía. Empieza a urgir, ¿sabes?
—¿Por qué?
—Estamos a punto de ser cercados por el padre de Hilde.
—¿Cómo cercados?
—Por todos los lados, Sofía. Ahora tenemos que colaborar. Aunque no serás de
mucha ayuda hasta que te haya hablado de la Edad Media. Deberemos hacer el
Renacimiento y el siglo XVII también. Además Berkeley juega un papel clave.
—De ese, había un cuadro en la Cabaña del Mayor, ¿verdad?
—Sí. Quizás sea precisamente sobre él sobre el que se libre la batalla.
—Suena como a una especie de guerra.
—Lo llamaría más bien una lucha espiritual.
Tendremos que llamar la atención de Hilde y conseguir que se ponga de nuestra
parte, antes de que su padre vuelva a Lillesand.
—No entiendo nada.
—Bueno, quizás los filósofos te abran los ojos. Búscame en la iglesia de María
mañana de madrugada a las cuatro. Pero ven sola, hija mía.139
—¿Tendré que ir en plena noche?
Clic.
—¡Oiga!
¡Qué tío más malo! ¡Había colgado! Sofía volvió corriendo a la cocina. La sopa
estaba a punto de salirse. Echó el pescado y las zanahorias y bajó el fuego.
¿En la Iglesia de María? Era una vieja iglesia medieval de piedra. Sofía creía que
sólo se usaba para conciertos y misas muy especiales. En verano estaba abierta de vez
en cuando para los turistas. ¿Pero cómo iba a estar abierta en plena noche?
Cuando llegó su madre, Sofía ya había metido la postal del Líbano en el armario
junto a las demás cosas de Alberto y Hilde. Después de comer se fue a casa de
Jorunn.
—Tenemos que hacer un acuerdo un poco especial —dijo a su amiga en cuanto
esta abrió la puerta.
Y no dijo nada más hasta que se hubieron encerrado en la habitación de Jorunn.
—Es un poco problemático —prosiguió Sofía.
—¡Venga!
—Tendré que decir a mamá que me quedo a dormir aquí.
—Muy bien.
—Pero no es verdad, ¿comprendes? Estaré en otro sitio.
—Eso es peor. ¿Es algún lío de chicos?
—No, pero es un lío de Hilde.
Jorunn silbó suavemente, y Sofía la miro fijamente a los ojos.
—Vendré aquí tarde esta noche —dijo—. Pero tendré que salir a escondidas
alrededor de las tres. Tendrás que encubrirme hasta que vuelva.
—¿Pero a dónde vas a ir, Sofía?, ¿qué vas a hacer?
—Lo siento. He recibido ordenes de no decir nada.
No era nada difícil obtener permiso para dormir en casa de alguna amiga. Mas bien
al contrario. Sofía tenía de vez en cuando la sensación de que a su madre le gustaba
tener la casa para ella sola.
—¿Vendrás a la hora de comer mañana, verdad? —fue el único comentario de su
madre.
—Si no vengo, sabes dónde estoy.
¿Por qué decía eso, si ese era precisamente el punto débil?
La estancia en casa de su amiga empezó como todas las veces que se quedaba a
dormir allí, charlando hasta bien entrada la noche, con la única diferencia de que Sofía
puso el despertador a las tres, cuando, sobre la una, se dispusieron por fin a dormir.
Jorunn apenas se despertó cuando Sofía paró el despertador dos horas más tarde.
—Ten cuidado —dijo Jorunn.
Sofía empezó a andar. Había varios kilómetros hasta la Iglesia de María, y aunque
sólo había dormido un par de horas, se sentía totalmente despejada. Sobre las colinas,
140
al este, notaba una nube roja.
Cuando por fin se encontró ante la vieja iglesia de piedra eran ya las cuatro. Sofía
empujo la pesada puerta. ¡Estaba abierta!
La iglesia estaba vacía y silenciosa. A través de las vidrieras flotaba una luz
azulada que revelaba miles de minúsculas partículas de polvo en el aire. Era como si
el polvo se reuniera en gruesas vigas que atravesaran la nave de la iglesia. Sofía se
sentó en un banco en el medio. Allí se quedó sentada mirando al altar y a un viejo
crucifijo pintado con colores opacos.
Pasaron unos minutos. De repente empezó a sonar el órgano. Sofía no se atrevió
a darse la vuelta. Sonaba como un viejo salmo, quizás de la Edad Media también.
Luego todo volvió a quedar en silencio, pero pronto oyó unos pasos que se
acercaban por detrás de ella. ¿Debería volverse ya? Optó por clavar su mirada en el
Jesús crucificado.
Las pisadas la sobrepasaron y vio una figura acercarse. Llevaba un hábito marrón
de monje. Sofía podría haber jurado que se trataba de un monje de la Edad Media.
Tenía miedo pero no estaba aterrorizada. Cuando el monje llegó al presbiterio, dio
un rodeo y subió al púlpito. Se inclinó sobre él, miró a Sofía y dijo algo en latín.
—Gloria patri et filio et spiritu sancto. Sicut erat in principio et nunc et semper in
saecola saecolorum.
—¡Habla noruego, tonto! —exclamó Sofía.
Las palabras retumbaron en la vieja iglesia de piedra.
Entendió que el monje tenía que ser Alberto Knox. Y sin embargo se arrepintió de
haberse expresado de un modo tan poco solemne en una vieja iglesia. Pero tenía
miedo, y cuando se tiene miedo resulta una especie de consuelo romper con todas las
reglas y tabúes.
—¡Chis... !
Alberto  levantó  una  mano,  como  hacen  los  curas  cuando  quieren  que  los
feligreses se sienten.
—¿Qué hora es, hija mía; —pregunto.
—Las cuatro menos cinco —exclamó Sofía. Ya no tenía miedo.
—Entonces ha llegado la hora. En este momento comienza la Edad Media.
—¿La Edad Media empieza a las cuatro? —preguntó Sofía perpleja.
—Alrededor de las cuatro, sí. Luego fueron las cinco y las seis y las siete. Pero era
como si el tiempo se hubiera detenido. Se hicieron las ocho y las nueve y las diez. Pero
seguía  siendo  Edad  Media,  ¿sabes?  Ya  es  hora  de  levantarse  a  un  nuevo  día,
pensarás. Pues sí, entiendo lo que quieres decir. Pero es fin de semana, sabes, un fin
de semana sin fin. Se hicieron las once y las doce y la una, lo que corresponde a lo
que llamamos la Alta Edad Media. Fue cuando se construyeron las grandes catedrales
en Europa. Alrededor de las catorce horas algún que otro gallo cantó. Y entonces, no
hasta entonces, empieza a desvanecerse.141
—Entonces la Edad Media duró nueve horas —dijo Sofía.
Alberto movió la cabeza, que asomó por debajo de la capucha del hábito marrón,
y miró a la congregación que en ese momento sólo se componía de una muchacha de
catorce años.
—Sí, si una hora son cien años. Imaginemos que Jesús nació a medianoche. Pablo
inició sus viajes misioneros un poco antes de las doce y media y murió en Roma un
cuarto de hora más tarde. Hasta cerca de las tres la Iglesia cristiana estaba más o
menos prohibida, pero en el año 313 el cristianismo era una religión aceptada en el
Imperio Romano. Eso era bajo el reinado del emperador Constantino, que se dejó
bautizar en su lecho de muerte muchos años después. Desde el ano 380 el cristianismo
fue la religión del Estado en todo el Imperio Romano.
—¿Pero no se disolvió el Imperio Romano?
—Sí, había empezado ya a derrumbarse. Nos encontramos ante uno de los cambios
culturales mas importantes de toda la Historia. Alrededor del año 300, Roma estaba
amenazada tanto por las tribus que llegaban desde el norte, como por una disolución
interna. En el año 330 el emperador Constantino traslada la capital del Imperio romano
a Constantinopla, ciudad que él mismo había fundado a la entrada del Mar Negro. Esta
nueva ciudad era considerada por algunos como «la otra Roma».
En el año 395 el Imperio Romano fue dividido en dos: el imperio romano occidental,
con  Roma  en  el  centro,  y  el  imperio  romano  oriental,  con  la  nueva  ciudad  de
Constantinopla como capital. En el año 410 Roma fue saqueada por pueblos barbaros,
y  en  el  476  todo  Estado  romano  occidental  pereció.  El  imperio  romano  oriental
subsistió  como  Estado  hasta  el  año  1453,  en  que  los  turcos  conquistaron
Constantinopla.
—¿Fue entonces cuando la ciudad tomo nombre, Estambul?
—Cierto. Otra fecha digna de recordar es el año 529. Entonces la Iglesia cerró la
academia  de  Platón  en  Atenas.  En  ese  mismo  año  se  fundó  la  Orden  de  los
Benedictinos como la primera gran orden religiosa. De esta manera el año 529 se
convierte en un símbolo de cómo la Iglesia cristiana puso una tapadera encima de la
filosofía griega. A partir de entonces los conventos tuvieron el monopolio de la
enseñanza, la reflexión y la contemplación. Pronto serán las cinco y media...
Sofía ya había entendido hacía rato lo que Alberto quería decir con todas esas
horas. La medianoche era el año 0, la una equivalía al año 100 después de Cristo, las
6 era el año 600 después de Cristo, y las 14 horas era el año 1400 después de Cristo...
Alberto prosiguió.
—Por «Edad Media», se entiende en realidad un periodo de tiempo entre otras dos
épocas. La expresión surgió en el Renacimiento, en el que se consideró la Edad Media
como  una  «larga  noche  de  mil  años»,  que  había  «enterrado»  a  Europa  entre  la
Antigüedad y el Renacimiento. La expresión «medieval» se usa incluso hoy en día en
un sentido peyorativo para expresar todo aquello que es autoritario y rígido. Pero
6
 Olaf el Santo, rey de Noruega, se convirtió al cristianismo e impulsó la religión
en el país. Fue asesinado en la batalla de Stiklestad en 1030. (N de las T.)
7
 Elementos típicos de la celebración navideña noruega (N de las T.)
142
otros han considerado la Edad Media como un «tiempo de mil años de crecimiento».
Fue, por ejemplo, en la Edad Media cuando comenzó a configurarse el sistema escolar.
Ya a principios de la época surgieron las primeras escuelas en los conventos. A partir
del año 1100 se contó con las escuelas de las catedrales y alrededor del ano 1200 se
fundaron las primeras universidades. Incluso hoy en día las materias están divididas
en diferentes grupos o «facultades», como en la Edad Media.
—Mil años son muchos años.
—Pero el cristianismo necesitó tiempo para penetrar en el pueblo. En el transcurso
de la Edad Media se fueron desarrollando también las diferentes naciones, con
ciudades y castillos, música y poesía populares. ¿Qué habría sido de los cuentos
populares y las baladas sin la Edad Media? Bueno, ¿que habría sido Europa sin la
Edad Media, Sofía? ¿Una provincia romana? La resonancia que tienen nombres como
Inglaterra,  Alemania  o  Noruega  se  encuentra  precisamente  en  esta  inmensa
profundidad que se llama Edad Media. En esta profundidad nadan muchos peces
gordos, aunque no siempre los veamos. Snorri fue un hombre de la Edad Media,
también lo fueron Olaf el Santo 6  y Carlomagno. Por no decir Romeo y Julieta.
Y un montón de apuestos príncipes y majestuosos reyes, valientes caballeros
andantes y bellas doncellas, vidrieros anónimos y constructores geniales de órganos.
Y aún no he mencionado ni a los frailes de los conventos, ni a los peregrinos, ni a las
curanderas.
—Tampoco has mencionado a los sacerdotes.
—Cierto. El cristianismo no llegó a Noruega hasta el año 1000, pero sería una
exageración decir que toda Noruega se convirtió en país cristiano después de la
batalla  de  Stiklestad.  Antiguas  ideas  paganas  seguían  vivas  bajo  la  superficie
cristiana, y con los elementos cristianos se mezclaron muchos precristianos. Por
ejemplo en lo que se refiere a la celebración noruega de la Navidad había una mezcla
entre costumbres cristianas y antiguas costumbres nórdicas que dura hasta nuestros
días. ¿Conoces la frase que dice que los viejos cónyuges acaban por parecerse el uno
al otro? Así sucede que la torta navideña, el cerdito navideño y la cerveza navideña 7
se asocian a los Reyes de Oriente y al pesebre de Belén. No obstante debemos
subrayar que el cristianismo poco a poco empezaba a dominar en lo que se refiere al
concepto de la vida. Hablamos, por tanto, a menudo de la Edad Media como una
«cultura cristiana unitaria».
—¿Entonces no fue sólo oscura y triste?
—Los primeros siglos después del año 400 fueron verdaderamente años de143
decadencia cultural. Los tiempos de los Romanos habían sido una época de mucha
cultura, con grandes ciudades que tenían sus sistemas públicos de cloacas, barrios
y  bibliotecas;  por  no  mencionar  la  grandiosa  arquitectura.  Toda  esta  cultura  se
desintegró en los primeros siglos de la Edad Media, también en lo que se refiere al
comercio y a la economía monetaria. En la Edad Media se volvió a la economía en
especie, a la economía del intercambio. A partir de ahora la economía se caracterizaría
por lo que llamamos feudalismo, que quiere decir que algunos importantes señores
feudales eran propietarios de la tierra que los campesinos tenían que trabajar para
ganarse el sustento. También la población disminuyó fuertemente durante aquellos
primeros siglos. Basta con mencionar que Roma era una ciudad que llegaba al millón
de habitantes en la Antigüedad y que ya en el año 600 la población de la antigua
metrópolis había descendido a 40. 000. De modo que una modesta población andaba
entre los restos de edificios majestuosos de los tiempos gloriosos de esta ciudad
venida a menos. Cuando necesitaban material de construcción tenían ruinas de sobra
de donde coger. Esto ha irritado enormemente a los arqueólogos de nuestros días, a
los que les hubiera gustado que las gentes de la Edad Media no hubieran tocado los
viejos monumentos.
—Eso es fácil de decir después.
—La importancia política de Roma acabó ya hacia finales del siglo IV. No obstante,
el obispo de Roma pronto se convertiría en la cabeza de toda la Iglesia católica
romana, y recibió el nombre de «Papa», o «Padre», y poco a poco fue considerado el
vicario de Jesús en la Tierra. De esa manera Roma funcionó como capital cristiana
durante casi toda la Edad Media. No había muchos que s atrevieran a hablar en contra
de Roma, aunque poco a poco los reyes y príncipes de los nuevos Estados nacionales
iban adquiriendo tanto poder que alguno de ellos se atrevió a oponerse al gran poder
de la Iglesia.
—Dijiste  que  la  Iglesia  cerró  la  Academia  de  Platón  en  Atenas.  ¿Todos  los
filósofos griegos fueron olvidados?
—Sólo en parte. Se conocían algunos escritos de Aristóteles y otros de Platón.
Pero el antiguo Imperio Romano se iba dividiendo en tres zonas culturales. En Europa
Occidental tuvimos la cultura cristiana de lengua latina, con Roma como capital. En
Europa Oriental surgió una cultura cristiana de lengua griega y con Constantinopla
como capital. Más adelante la ciudad adquirió el nombre griego de Bizancio. Por lo
tanto, hablamos a menudo de una Edad Media bizantina, a diferencia de la Edad Media
católica romana. No obstante, también el norte de África y el Oriente Medio habían
pertenecido al Imperio Romano. Esta región desarrolló una cultura musulmana de
lengua árabe. Tras la muerte de Mahoma en el año 632, el Oriente Medio y el norte de
África fueron conquistados por el islam. Pronto también España fue incorporada a la
región cultural musulmana. El islam tuvo sus lugares sagrados, tales como La Meca,
Medina, Jerusalén y Bagdad. Los árabes también se quedaron con la antigua ciudad
144
helénica de Alejandría. De esa forma gran parte de la ciencia griega fue heredada por
los árabes. Durante toda la Edad Media los árabes fueron los más importantes en
ciencias tales como matemáticas, química. astronomía o medicina. Incluso hoy en día
seguimos utilizando los números arábigos. Así pues, en varios campos la cultura
árabe era superior a la griega.
—Pregunté que qué le pasó a la filosofía griega.
—¿Te imaginas un ancho río que durante algún tiempo se divide en tres ríos
distintos, para volver a juntarse luego otra vez en un gran río?
—Sí, me lo imagino.
—Entonces también te imaginarás cómo la cultura grecorromana se perpetuó en
parte en la cultura católica romana en el oeste, en parte a través de la cultura romana
oriental en el este, y en parte a través de la cultura árabe en el sur. Platón en el este y
Aristóteles con los árabes en el sur. Pero también había algo de todo en los tres ríos.
Lo importante es que a finales de la Edad Media los tres ríos se vuelven a unir en el
norte de Italia. La influencia árabe llegó a través de España, la griega de Grecia y
Bizancio. Ahora empieza el Renacimiento; ahora empieza el «renacimiento» de la
cultura antigua. De alguna manera esto quiere decir que la cultura de la Antigüedad
había sobrevivido a la larga Edad Media.
—Entiendo.
—Pero no hay que anticipar los hechos. Primero charlaremos un poco sobre la
filosofía de la Edad Media, hija mía. Y ya no te hablaré desde el púlpito. Voy a bajar.
Sofía notaba en los ojos que solo había dormido unas horas. Ver descender del
púlpito de la Iglesia de María al extraño monje fue como vivir un sueño.
Alberto se acercó hasta el presbiterio. Primero miro hacia el altar donde estaba el
viejo crucifijo. Luego se volvió hacia Sofía y se acercó con pasos lentos para sentarse
junto a ella en el banco.
Resultaba extraño estar tan cerca de él. Debajo de la capucha Sofía vio dos ojos
negros. Pertenecían a un hombre de mediana edad con perilla.
¿Quién eres?, pensó. ¿Por qué has aparecido en mi vida?
—Nos  iremos  conociendo  mejor  —dijo  él,  como  si  hubiese  leído  sus
pensamientos...
Mientras estaban así sentados, haciendose cada vez más intensa la luz que entraba
por las vidrieras, Alberto Knox empezó a hablar de la filosofía de la Edad Media.
—Los  filósofos  de  la  Edad  Media  dieron  más  o  menos  por  sentado  que  el
cristianismo era lo verdadero —empezó a decir.
—La cuestión era si había que creer en los milagros cristianos o si también era
posible acercarse a las verdades cristianas mediante la razón. ¿Qué relación había entre
los filósofos griegos y lo que decía la Biblia? ¿Había una contradicción entre la Biblia
y la razón, o eran compatibles la fe y la razón? Casi toda la filosofía medieval versó145
sobre esta única pregunta.
Sofía asintió impaciente. Ya había contestado a esta pregunta sobre la fe y la razón
en el control de religión.
—Veamos este planteamiento del problema en los dos filósofos más importantes
de la Edad Media. Podemos empezar con San Agustín, que vivió del 354 al 430.
En la vida de esta persona podemos estudiar la transición entre la Antigüedad
tardía y el comienzo de la Edad Media. San Agustín nació en la pequeña ciudad de
Tagaste, en el norte de África, pero ya con dieciséis años se fue a estudiar a Cartago.
Más tarde viajó a Roma y a Milán, y vivió sus últimos años como obispo en la ciudad
de Hipona, situada a unas millas al oeste de Cartago. Sin embargo no fue cristiano
toda su vida. San Agustín pasó por muchas religiones y corrientes filosóficas antes
de convertirse al cristianismo.
—¿Puedes ponerme algunos ejemplos?
—Durante un período fue maniqueo. Los maniqueos eran una secta religiosa muy
típica de la Antigüedad tardía. Era una doctrina de salvación mitad religiosa, mitad
filosófica. La idea era que el mundo está dividido en bien y mal, en luz y oscuridad,
espíritu y materia. Con su espíritu las personas podían elevarse por encima mundo de
la  materia  y  así  poner  las  bases  para  la  salvación  del  alma.  Pero  esta  fuerte
diferenciación entre el bien y el mal no le dio ninguna paz a San Agustín. De joven
estaba muy interesado por lo que solemos llamar «el problema del mal», es decir, la
cuestión del origen del mal. Durante otra época estuvo influenciado por la filosofía
estoica, y según los estoicos no existía esa fuerte separación entre el bien y el mal.
Pero  sobre  todo  estuvo  influido  San  Agustín  por  la  otra  tendencia  filosófica
importante de la Antigüedad tardía, es decir; por el neoplatonismo, en el que se
encontró con la idea de que toda la existencia tiene una naturaleza divina.
—¿Y entonces se convirtió en un obispo neoplatatónico?
—Pues casi sí. Primero se volvió cristiano, pero el cristianismo de San Agustín
tiene fuertes rasgos de la manera de razonar del platonismo.
Así comprenderás, Sofía, que no se trata de ninguna ruptura traumática con la
filosofía griega, aunque estemos entrando en la Edad cristiana. Gran parte de la
filosofía griega fue llevada a la nueva época a través de los Padres de la Iglesia como
San Agustín.
—¿Quieres decir que San Agustín fue cincuenta por ciento cristiano y cincuenta
por ciento neoplatónico?
—Evidentemente él mismo opinaba que era cien por cien cristiano. Pero no veía
una  gran  distinción  entre  el  cristianismo  y  la  filosofía  de  Platón.  Pensó  que  la
coincidencia entre la filosofía de Platón y la doctrina cristiana era tan clara que se
preguntaba si Platón no habría conocido partes del Antiguo Testamento.
Esto es muy dudoso, claro está. Podríamos decir que fue San Agustín el que
«cristianizó» a Platón.
146
—Por lo menos no se despidió de todo lo que tenía que ver con la filosofía aunque
empezara a creer en el cristianismo. ¿verdad?
—Pero señaló que, en cuestiones religiosas, la razón sólo puede llegar hasta unos
limites.
El cristianismo también es un misterio divino al que sólo nos podemos acercar a
través de la fe. Pero si creemos en el cristianismo, Dios «iluminará» nuestra alma para
que consigamos unos conocimientos sobrenaturales de Dios. El mismo San Agustín
había descubierto que la filosofía sólo podía llegar hasta ciertos límites. Hasta que no
se  convirtió  al  cristianismo,  su  alma  no  encontró  la  paz.  «Nuestro  corazón  está
intranquilo hasta encontrar descanso en Ti», escribe.
—No entiendo muy bien cómo la teoría de las Ideas de Platón podía unirse con el
cristianismo —objetó Sofía—. ¿Qué pasa con las Ideas eternas?
—Es verdad que San Agustín piensa que Dios creó el mundo de la nada. Esta es
una idea bíblica. Los griegos tendían a pensar que el mundo había existido siempre.
Pero  él  opinaba  que  antes  de  crear  Dios  el  mundo,  las  «ideas»  existían  en  los
pensamientos  de  Dios.  Incorporó  de  esta  manera  las  ideas  platónicas  en  Dios,
salvando así el pensamiento platónico de las ideas eternas.
—Qué listo.
—Pero  esto  demuestra  como  San  Agustín  y  otros  Padres  de  la  Iglesia  se
esforzaron al máximo por unificar la manera de pensar judía con la griega. En cierta
manera fueron ciudadanos de dos culturas. También en la problemática del mal, San
Agustín recurre al neoplatonismo. Opina, como Plotino, que el mal es la «ausencia de
Dios». El mal no tiene una existencia propia, es algo que no es. Porque la Creación de
Dios es en realidad sólo buena. El mal se debe a la desobediencia de los hombres,
pensaba San Agustín. O, para decirlo con sus propias palabras: «la buena voluntad
es obra de Dios, la mala voluntad es desviarse de la obra de Dios».
—¿También opinaba que los seres humanos tienen un alma divina?
—Sí y no. San Agustín dice que hay un abismo infranqueable entre Dios y el
mundo. En este punto se apoya firmemente sobre cimientos bíblicos, y rechaza la idea
de Plotino de que todo es Uno. Pero también subraya que el ser humano es un ser
espiritual. Tiene un cuerpo material, que pertenece al mundo físico donde la polilla y
el óride corroen, pero también tiene un alma que puede reconocer a Dios.
—¿Qué sucede con el alma humana cuando morimos? —Según San Agustín toda
la humanidad entró en perdición después del pecado original. Y sin embargo, Dios ha
determinado que algunos seres humanos serán salvados de la perdición eterna.
—Entonces opino que igual podría haber decidido que nadie fuera a la perdición
—objetó Sofía.
—Pero en este punto San Agustín rechaza cualquier derecho del hombre a criticar
a Dios. En este contexto se remite a algo que escribió San Pablo en su Carta a los
romanos:147
¿Pero quién eres tú, hombre, que protestas contra Dios? ¿Puede lo que está
formado decir al que lo formó: «¿Por qué me hiciste así?». ¿No es el alfarero el
señor de la arcilla para que del mismo material pueda hacer una vasija fina y una
vasija barata?
—¿Entonces quiere decir que Dios está sentado en el cielo jugando con los seres
humanos?
—La idea de San Agustín es que ningún ser humano se merece la salvación de
Dios. Y sin embargo Dios ha elegido a algunos que se salvarán de la perdición. Para
él, por lo tanto— no existe ningún secreto sobre quién se salva y quién se pierde ya
que está decidido de antemano. Somos arcilla en la mano de Dios. Dependemos
totalmente de su misericordia.
—Entonces volvió en cierto modo a la vieja fe en el destino.
—Algo así. Pero San Agustín no les quita a los hombres la responsabilidad de sus
propias vidas. Nos aconsejó que viviésemos de manera que por nuestro ciclo vital
pudiéramos darnos cuenta de que pertenecemos a los elegidos. Porque no niega que
tengamos un libre albedrío. Pero Dios «ha visto de antemano» cómo vamos a vivir.
—¿No es eso un poco injusto? —preguntó Sofía—. Sócrates opinaba que todos
los seres humanos tenían las mismas posibilidades porque todos tenían la misma
capacidad de razonar. Pero San Agustín dividió la humanidad en dos grupos. Uno de
los dos grupos se salvará, el otro se perderá.
—Sí,  con  la  teología  de  San  Agustín  nos  hemos  alejado  ya  un  poco  del
humanismo de Atenas. Pero no fue San Agustín el que dividió la humanidad en dos
grupos. Se apoya en la doctrina de la Biblia sobre la salvación y la perdición. En una
gran obra llamada La ciudad de Dios, profundiza sobre este pensamiento.
—¡Cuenta!
—La expresión «Ciudad de Dios» o «Reino de Dios», procede de la Biblia y de la
predicación de Jesús. San Agustín piensa que la Historia trata de la lucha que se libra
entre la «Ciudad de Dios» y la «Ciudad terrena». La dos «ciudades», no son ciudades
políticas fuertemente separadas entre ellas. Luchan por el poder en cada persona. No
obstante, la Ciudad de Dios está presente de un modo mas o menos claro en la Iglesia,
y la Ciudad terrena está presente en los Estados políticos, por ejemplo en el Imperio
Romano, que se desintegró precisamente en la época de San Agustín. Esta idea se iba
haciendo cada vez más clara conforme la Iglesia y el Estado luchaban por el poder a
lo largo de la Edad Media. «No existe ninguna salvación fuera de la Iglesia», se había
dicho ya. La Ciudad de Dios de San Agustín se identificó por tanto, finalmente, con
la Iglesia como organización.
Hasta la Reforma, en el siglo XVI, no se protestaría contra la idea de que el hombre
tuviera que pasar por la Iglesia para recibir la gracia de Dios.
—Entonces ya era hora.
148
—También debemos fijarnos en el hecho de que San Agustín fuera el primer
filósofo, de los que hemos estudiado, que introdujo la propia Historia en su filosofía.
La lucha entre el bien y el mal no era en absoluto algo nuevo. Lo nuevo es que esta
lucha se libra dentro de la Historia. En este sentido no hay mucho platonismo en San
Agustín, sino que se encuentra firmemente plantado en la visión lineal de la Historia,
tal como la encontramos en el Antiguo Testamento. La idea es que Dios necesita la
Historia para realizar su «Ciudad de Dios». La Historia es necesaria para educar a los
hombres y destruir el mal. O, como dice San Agustín: «La providencia divina conduce
la Historia de la humanidad desde Adán hasta el final de la Historia, como si se tratara
de la historia de un sólo individuo que se desarrolla gradualmente desde la infancia
hasta la vejez».
Sofía miró su reloj.
—Son las ocho —dijo—. Pronto tendré que irme.
—Pero primero voy a hablarte del otro gran filósofo medieval. ¿Nos sentamos
fuera?
Alberto se levantó del banco, juntó las palmas de las manos y comenzó a salir
lentamente de la iglesia. Parecía como  si estuviese rezando a Dios o como si meditara
algunas verdades espirituales. Sofía le siguió; le pareció que no tenía elección.
Fuera había todavía una fina capa de neblina sobre el suelo. El sol había salido
hacía mucho, pero aún no había penetrado del todo en la neblina matutina. La Iglesia
de María se encontraba en las afueras de un viejo barrio de la ciudad.
Alberto se sentó en un banco delante de la iglesia. Sofía pensaba en lo que podría
ocurrir si alguien pasaba por allí. Ya era bastante insólito estar sentado en un banco
a las ocho de la mañana, pero aún más insólito era estar sentada junto a un monje
medieval.
—Son las 8 —empezó Alberto—. Han pasado unos cuatrocientos años desde San
Agustín. Ahora comienza la larga jornada escolar. Hasta las 10 los colegios de los
conventos son los únicos que se ocupan de la enseñanza. Entre las 10 y las 11 se
fundan  las  primeras  escuelas  de  las  catedrales  y  sobre  las  12  las  primeras
universidades. En la misma época se construyen además las grandes catedrales
góticas. También esta iglesia se construyó en el siglo XIII. En esta ciudad no había
recursos para construir una gran catedral.
—Supongo que tampoco haría falta —comento Sofía—. No hay cosa peor que las
iglesias vacías.
—Bueno, las grandes catedrales no se construyeron únicamente para acoger a
grandes congregaciones. Se levantaron en honor a Dios y eran en sí una especie de
servicio divino. Pero también ocurrió otra cosa en este período de la Edad Media, algo
que tiene importancia para filósofos como nosotros.
—¡Cuéntame!149
Alberto prosiguió.
—La influencia de los árabes en España comenzó a hacerse notar. Durante toda
la Edad Media los árabes tuvieron una viva tradición aristotélica, y desde finales del
siglo XII, árabes eruditos iban al norte de Italia, invitados por los príncipes de esa
región. De esta manera muchos de los escritos de Aristóteles fueron conocidos y
poco a poco traducidos del griego y del árabe al latín. Esto despertó un nuevo interés
por cuestiones científicas, ademas de revivir la antigua polémica sobre la relación entre
las revelaciones cristianas y la filosofía griega. En los asuntos de ciencias naturales
ya no se podía pasar por alto a Aristóteles. ¿Pero en que ocasiones había que
escuchar al filósofo y en cuales había que apoyarse exclusivamente en la Biblia? ¿Me
sigues?
Sofía asintió brevemente, y el monje prosiguió.
—El filósofo más grande y más importante de la Alta Edad Media fue Tomás de
Aquino, que vivió de 1225 a 1274. Nació en la pequeña ciudad de Aquino, entre Roma
y Nápoles, pero trabajó también como profesor de filosofía en la universidad de Paris.
Lo llamo «filósofo», pero también fue, en la misma medida, «teólogo». En aquella
época no había en realidad una verdadera distinción entre «filosofía» y «teología».
Para resumir podemos decir que Tomás de Aquino cristianizó a Aristóteles de la misma
manera que San Agustín había cristianizado a Platón al comienzo de la Edad Media.
—¿No era un poco raro cristianizar a filósofos que vivieron muchos cientos de
años antes de Jesucristo?
—En cierta manera si. Pero cuando hablamos de la «cristianización» de los dos
grandes filósofos griegos queremos decir que fueron interpretados y explicados de
tal manera que no se consideraran una amenaza contra la doctrina cristiana.
De Tomás de Aquino se dice que «cogió el toro por los cuernos».
—No sabía que la filosofía tuviera que ver con las corridas de toros.
—Tomás de Aquino fue de los que intentaron unir la filosofía de Aristóteles y el
cristianismo. Decimos que creó la gran síntesis entre la fe y el saber. Y lo hizo
precisamente entrando en la filosofía de Aristóteles y tomándole sus palabras.
—O por los cuernos. No he dormido apenas esta noche, de modo que me temo que
tendrás que explicarte mejor.
—Tomás de Aquino pensó que no tenía por qué haber una contradicción entre lo
que nos cuenta la filosofía o la razón y lo que nos revela la fe. Muy a menudo el
cristianismo y la filosofía nos dicen lo mismo. Por lo tanto podemos, con la ayuda de
la razón, llegar a las mismas verdades que las que nos cuenta la Biblia.
—¿Como es posible eso? ¿La razón nos puede decir que Dios creó el mundo en
seis días? ¿O que Jesús era hijo de Dios?
—No, a esa clase de «dogmas de fe», solo tenemos acceso a través de la fe y de
la  revelación  cristiana.  Pero  Tomás  opinaba  que  también  existen  una  serie  de
«verdades teológicas naturales». Con esto se refería a verdades a las que se puede
150
llegar tanto a través de la revelación cristiana como a través de nuestra razón innata
o natural. Una verdad de ese tipo es, por ejemplo, la que dice que hay un Dios. Tomás
opinaba que hay dos caminos que conducen a Dios. Un camino es a través de la fe y
la revelación. El otro camino es a través de la razón y las observaciones hechas con
los sentidos. Bien es verdad que, de estos caminos, el de la fe y la revelación es el más
seguro, porque es fácil desorientarse si uno se fía exclusivamente de la razón. Pero el
punto clave de Tomas es que no tiene que haber necesariamente una contradicción
entre un filósofo como Aristóteles y la doctrina cristiana.
—¿Entonces igual podemos apoyarnos en Aristóteles que en la Biblia?
—No, no. Aristóteles sólo llega hasta un punto en el camino porque no llegó a
conocer  la  revelación  cristiana.  Pero  recorrer  una  parte  del  camino  no  significa
equivocarse de camino. Por ejemplo, no es incorrecto decir que Atenas está en
Europa. Pero tampoco es muy preciso. Si un libro sólo te dice que Atenas es una
ciudad europea, quizás sea también conveniente consultar un libro de geografía en el
que se te proporcione toda la verdad: Atenas es la capital de Grecia, que a su vez es
un pequeño país en la parte sureste de Europa. Si tienes suerte, a lo mejor también te
cuenta algo de la Acrópolis; por no decir de Sócrates, Platón y Aristóteles.
—Pero también era verdad el primer dato sobre Atenas.
—¡Exactamente! Lo que quiso mostrar Tomás es que sólo existe una verdad.
Cuando Aristóteles señala algo que nuestra razón reconoce como verdad, entonces
tampoco contradice la doctrina cristiana. Podemos acercarnos plenamente a una parte
de  la  verdad  mediante  nuestra  razón  y  nuestras  observaciones  hechas  con  los
sentidos; son precisamente esas verdades las que menciona Aristóteles cuando
describe el reino animal y el reino vegetal. Otra parte de la verdad Dios la ha revelado
Dios a través de la Biblia. Pero las dos partes de la verdad se superponen la una a la
otra en muchos puntos importantes. También hay algunas cuestiones sobre las que
la Biblia y la razón nos dicen exactamente lo mismo.
—¿Por ejemplo que existe un Dios?
—Exactamente. También la filosofía de Aristóteles suponía que había un Dios, o
una causa primera, que pone en marcha todos los procesos de la naturaleza. Pero no
nos proporciona ninguna descripción más detallada de Dios. En este punto tenemos
que apoyarnos exclusivamente en la Biblia y en la palabra de Cristo.
—¿Es tan seguro que realmente existe un Dios?
—Naturalmente es algo que se puede discutir. Pero incluso hoy en día la mayor
parte de la gente está de acuerdo en que al menos la razón del ser humano no puede
probar que no haya un Dios. Tomás fue más allá. Pensaba que basándose en la
filosofía de Aristóteles se podía probar la existencia de Dios.
—No esta mal.
—También  con  la  razón  podemos  reconocer  que  todo  lo  que  hay  a  nuestro
alrededor tiene que tener una «causa original», decía. Dios se ha revelado ante los8
 Knut Hamsun (1859-1952). el novelista noruego más importante de todos los
tiempor. Premio Nobel de Literatura en 1920 (N. de las T.)
151
hombres tanto a través de la Biblia como a través de la razón. De esta manera, existe
una «teología revelada», y una «teología natural». Lo mismo ocurre con la moral. En
la Biblia podemos leer cómo quiere Dios que vi vamos. Pero a la vez Dios nos ha
provisto de una conciencia que nos capacita para distinguir entre el bien y el mal,
sobre  una  base  natural.  Hay  pues  «dos  caminos»,  también  para  la  vida  moral.
Podemos saber que está mal herir a otras personas, aunque no hayamos leído en la
Biblia: «Haz con tu prójimo lo que quieres que tu prójimo haga contigo». Pero también
en este punto lo más seguro es seguir los mandamientos de la Biblia.
—Creo que lo entiendo —dijo Sofía—. Es más o menos como que podemos saber
que hay tormenta tanto viendo los relámpagos como oyendo los truenos.
—Correcto. Aunque seamos ciegos podemos oír que truena. Y aunque seamos
sordos podemos ver los relámpagos. Lo mejor es, claro está, ver y oír. Pero no hay
ninguna «contradicción» entre lo que vemos y lo que oímos. Al contrario, las dos
impresiones se complementan.
—Entiendo.
—Déjame añadir otra imagen. Si lees una novela, por ejemplo Victoria de Knut
Hamsum 8 ...
—De hecho la he leído...
—¿Conoces algo sobre el autor leyendo simplemente la novela que ha escrito?
—Al menos puedo saber que existe un autor que la ha escrito.
—¿Puedes saber algo más de él?
—Tiene una visión bastante romántica del amor.
—Cuando lees esta novela, que es creación de Hamsun, obtienes una impresión
de la naturaleza de Hamsun. Pero no puedes contar con encontrar datos personales
sobre el autor. Por ejemplo, ¿puedes saber mediante la lectura de Victoria la edad que
tenía el autor al escribir la novela, dónde vivía o cuántos hijos tenía?
—Claro que no.
—Ese tipo de datos los podrás encontrar en una biografía sobre Knut Hamsun.
Solamente  en  una  biografía,  o  autobiografía,  sabrás  más  acerca  del  autor  como
«persona».
—Sí, así es.
—Más o menos así es la relación entre la obra de creación de Dios y la Biblia. Sólo
mediante la observación de la naturaleza podemos reconocer que hay un Dios.
No resulta difícil ver que ama las flores y los animales, si no, no los hubiera creado.
Pero sólo en la Biblia encontramos información sobre la persona de Dios, es decir, en
su «autobiografía».
—¡Qué ejemplo más bueno!
152
—Mmm...
Por primera vez Alberto se quedó pensativo, sin decir nada.
—¿Esto tiene algo que ver con Hilde? —se le escapó a Sofía.
—¿Pero si no sabemos con seguridad si existe alguna «Hilde»?
—Pero sabemos que se colocan señales de ella en muchos sitios. Postales y
pañuelos de seda, una cartera verde, un calcetín...
Alberto asintió.
—Y parece que esas señales dependen de dónde quiera colocarlas el padre de
Hilde. Pero hasta ahora sólo sabemos que hay una persona que nos manda todas las
postales. Ojalá hubiera escrito un poco sobre él también. Bueno, ya volveremos a ese
asunto.
—Son las 12. Tengo que volver a casa antes de que se acabe la Edad Media.
—Acabaré con unas palabras sobre cómo Tomás de Aquino se quedó con la
filosofía de Aristóteles en todos los puntos en los que esta no contradecía la teología
de  la  Iglesia.  Este  es  el  caso  de  la  lógica  de  Aristóteles,  de  su  filosofía  del
conocimiento,  así  como  la  de  la  naturaleza.  ¿Te  acuerdas  de  la  descripción  de
Aristóteles de una cadena evolutiva desde plantas y animales a seres humanos?
Sofía asintió.
—Aristóteles pensaba que esta escala señalaba a un Dios que constituía una
especie de cumbre de existencia. Este esquema se adaptaba fácilmente a la teología
cristiana.  Según  Tomas  hay  un  grado  evolutivo  de  existencia,  desde  plantas  y
animales hasta seres humanos, desde los seres humanos a los ángeles, y desde los
ángeles a Dios. El hombre tiene, al igual que los animales, un cuerpo con órganos
sensoriales,  pero  el  ser  humano  tiene  también  una  razón  con  «pensamientos
profundos».  Los  ángeles  no  tienen  tal  cuerpo,  por  lo  tanto  tienen  también  una
inteligencia  inmediata  e  instantánea.  No  necesitan  «pensárselo»  como  los  seres
humanos, no necesitan deducir algo de un punto a otro. Saben todo lo que pueden
saber los hombres sin tener que ir paso a paso como nosotros. Como los ángeles no
tienen cuerpo, tampoco morirán nunca. No son eternos como Dios, porque también
ellos  fueron  creados  por  Dios.  Pero  no  tienen  ningún  cuerpo  del  que  puedan
separarse y, por tanto, no morirán nunca.
—Suena maravilloso.
—Pero por encima de los ángeles domina Dios. El puede verlo y saberlo todo en
una sola y continua visión.
—Entonces nos esta viendo ahora.
—Sí, quizás nos esté viendo. Pero no «ahora». Para Dios no existe el tiempo como
existe  para  nosotros.  Nuestro  «ahora»  no  es  el  «ahora»  de  Dios.  Aunque  para
nosotros pasen unas semanas, no necesariamente pasan unas semanas para Dios.
—Eso es un poco horrible —se le escapó a Sofía.
Se tapó la boca con una mano. Alberto la miró, y Sofía prosiguió.153
—He recibido otra postal del padre de Hilde. Escribió algo así como que si pasa
una semana o dos para Sofía no significa necesariamente que pase tanto tiempo para
nosotros. ¡Casi lo mismo que lo que acabas de decir sobre Dios!
Sofía pudo ver cómo la cara bajo la capucha se encogía en un gesto impetuoso.
—¡Debería avergonzarse!
Sofía no entendió lo que quería decir con eso, quizás sólo fuera una manera de
hablar. Alberto prosiguió.
—Desgraciadamente Tomás de Aquino también se quedó con la visión que de la
mujer tenía Aristóteles. ¿Te acordarás de que Aristóteles pensaba que la mujer era
algo así como un hombre imperfecto. Opinaba además que los hijos sólo heredaban
las cualidades del padre. Como la mujer era pasiva y receptiva, el hombre era el activo
y el que daba la forma. Estos pensamientos armonizaban, según Tomás de Aquino,
con las palabras de la Biblia, donde se dice, entre otras cosas, que la mujer fue creada
de una costilla del hombre.
—¡Tonterías!
—Conviene añadir que el que algún mamífero pone huevos no se supo hasta 1827.
Por lo tanto quizás no fuera tan extraño que se pensara que el hombre era el que daba
la forma y la vida en la procreación. Además debemos tener en cuenta que según
Tomás la mujer es inferior al hombre sólo físicamente. El alma de la mujer tiene el
mismo valor que la del hombre. En el cielo hay igualdad entre hombre y mujeres,
simplemente porque dejan de existir todas las diferencias físicas entre los sexos.
—¡Qué desconsuelo! ¿No había filósofas en la Edad Media?
—La Iglesia estuvo fuertemente dominada por los hombres, lo cual no significa
que no hubiese pensadoras. Una de ellas fue Hildegarda de Eibingen...
Sofía abrió los ojos de par en par.
—¿Tiene ella algo que ver con a Hilde?
—¡Qué de preguntas haces! Hildegarda era una monja del Valle del Rhin que vivió
de 1098 a 1179. A pesar de ser mujer era predicadora, botánica y científica. Podría
simbolizar la idea de que a menudo las mujeres eran las más realistas, por no decir las
más científicas, en la Edad Media.
—He preguntado que si tiene algo que ver con Hilde.
—Entre los judíos y los cristianos había una creencia que decía que Dios no sólo
era hombre. También tenía un lado femenino o una «naturaleza materna». Porque
también las mujeres están creadas a imagen y semejanza de Dios. En griego este lado
femenino de Dios se llamaba Sophia. «Sophia» o «Sofía» significa «sabiduría».
Sofía se sentía abatida. ¿Por qué nadie le había contado esto antes? ¿Y por qué ella
nunca había preguntado?
Alberto prosiguió:
—Tanto entre los judíos como en la iglesia ortodoxa Sophia, o la naturaleza
materna de Dios, jugo cierto papel durante la Edad Media. En Occidente cayó en el
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olvido. Entonces llega Hildegarda. Cuenta que Sophia se le apareció. Iba vestida con
una túnica dorada decorada con valiosas joyas. Ahora Sofía se levantó del banco.
¡Sophia se le había aparecido a Hildegarda... !
—Quizás yo me aparezca a Hilde.
Se volvió a sentar. Por tercera vez Alberto le puso la mano en el hombro.
—Eso es algo que tenemos que averiguar. Pero ya es casi la 1. Tú tendrás que
comer, y una nueva época se está acercando. Te convoco a una reunión sobre el
Renacimiento. Hermes te buscará en el jardín.
Y el extraño monje se levantó y comenzó a caminar hacia la iglesia. Sofía se quedó
sentada pensando en Hildegarda y Sophia, Hilde y Sofía. De pronto se sobresalto. Se
levantó del asiento y llamó al profesor de filosofía vestido de monje.
—¡También hubo un Alberto en la Edad Media!
Alberto caminó un poco más despacio, giró suavemente la cabeza y dijo:
—Tomás de Aquino tenía un famoso profesor de filosofía. Se llamaba Alberto
Magno...
Metió la cabeza por la puerta de la Iglesia de María y desapareció.
Sofía no se resignó. Volvió a entrar en la iglesia. Pero no había absolutamente
nadie. ¿Había desaparecido Alberto por el suelo?
Mientras salía de la iglesia se fijó en una imagen de la Virgen María. Se colocó muy
cerca del cuadro y lo miró fijamente. De repente descubrió una gotita de agua bajo uno
de los ojos de la Virgen. ¿Sería una lágrima?
Sofía salió corriendo de la iglesia y no paró hasta casa de Jorunn.